Capítulo 121
Era raro tener un día libre, pero Luciana no dejaba de estar ocupada. Todos los encargos de traducción estaban terminados, y hoy debía ver al editor para entregar el último trabajo. Aprovecharía la ocasión para renunciar.
Ahora que comprendía claramente los sentimientos de Fernando, sabía que, para cortar cualquier esperanza, no podía seguir aceptando su ayuda. Con los estudios para el examen de ingreso y la propuesta de Delio para trabajar en su equipo, su vida estaba a punto de cambiar.
El editor lamentó su decisión, pero lo entendió.
Más tarde, se encontró con Martina, quien también lamentaba la renuncia, aunque por razones muy distintas.
-Entonces, ¿de verdad no hay ninguna esperanza con Fernando? -preguntó Martina. Ya lo sabía todo, Vicente se lo había contado.
Luciana cerró los ojos un instante, su mente clara, libre de dudas.
-Su familia nunca me aceptará, y ya pasé por ese dolor una vez. No quiero volver a vivirlo.
Martina la entendía. Había sido testigo de todo lo que Luciana había soportado durante esos años difíciles.
-Tienes razón. Vamos a enfocarnos en nuestra carrera. ¡Pronto serás la doctora Luciana, la mejor cirujana! -exclamó Martina con entusiasmo.
Luciana sonrió suavemente.
-Sí, vamos por eso ―asintió.
Pero antes de pensar en su futuro profesional, había algo más urgente que resolver. Algo que había estado rondando en su mente durante mucho tiempo.
El bebé.
Después de mucho meditar, Luciana había decidido interrumpir el embarazo. Aunque la decisión la llenaba de tristeza, sabía que traer a ese bebé al mundo no sería lo mejor para ninguno de los dos. Su salud era incierta, y el niño no tendría un padre presente. En el fondo, sentía que incluso el bebé, si pudiera decidir, no querría nacer en esas circunstancias.
A diferencia de la vez anterior, cuando Alejandro la obligó a considerar el aborto, ahora estaba completamente segura de su decisión. Lo había pensado detenidamente y sabía que era lo
correcto.
Buscó una clínica por su cuenta, hizo una cita y reservó la fecha para los exámenes. Se sentó en
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la sala de espera, mirando las paredes blancas y silenciosas, esperando su turno.
En el otro extremo del pasillo, Salvador acababa de visitar a un cliente. Al salir del elevador, una figura en la sala de espera llamó su atención. «¿Esa no es la esposa de Alejandro?»> pensó, sorprendido.
-¡Luciana Herrera! -llamó una enfermera desde la puerta.
Luciana se levantó rápidamente.
-Soy yo–respondió.
-Pasa, por favor.
-Gracias -dijo Luciana mientras entraba al consultorio.
Salvador esbozó una sonrisa de lado, reconociendo su intuición. Así que era Luciana. «¿Qué estará haciendo aquí? ¿Estará enferma?», se preguntaba.
Dentro del consultorio, la doctora desplegó el informe frente a Luciana y explicó con voz
tranquila:
-Tu pared uterina es más delgada de lo normal.
Luciana no necesitaba más detalles. Sentía cómo su corazón se hundía lentamente.
-Tu situación no es adecuada para realizar un aborto -añadió la doctora.
El color de su rostro se desvaneció. Asintió, entendiendo perfectamente lo que eso significaba.
—¿Aún así quieres continuar? -La doctora no evitó el tono grave-. Si decides seguir adelante, existe el riesgo de que puedas perder para siempre la capacidad de tener hijos.
Luciana ya lo sabía. Permaneció en silencio, procesando cada palabra.
-¿Y tu esposo? -preguntó la doctora, revisando su expediente-. Estás casada, ¿verdad? Este tipo de decisiones suelen tomarse en pareja. ¿Por qué no te acompaña?
Luciana se ajustó mentalmente. Perder la capacidad de ser madre… Ya lo había considerado. No le importaba. Si lo perdía, tendría su carrera, tendría a Pedro. Eso sería suficiente.
—Nos estamos divorciando -respondió con una frialdad que ocultaba el torbellino en su interior. Por favor, programe la cirugía.
La doctora la miró con sorpresa, pero su compostura profesional no tardó en regresar.
-Está bien–respondió-. Pero tendrás que esperar, quizás dos o tres horas.
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-No hay problema, esperaré–contestó Luciana, su tono firme.
-Perfecto dijo la doctora, volviendo a la computadora para hacer los arreglos.
***
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En las oficinas de Grupo Guzmán, Alejandro recibió una llamada inesperada. Salvador.
-¿Qué pasa? -preguntó Alejandro, con voz impaciente.
-Alex, te acabo de enviar mi ubicación. Apúrate, tu esposa está a punto de hacer una locura respondió Salvador, serio.
***
La cirugía estaba programada para las siete de la noche, tres horas después. Mientras tanto, Luciana decidió llamar a Casa Guzmán.
-Felipe, hoy llegaré tarde. Por favor, dile a mi abuelo que en cuanto regrese lo acompañaré… Gracias, Felipe… Hasta luego.
Colgó el teléfono y, al bajar la mirada, notó algo que la hizo detenerse. Frente a ella, alguien estaba parado. Reconoció el traje, el porte, la figura inconfundible.
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