Capítulo 101
En ese instante, Luciana notó un brillo que apareció en los ojos de Alejandro. Quizás fue solo una ilusión, pero aunque existiera la más mínima posibilidad, sabía que debía decirle esas palabras.
Alejandro se inclinó lentamente hacia ella, acercándose.
-¿Qué pasa?
Su rostro apuesto estaba tan cerca que el corazón de Luciana dio un vuelco. Tardó un momento en reaccionar antes de hablar con una expresión imperturbable.
—Alejandro, no sigas siendo bueno conmigo.
Quizás, en algún momento, hubo algo entre ellos, un sentimiento confuso que la hizo perderse, pero la realidad la había despertado. Alejandro era el novio de Mónica. Ella no había pedido el divorcio por venganza, sino por necesidad.
Si se permitía enamorarse de Alejandro, solo se lastimaría, ¡y eso sería imperdonable! No podía cometer ese error.
—¿Qué? —La sonrisa de Alejandro desapareció, sus ojos se oscurecieron—. ¿Qué quieres decir?
Luciana bajó la mirada, su tono era sereno.
-Aquel día en la estación del metro, quería decírtelo, pero no lo logré. Hoy te lo digo formalmente: no vuelvas a ser bueno conmigo. Yo…no lo necesito.
Al terminar de hablar, sintió como si una espada colgara sobre su cabeza finalmente hubiera caído. Dolía, sí, pero la incertidumbre se desvaneció.
Luciana siempre había intentado devolver cada acto de bondad, pero las veces que Alejandro fue bueno con ella la hicieron olvidar que él seguía siendo el novio de Mónica.
Luciana apretó los labios.
-Porque… temo no poder devolvértelo.
Alejandro soltó una risa silenciosa. ¿Devolverle? ¿Acaso le había pedido algo a cambio? Ella sabía exactamente lo que él quería. Y ahora, jella lo rechazaba!
¡Jamás en su vida Alejandro se había sentido tan humillado! ¡Aquello que comenzaba a brotar en lo más profundo de su corazón fue desechado sin más!
Forzó una sonrisa fría y despectiva mientras la miraba de arriba abajo.
-Luciana, te estás haciendo ideas equivocadas. ¿Crees que eres tan importante? Yo, Alejandro
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Capítulo 101
Guzmán, puedo tener a la mujer que quiera. ¿Y crees que voy a fijarme en una mujer de segunda mano como tú? Si no fuera por mi abuelo, ni me molestaría en preocuparme por ti.
Sus palabras eran crueles, tan duras que incluso él mismo sintió un estremecimiento.
Luciana no se inmutó. En lugar de eso, le sonrió con calma.
Señor Guzmán, su generosidad es inigualable. Me equivoqué. Entonces, me retiro. Y su chalina, déjela para alguien que realmente la necesite.
Le devolvió la chalina y se dio la vuelta para regresar al pabellón.
En cuanto le dio la espalda, el rostro de Luciana palideció. «Mujer de segunda mano>>, pensó. ¿ Cómo había olvidado que, para él, siempre sería despreciable? Pero así estaba mejor. Era un final. Ese fugaz sentimiento que alguna vez existió había sido aplastado antes de florecer.
Alejandro miró su silueta alejarse, su rostro quedó cubierto por una sombra, frío y carente de expresión. De repente, levantó la mano ¡y sonaba insistentemente en su bolsillo, pero Alejandro no hizo el más mínimo esfuerzo por
contestar.
arrojó la chalina al suelo con fuerza! Su teléfono
Casa Herrera.
Mónica, furiosa, lanzó el celular sobre la mesa. ¡Alejandro no le contestaba las llamadas! Entró al salón con pasos rápidos.
-Señorita Mónica, esto llegó hoy -dijo la empleada, entregándole un sobre-. El señor y la señora no están, así que pensé que usted lo recibiría.
-Está bien–respondió Mónica, despidiendo a la empleada.
El sobre, dirigido a Luciana, provenía de la UCM. Sin dudar, lo abrió. Al leer el contenido, una sonrisa amarga curvó sus labios.
—Ja… ja ja.
Sus ojos brillaban con malicia.
-Luciana, ¿creías que habías ganado? ¡Tu castigo está por llegar!
Alejandro regresó al pabellón donde Salvador y los demás discutían cómo cocinar lo que habían pescado. Intentó ocultar su malestar.
-Esto no tiene gracia. Mejor vámonos -dijo con indiferencia.
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-¿Vámonos? ¡No! -protestó Jacobo-. Vinimos desde tan lejos.
-Exacto -añadió Jael.
Salvador notó la tensión en Alejandro y, con calma, intervino.
-No tiene mucho sentido irnos ya. Dejé que los choferes tomaran la tarde libre. Será mejor
esperar.
A regañadientes, Alejandro cedió.
***
Por la tarde, Alejandro, ya listo para partir, escuchó risas afuera. Curioso, miró por la ventana. En el césped, un grupo de personas reía y corría. La recepcionista, al notar su interés, comentó:
-Están volando cometas. Es una tradición para alejar la mala suerte.
Alejandro asintió, acercándose un poco más. En el césped, Luciana estaba sentada con las rodillas recogidas, mientras Fernando ayudaba a Pedro a volar una cometa.
—Así… muy bien… y suelta el hilo despacio.
Fernando corría delante, con Pedro siguiéndolo. La cometa comenzaba a elevarse en el viento, y Pedro, emocionado, tiraba del hilo mientras reía.
-¡Lo estás haciendo excelente!
Alejandro lamentó tener tan buena visión. A pesar de la distancia, lo veía todo con claridad. Giró rápidamente, intentando evitar la escena que tanto lo perturbaba. Se sentó, sacando su celular para distraerse con correos de trabajo.
Finalmente, cuando Salvador y los demás bajaron, guardó el teléfono y se levantó
para irse.
-¿Qué pasa ahí? -preguntó Jacobo, señalando al césped.
-¡Vámonos! -gruñó Alejandro sin mirar.
-Espera… -Salvador lo detuvo-. Es Luciana.
-Creo que ella está llorando añadió Jael.
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