Capítulo 91
La tensión del encuentro anterior aún flotaba en el aire mientras Isabel guiaba a Sebastián a través de su estudio. El espacio, mucho más grande de lo que él había imaginado, resonaba con el suave murmullo de conversaciones y el tecleo de computadoras. Una docena de escritorios ocupados por diseñadores concentrados en sus pantallas revelaban una operación profesional bien establecida.
Sebastián recorrió el lugar con la mirada, calculando mentalmente. Había al menos treinta personas trabajando allí. El estudio no solo era grande, sino impresionante. Nunca había imaginado que Isabel, apenas rozando los veintitantos, fuera capaz de construir algo así. Siete millones al año no eran cualquier cosa, y ese pensamiento le revolvía el estómago.
Marina se acercó con paso silencioso y depositó una taza de café frente a Sebastián. La tensión era tan palpable que prácticamente podía sentirse en el aire. Con una mirada discreta hacia Isabel, Marina se apresuró a retirarse, dejándolos solos.
Isabel se apoyó contra su escritorio y cruzó los brazos, su postura un claro desafío. Sus ojos, distantes y analíticos, no se apartaban del rostro de Sebastián.
La mandíbula de Sebastián se tensó antes de hablar.
-Vas a cerrar este estudio.
-¿Perdón? -La incredulidad tiñó la voz de Isabel.
Sebastián apretó los puños sobre sus rodillas.
-Ya me oíste. Y vas a cortar toda relación con ese tipo.
Isabel arqueó una ceja, el gesto cargado de desprecio.
-A ver, ¿de qué diablos estás hablando?
-Es muy simple. -La voz de Sebastián sonaba tensa, controlada-. Ni a la familia Bernard ni a los Galindo les conviene que te expongas tanto.
Una risa seca escapó de los labios de Isabel.
-Ah, ya entendí. ¿Quieres que cierre todo y viva de lo que ustedes me den? ¿Veinte mil al mes? -Su voz destilaba sarcasmo-. Qué generosos.
El pensamiento flotó en el aire: veinte mil podrían ser suficientes en una ciudad pequeña, pero en Puerto San Rafael, donde hasta el aire parecía costar oro, eso apenas alcanzaba para sobrevivir.
Sebastián sacó un cigarrillo con dedos temblorosos de ira y lo encendió.
-No te compares con Iris -gruñó, exhalando el humo-. Lo nuestro no tiene nada que ver con ella.
-¿Sabes qué? Lo que haya o no entre nosotros, si tiene que ver con Iris o no… -Isabel hizo un
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gesto desdeñoso con la mano-. La verdad, ya ni importa.
Los ojos de Sebastián se oscurecieron peligrosamente. ¿Que no importaba? ¿Estaba insinuando que su ruptura no tenía nada que ver con Iris? La furia amenazaba con hacerle perder el control.
-Te vas a casar conmigo -declaró con voz ronca-. Serás la señora Bernard.
Isabel parpadeó, momentáneamente desconcertada.
-Espérate… ¿qué? -Lo miró como si le hubiera crecido otra cabeza-. ¿Las cachetadas que te acabo de dar te volvieron loco o qué?
-¿Casarte conmigo? -repitió él, inclinándose hacia adelante. ¿No es lo que siempre quisiste?
En ese momento, algo dentro de Sebastián había tomado el control, una voz que le gritaba que debía recuperarla a cualquier costo, que no podía dejar que nada ni nadie se interpusiera.
Isabel exhaló un suspiro cansado.
-Pensé que habías subido para hablar de Iris.
La mención de ese nombre pareció despertar algo en Sebastián. Cierto, había venido por Iris. Por Mathieu y Andrea. Esas dos personas eran cruciales para Iris, y todo dependía de lo que Isabel dijera.
Sus dedos apretaron el cigarrillo hasta casi romperlo.
-Mathieu y Andrea… ¿qué hay que hacer para que atiendan a Iris?
Una sonrisa lenta y sin humor se dibujó en los labios de Isabel. Tomó un sorbo de agua, saboreando el momento.
-Mira nada más… después de tanto tiempo amenazándome, ¿ahora vienes con esto?
Sebastián entrecerró los ojos, dando una larga calada a su cigarrillo. Sabía que Isabel estaba desenterrando el pasado deliberadamente.
-Primero me cortan los fondos -continuó ella, su voz filosa como un cuchillo-. Luego se aseguran de que nadie me dé trabajo. ¿Qué sigue? Si no consigues lo que quieres hoy, ¿vas a usar este estudio para amenazarme también?
La ironía de la situación no se le escapaba. Tanto Andrea como Mathieu… técnicamente, los Galindo y Sebastián deberían estar rogándole. Pero aquí estaban, intentando manipularla con una mezcla de amenazas veladas y falsas promesas.
-¿Qué quieres? -La voz de Sebastián era un muro.
Isabel dejó escapar una risa cortante.
-¿Que qué quiero? Ya que conocen mi estudio, también deben saber cuánto genero al año, ¿no? -Sus ojos brillaron con un destello peligroso-. ¿Por qué no empezamos por ahí?