Capítulo 105
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-Sí estás en la lista -le dijo Martina, pero su tono era sombrío-. La notificación fue enviada por correo, pero se firmó como recibida en tu casa… por Mónica Soler.
Luciana se quedó paralizada. Una ráfaga de incredulidad la recorrió. ¿Mónica? ¿Cómo pudo?
-Luci, aún tienes tiempo -dijo Martina, mirando el reloj con prisa-. La entrevista empieza a
las diez.
El reloj mental de Luciana se activó de golpe. No podía permitirse perder esta oportunidad. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo hacia la casa de los Herrera.
-Marti, cúbreme. Pide permiso por mí.
-¡Corre, yo me encargo!
Llegó a la casa de los Herrera con el pulso acelerado. Fue la criada quien abrió la puerta,
nerviosa.
-Señorita Luciana…
Luciana, con una frialdad que no solía mostrar, la interrumpió.
-¿Dónde está mi notificación?
La criada palideció, su nerviosismo era evidente.
-Yo… no lo sé…
Luciana soltó una risa amarga. Sabía que todos en esa casa estaban en el mismo juego sucio. No perdería tiempo interrogando a alguien que nunca le daría una respuesta sincera. Subió directamente al segundo piso, decidida.
Sin dudarlo, agarró un hacha que encontró en el cuarto de almacenamiento.
-¿Luciana? -gritó la criada, siguiéndola aterrada.
Pero Luciana no se detuvo. Cada paso era un latido furioso en su pecho. Sin más, entró en la habitación de Mónica. La criada intentó detenerla, pero fue inútil.
-Señorita Luciana, por favor… Si la señora Clara se entera…
Luciana ignoró los ruegos. Con el hacha en una mano y la otra revolviendo cajones y estanterías, convirtió la habitación en un caos en cuestión de minutos. Pero no encontró nada.
Cada vez más desesperada, su respiración se hizo pesada. El dolor en su pecho era sofocante, como si mil agujas la atravesaran. No sangraba, pero la angustia la debilitaba, incapaz de
Capitulo 105
mantenerse en pie.
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Luciana descargaba su furia contra cada mueble cerrado, golpeando con una fuerza que resonaba en toda la habitación. ¡Bam, bam! La criada, pálida y temblorosa, observaba la escena sin atreverse a intervenir. Finalmente, un armario cedió bajo los golpes, y una bolsa de tela cayó al suelo. El nudo que la ataba se deshizo, esparciendo su contenido: cartas.
Luciana las miró, petrificada. Reconoció de inmediato la letra en los sobres: Fernando. ¡Eran todas las cartas que él le había enviado en los últimos tres años desde el extranjero!
Su respiración se volvió errática. Agachándose lentamente, recogió una a una aquellas cartas que traían de vuelta un torrente de recuerdos y dolor. Volvió a esas noches interminables, cuando Fernando desapareció sin explicación, dejándola sola. Le había prometido que estarían juntos para siempre, pero se fue, sin despedidas, sin palabras. Con cada día que pasaba, su amor se transformó en resentimiento, su esperanza se extinguió, hasta que su corazón quedó
roto.
Y ahora, la verdad se mostraba de forma cruel. Fernando nunca la había abandonado. ¡Le había escrito tantas veces! Y ella jamás recibió una sola carta, nunca tuvo la oportunidad de responder. ¡Todo era obra de Mónica Soler!
Luciana temblaba, llena de rabia. Sus ojos, inyectados en sangre, reflejaban el dolor y la traición. ¿Qué clase de persona tan cruel y ruin podría destruir una vida, un amor, de esa manera?
-¡Luciana, qué demonios estás haciendo! -La voz de Clara irrumpió en la habitación. Entró corriendo, después de recibir el aviso de la criada. Había estado jugando a las cartas en la villa contigua, pero al ver el desastre, quedó boquiabierta-. ¡Esto es un allanamiento! ¡Estás destrozando todo!
Clara se percató de que Luciana sostenía algo con fuerza entre sus brazos. Sin pensarlo dos veces, intentó arrebatárselo.
-¿Qué es lo que tienes? ¡Eso no te pertenece! ¡Aquí no hay nada que te corresponda!
Luciana, abrazando con desesperación la bolsa llena de cartas, no estaba dispuesta a ceder.
-¡Aléjate de mí! -gritó, empujando a Clara con todas sus fuerzas.
Clara cayó al suelo, atónita, llena de ira. Justo en ese momento, la criada gritó desde el pasillo:
-¡El señor ha regresado!
Clara, que se incorporaba con dificultad, esbozó una sonrisa maliciosa al escuchar la noticia. Su voz, cargada de veneno, resonó en la habitación:
-Desgraciada, ¡prepárate! ¡Tu padre no tendrá piedad contigo!