Capítulo 92
Isabel observó a Sebastián con una mezcla de desprecio y diversión. Toda su vida, los Bernard habían estado acostumbrados a solucionar cualquier problema sacando la chequera. El dinero era su arma favorita, ya fuera para comprar lealtades o para amenazar a quienes se les oponían.
Un recuerdo atravesó su mente: el día que le cortaron la tarjeta, la arrogancia en sus rostros, como si le hubieran arrancado las alas. La ironía de la situación le arrancó una sonrisa amarga.
El rostro de Sebastián se ensombreció ante su expresión burlona. Los nudillos se le pusieron blancos de tanto apretar los puños.
Isabel se reclinó en su silla, la postura relajada de quien tiene todo el control.
-¿Sabes qué es lo más gracioso? -Su voz destilaba sarcasmo-. Gano millones al año. No hay nada que no pueda comprarme yo solita. Y lo mejor es que ni siquiera soy de esas que andan queriendo lo que no pueden pagar.
Hizo una pausa deliberada, saboreando el momento.
-Con lo que gano ahorita me sobra y me basta para resolver cualquier bronca. Así que dime, ¿qué crees que podría necesitar del “gran” señor Bernard?
El silencio que siguió fue delicioso. Por primera vez, aquellos acostumbrados a que todo se arreglaba con dinero se habían quedado sin argumentos. Sebastián abría y cerraba la boca como pez fuera del agua, incapaz de encontrar una respuesta.
Entrecerró los ojos, la mandíbula tensa.
-Haz que Mathieu y Andrea se unan al equipo médico -gruñó-, y me comprometo a cortar todo contacto con ella.
Isabel soltó una risa seca.
-¿De verdad crees que eso es lo que quiero?
-¿Entonces qué más? -La frustración teñía su voz.
Isabel arqueó una ceja, el gesto cargado de desprecio. Dejó el vaso de agua sobre el escritorio con estudiada lentitud. “¿Qué más quieres?“, como si él estuviera haciendo el sacrificio más grande del mundo. Como si pedir algo más fuera una muestra de avaricia desmedida.
-Lo que yo quiero -cada palabra salía afilada como un cuchillo, definitivamente no eres tú. Ni siquiera me tratabas bien cuando estábamos juntos, y siempre has tenido a otra en tu corazón. Se inclinó hacía adelante, los ojos brillantes, Con lo que gano, ¿qué clase de hombre no podría tener? ¿Por qué conformarme contigo?
Tú… -El rostro de Sebastián se contorsionó de furia. Las sienes le palpitaban violentamente, las venas del cuello marcadas como cuerdas tensas.
Capítulo 92
Minutos después, Sebastián apenas registraba cómo había salido del estudio. La rabia lo cegaba mientras sacaba su teléfono y marcaba a José Alejandro.
-No me importa cómo le hagas -escupió las palabras-. Quiero que su estudio se declare en bancarrota hoy mismo.
Prepotencia. Era la única palabra que resonaba en su mente. La actitud de Isabel, esa seguridad que emanaba… toda su prepotencia se basaba en ese maldito estudio.
“¿Así que puede ganar dinero? Bien, le voy a romper las alas.”
Al otro lado de la línea, José Alejandro tragó saliva nerviosamente. Jamás había escuchado a su jefe tan furioso.
-Esto…
-¿Es demasiado difícil? -La voz de Sebastián se volvió glacial ante la vacilación de su empleado.
-Cerrar el estudio de la señorita Allende… me temo que no es posible.
El silencio que siguió fue tan denso que podría cortarse con un cuchillo.
-He estado en esto toda la mañana
continuó José Alejandro apresuradamente-. Pero todos
los avisos que enviamos han sido rechazados. Dicen que no se atreven a terminar la colaboración.
-¿No se atreven? -La incredulidad teñía cada sílaba.
Las empresas que trabajaban con Isabel, ¿realmente estaban diciendo que no se atrevían a romper lazos con ella? Así que el hombre detrás de Apartamentos Petit tenía más influencia de lo que pensaban.
-Y WanderLuxe Travels… -José Alejandro hizo una pausa incómoda-. Ellos fueron especialmente… directos.
-¿Directos? -La palabra salió como un gruñido.
-Nos dijeron, textualmente, que el Grupo Bernard es nada.
El silencio que siguió fue ensordecedor. La respiración de Sebastián se volvió errática. En todos sus años en Puerto San Rafael, jamás una empresa se había atrevido a desafiar así a los Bernard.
-Tiene que ser obra del hombre detrás de la señorita Allende.
No hacía falta decirlo. Primero el estudio, ahora esta protección invisible… decir que Isabel no tenía respaldo poderoso sería una ingenuidad.
Sebastián cerró los ojos, intentando contener la furia que amenazaba con consumirlo.
-Entonces, ¿qué hacemos ahora? -La voz de José Alejandro sonaba pequeña, insegura.
- 212.
Capitulo 92
La realidad los golpeaba como una bofetada: Isabel ya no era alguien a quien pudieran amenazar. El poder había cambiado de manos, y ellos ni siquiera lo habían visto venir.
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