Capítulo 119
-¿Qué te pasa? ¿Qué estás haciendo? –Luciana lo miró, desconcertada, todavía con la bolsa de hielo en la mejilla.
El rostro de Alejandro era como una máscara de dureza, su voz grave y rasposa, como un gruñido que parecia emerger desde lo más profundo de su pecho.
-¡No quiero que tomes dinero de otras personas! ¿Acaso no te di una tarjeta? ¿Te falta dinero?
-¿Qué? -Luciana no podía creer lo que oía. ¿Toda esa furia por eso?
Incluso su paciencia tenia un límite. Con su mano libre, lo empujó.
-¡Lárgate! No quiero verte. ¡Quiero dormir!
Pero Alejandro no se inmutó. Seguía firme, sin moverse un centímetro.
Luciana se enfureció. Sus ojos lo fulminaron.
Alejandro, sorprendido, vio algo en esa mirada: una vulnerabilidad oculta tras la furia. Fue entonces cuando notó la bolsa de hielo en su mejilla y recordó la bofetada que Clara le había dado más temprano. Le tomó la muñeca con firmeza.
-¿Te golpeó muy fuerte? Déjame ver.
Luciana se quedó atónita. Con ambas manos, lo empujó con todas sus fuerzas.
-¡Te dije que te fueras! ¡Fuera!
Pero Alejandro la sujetó, inmovilizándola como si fuera de trapo. Apartó el cabello que le caía sobre la cara. La hinchazón en su mejilla era evidente. Los cinco dedos de Clara aún marcaban su piel. <<¡Maldita sea! ¡Había pegado con tanta fuerza!»> La rabia de Alejandro creció, consumiéndolo.
Luciana, humillada, intentó soltarse. Saltó de la cama, dispuesta a marcharse.
-¿Te gusta esta habitación? ¡Perfecto! Te la dejo, quédate con la cama. ¡Yo me voy!
-¡No te muevas!
Con una agilidad sorprendente, Alejandro la levantó por las axilas, como si fuera una niña, y la alzó en el aire. Luciana abrió los ojos como platos, incapaz de creer lo que sucedía, mientras él la dejaba suavemente sobre la cama.
-Quédate quieta. -Su voz era grave, cargada de frustración contenida. Le lanzó una última mirada antes de agregar-: ¡Me voy!
Capitulo 119
Cumplió su palabra. Salió de la habitación, cerrando la puerta con firmeza.
Luciana se quedó boquiabierta, murmurando para sí:
-¿Qué le pasa? ¿Está loco?
Ya acostada, escuchó el sonido de la lluvia golpeando los cristales. Estaba lloviendo.
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Alejandro bajó las escaleras y se encontró con Felipe, quien seguía en la cocina supervisando a los empleados mientras ordenaban el desastre.
-Felipe
-Señor–respondió Felipe rápidamente-. ¿Necesita algo?
-Si. -Alejandro asintió y le preguntó-: Recuerdo que antes usaba un medicamento para los golpes, los moretones… ¿aún tenemos de ese tipo?
Pensó que tal vez ese medicamento podría servir para el golpe en la cara de Luciana.
—Sí, claro –contestó Felipe, asintiendo. ¿Lo necesita? Voy a buscarlo ahora mismo.
-Gracias.
-No hay de qué.
Felipe regresó al poco tiempo, con una expresión preocupada.
–Señor, lo lamento, pero el que teníamos ya está caducado.
No podía usar un medicamento vencido, mucho menos con Luciana estando embarazada. Alejandro frunció el ceño, pensativo por un segundo.
-Voy a comprarlo.
-Señor, está lloviendo afuera. -Felipe trató de detenerlo, recordándole¿Por qué no manda a uno de los empleados?
No era una mala idea, pero a estas horas de la noche y siendo algo importante, Alejandro no se sentía cómodo dejando la tarea en manos de otros. Así que negó la propuesta.
-Iré yo mismo. -Diciendo esto, tomó las llaves del auto y salió por la puerta principal.
