Capítulo 120
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En su mente, Alejandro ya había tomado una decisión. Se iría de Casa Guzmán esa misma noche. ¡No quería pasar ni un segundo más bajo el mismo techo que Luciana!
Pero era tarde, llovía fuerte y, además, tenía que desayunar con su abuelo por la mañana. Frustrado, sacó un cigarrillo, lo encendió y dio un par de caladas profundas antes de dirigirse a la habitación de invitados.
Por suerte, en Casa Guzmán siempre mantenían las habitaciones de invitados limpias y listas, porque esa noche Alejandro no sabía dónde más habría dormido. Se tiró en el sofá, y fue entonces cuando notó que aún llevaba la ropa húmeda por la lluvia. Todo por culpa de Luciana. Pero, claro, a ella no le importaba.
***
A la mañana siguiente, Felipe notó que la pareja había dormido en habitaciones separadas y se lo comentó a Miguel en cuanto lo vio.
Miguel solo asintió, tranquilo.
-Déjalos, que hagan lo que quieran. Si no se pelean cuando son jóvenes, ¿cuándo lo harán? ¿ Cuando sean viejos?
Felipe soltó una carcajada.
-Es verdad. Aunque, si me permite decirlo, señor, yo creo que Alejandro está enamorado de Luciana. Es obvio cuánto le importa, y esas cosas no se pueden disimular.
—¿Así que tú también lo has notado? -Miguel sonrió con complicidad—. Bueno, que peleen todo lo que quieran, pero hay que darles una pequeña ayuda cuando sea necesario.
-Entendido, señor. Yo me encargaré.
***
Después de arreglarse, Luciana bajó las escaleras y se encontró con Amy. Como de costumbre, le preguntó:
—Amy, ¿ya está lista la comida del abuelo? La llevo yo.
-No hace falta -respondió Amy con una sonrisa-. Está hablando con Felipe y van a comer juntos.
-Ah, de acuerdo -asintió Luciana-. Entonces iré al baño primero.
-Está bien, yo iré preparando el desayuno -añadió Amy, comenzando a poner la mesa.
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Capítulo 120
Luciana llegó al pie de la escalera justo cuando Felipe bajaba con una bandeja.
-Buenos días, Felipe.
-Buenos días, Luci–respondió Felipe, recordando las palabras de Miguel-. ¿Discutiste anoche con Alex?
Luciana se quedó perpleja. No esperaba una pregunta tan directa, y le resultaba incómoda.
Felipe soltó una risa ligera.
-No es que quiera meterme en tus asuntos, pero pensé que deberías saberlo. Anoche, Alex estaba preocupado de que no consiguieran la crema adecuada. Se le veía inquieto porque sabe que no puedes usar cualquier cosa estando embarazada, así que salió él mismo a comprarla bajo la lluvia. Volvió completamente mojado.
¿De verdad?
Luciana recordó que, efectivamente, su cabello estaba húmedo la noche anterior. Así que por
eso estaba tan molesto…
-Gracias, Felipe, ahora lo entiendo.
Felipe, sonriendo, continuó su camino con la bandeja.
Mientras Amy terminaba de poner el desayuno, Alejandro entró, se sentó y, sin preámbulos, preguntó:
-¿Y el abuelo?
-Nada de <<abuelo>> -lo interrumpió Amy con una sonrisa—. Él ya comió. Ahora desayuna
con Luciana.
En ese momento, Luciana regresó y, al ver a Alejandro, apretó los labios. Alejandro, por su parte, actuó como si no la hubiera visto, ayudando a Amy a colocar las cosas en la mesa. Sin pensarlo mucho, dejó una sopa frente a Luciana.
-¡Hey! —Amy lo golpeó suavemente en el brazo—. Esa sopa es tuya.
-¿Eh? -Alejandro no entendía-. ¿No son todas iguales? ¿Qué más da cuál beba?
-No son iguales -respondió Amy, riendo entre dientes-. Esa tiene menta, y Luciana es alérgica a la menta.
Amy cambió rápidamente los tazones.
-Ella no puede tomarla, así que te toca a ti.
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Capítulo 120
Luciana sonrió con amabilidad y agradeció:
-Gracias.
-No hay de qué. Disfruten su desayuno.
Luciana asintió mientras se sentaba. Tenía el día libre, así que podía permitirse desayunar con calma.
Alejandro, por otro lado, tenía la mente a mil por hora. Sus ojos no se apartaban de Luciana mientras digería la revelación.
¡Es alérgica a la menta!
La crema de anoche… jolía fuertemente a menta!
Vaya… así que era por eso.
Luciana podía sentir las miradas intensas fijas sobre ella. Vaciló un instante antes de levantar la cabeza. Sus ojos se encontraron con los de Alejandro.
Alejandro se sintió incómodo, pero en lugar de admitirlo, habló con firmeza:
-¿Qué me miras?
Luciana suspiró para sus adentros. Este hombre… Decidió no complicar las cosas y simplemente dijo:
-Felipe me contó lo de anoche. Perdón y, también, gracias.
Alejandro frunció el ceño. «¿Lo sabe? ¡Felipe tiene la lengua demasiado suelta!»> Sin embargo, una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. Al fin y al cabo, tenía una regla de oro: si le daban la oportunidad de suavizar las cosas, la tomaba.
Tosió levemente, aclarándose la garganta, y con voz grave y serena dijo:
-Perdón, no sabía que eras alérgica a la menta. Fue mi descuido.
Había sido su error, lo sabía.
Luciana, viendo esa expresión un tanto torpe y hasta ingenua en Alejandro, no pudo contener una sonrisa.
-No tiene sentido que te disculpes por algo que no sabías. No fue tu culpa.
Pero antes de que pudiera relajarse, él añadió:
-Entonces, ¿rechazaste mi ayuda solo por la alergia, verdad?
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Capítulo 120
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Luciana se quedó perpleja por un segundo, luego asintió lentamente.
-Sí, eso fue.
Alejandro sonrió, satisfecho.
Pero pronto recordó otro asunto. Golpeó la mesa con los dedos, subrayando lo que estaba a punto de decir. Luciana, extrañada, lo miró interrogante.
-A partir de ahora, no quiero que aceptes dinero de… ese tipo.
El tono de Alejandro era severo, su voz helada, reflejando un enojo profundo.
Luciana lo miró, sorprendida. Sabía que se refería a Ricardo. Con una sonrisa contenida, respondió:
-¿Y si te digo que hace mucho, mucho tiempo que no acepto nada de él, me creerías?
Lo que pasó aquel día con Ricardo todavía no le quedaba claro a Luciana, pero decidió no darle muchas vueltas.
Alejandro entrecerró los ojos, evaluando la veracidad de sus palabras.
-Es verdad -Luciana sonrió y levantó la mano como si jurara-. ¿Necesito jurarlo? Tú estabas ahí ese día. Viste que me dio dinero, pero yo no lo acepté. ¡El dinero quedó tirado por todos lados! 1
Alejandro recordó la escena. Había estado presente, pero no estaba seguro de haber visto toda la situación o solo el final.
Después de unos segundos en silencio, decidió darle el beneficio de la duda.
En esas breves pausas, Alejandro reflexionó. Estaba claro que Luciana ya no necesitaba la ayuda de Ricardo. Él mismo le había dado una tarjeta, y además, estaba Fernando. Lo que sucedió antes… no podía culparla. Luciana había perdido a sus padres y tenía un hermano con autismo que cuidar. La vida le había puesto demasiados obstáculos.
No era que hubiera elegido mal. Las circunstancias la habían empujado. No era un error de ella.
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