Ya era muy tarde, y no había muchas farmacias grandes cerca de Casa Guzmán. Además, la lluvia era intensa. Alejandro condujo hasta el centro de la ciudad, donde finalmente encontró una farmacia abierta las 24 horas. Allí, tras consultar con el farmacéutico, compró el
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Capitulo 119
medicamento y regresó a casa.
Cuando volvió, Felipe aún lo estaba esperando.
La lluvia había sido tan fuerte que, a pesar de su rapidez, la ropa de Alejandro estaba algo húmeda.
-Felipe, gracias por esperar. Ya puedes irte a descansar.
Señor. -Felipe lo llamó justo antes de que subiera las escaleras—. El señor Miguel se despertó hace un rato para pedir agua. Preguntó por usted y dijo que le gustaría desayunar juntos mañana.
Alejandro asintió.
-De acuerdo, lo haré.
Felipe lo miró con cierta duda, y tras vacilar un poco, agregó:
-Perdón por meterme, pero quiero decirle algo… ¿Es Luciana la que se lastimó, verdad? Señor, debería ser más paciente con su esposa. Luciana tiene la piel muy delicada, y debe estar doliéndole mucho.
Alejandro arqueó una ceja, a punto de responder, pero decidió no decir nada. En tan poco tiempo, Luciana había logrado que Felipe la defendiera, lo que ciertamente demostraba que tenía su mérito. No quería discutir más.
De repente, la imagen de la cara hinchada de Luciana volvió a su mente, y pensó que Felipe tenía razón. «Sí, debe doler mucho.»>
-Lo tendré en cuenta, Felipe. Gracias. Voy a subir ahora. Ayuda a mi abuelo con lo que necesite.
-Claro, señor, Buenas noches.
El cuarto estaba completamente a oscuras. Luciana no esperaba que Alejandro regresara, pero escuchó la puerta abrirse y sus pasos acercándose lentamente. «¿Qué pretende hacer ahora?», pensó, Decidió fingir que dormía.
Alejandro encendió la lámpara de la pared, una luz tenue iluminó el cuarto lo suficiente. Creyendo que Luciana estaba dormida, se movió con cuidado, retirando el paquete de hielo de su mejilla. Desenroscó el frasco de crema y, con la yema de los dedos, comenzó a aplicar el ungüento con delicadeza sobre la marca rojiza de su rostro.
Luciana mantuvo los ojos cerrados, pero el suave cosquilleo y el olor a hierbas la hacían cada vez más consciente de lo que ocurría. ¿Le está aplicando crema? Su corazón comenzó a latir con fuerza, luchando por no delatarse. Se esforzó por mantener la calma, sin querer que
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Alejandro notara que estaba despierta.
Alejandro, concentrado, terminó de esparcir la crema y estaba a punto de apagar la luz cuando, de repente, Luciana abrió los ojos y se levantó de la cama sin decir una palabra. Caminó rápidamente hacia el baño y cerró la puerta de golpe.
-¿Luciana? -Alejandro la siguió, sorprendido. ¿Qué estás…?
No necesitaba terminar la pregunta. Luciana se había agachado frente al lavamanos, abrió el grifo y comenzó a lavarse el rostro con insistencia, quitándose la crema que él le había aplicado. Se lavaba justo el lado donde había puesto el ungüento.
El rostro de Alejandro se endureció. Una furia contenida lo invadió.
-¡Luciana Herrera!
Ella lo ignoró. Seguía frotándose la cara como si intentara quitarse algo tóxico, ¡como si lo él le había aplicado fuera veneno! ¿Tan poco valoraba sus cuidados?
que
-¡Muy bien! -espetó Alejandro, con rabia, dando media vuelta. Caminó hacia la cama, tomó el frasco de crema y lo lanzó con fuerza al bote de basura, donde cayó con un ruido sordo.
Cuando Luciana terminó de lavarse la cara y salió del baño, solo alcanzó a ver su espalda llena de ira mientras se marchaba.
-Ale…
Trató de llamarlo, pero la última palabra se le quedó atorada en la garganta. Él ya había salido, cerrando la puerta con un fuerte portazo.
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