Capítulo 127
Cuanto más furia acumulaba en su interior, más sereno aparentaba estar por fuera. Soltó una risa sarcástica.
-Sergio, acelera.
-Sí–respondió Sergio, obedeciendo sin dudar.
El auto aceleró, pero Alejandro no apartaba la vista de la escena. Arturo subió a Luciana al auto, y la imagen golpeó su mente como un martillo.
¿Qué demonios pretendía ella? ¿Acaso le faltaba algo? Si necesitaba dinero, ¿por qué no se lo pedía a él? ¿No le importaba lo que llevaba en su vientre? ¡Claro! Se había olvidado de que ella había intentado deshacerse del bebé. Si no la hubiera detenido, ya lo habría hecho.
La rabia le carcomía. ¿Y ahora con Arturo? Solo imaginar lo que ese viejo podría hacerle a Luciana lo volvía loco.
En el asiento delantero, Sergio lo observaba de reojo, viendo las cambiantes expresiones en su rostro. Tras pensarlo, decidió hablar.
-Primo, creo que aquí hay algo que no encaja.
Alejandro sonrió con amargura, su tono cargado de sarcasmo.
—¿Ah, sí? ¿La defiendes? Entonces dime, ¿qué es lo raro?
-Arturo es un viejo. Ni siquiera es atractivo, y en cuanto al dinero, no tiene más que tú.
Cada palabra de Sergio golpeaba en la lógica de Alejandro. El enfado crecía, pero también lo hacía la duda. ¿Luciana, con ese viejo repulsivo? ¿Después de haberlo rechazado a él?
Algo no cuadraba.
De repente, Alejandro sintió como si su mente se despejara. Los celos lo habían cegado, pero Sergio acababa de sacarlo de esa nube de furia. Luciana no era así. No antes, no ahora. Ella lo había rechazado, sí, pero eso no significaba que se hubiera hundido tan bajo.
-Sergio, da la vuelta. ¡Síguelos!
-¡Entendido!
Pero cuando lograron dar la vuelta, Arturo ya había desaparecido con Luciana.
Los ojos de Alejandro se oscurecieron, como si una sombra los cubriera.
-Alex–Sergio, notando la tensión en el aire, intentó calmarlo-. No te preocupes, Arturo es
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Capítulo 127
un tipo fácil de seguir. No será difícil averiguar a dónde va.
-¡Hazlo rápido! -exigió Alejandro, incapaz de soportar la idea de lo que podría sucederle a Luciana si llegaban demasiado tarde.
***
Hotel Real.
Arturo siempre reservaba una suite en este lugar, un espacio exclusivo donde rara vez entraba solo. Cada noche, lo acompañaba una mujer distinta. Pero esta noche era diferente. La que tenía frente a él era la más codiciada, la que había esperado por tanto tiempo.
Luciana abrió los ojos con una punzada en el cuello. Un aroma dulce e inusual la rodeaba, llenando la habitación. ¿Incienso?
El sonido del agua corriendo provenía del baño, y a través del vidrio esmerilado, distinguió la sombra de un hombre. Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar lo último que había sucedido: el golpe, la oscuridad. Estaba en peligro.
El pánico la hizo moverse de inmediato, tratando de levantarse. Tenía que escapar antes de que él saliera del baño. Pero apenas intentó moverse, notó que sus manos y pies estaban atados. Bajar de la cama resultaba casi imposible.
¿Qué podía hacer?
Con gran esfuerzo, se deslizó hasta el borde de la cama. Consiguió ponerse de pie, aunque sus tobillos atados complicaban cada movimiento. Comenzó a saltar hacia la puerta. Si lograba salir de la habitación, podría pedir ayuda.
Apenas había dado dos saltos cuando el sonido del agua cesó. La puerta del baño se abrió, y el hombre salió envuelto en una toalla. Era un hombre de mediana edad, gordo, medio calvo.
Luciana lo reconoció al instante. ¡Era él! ¡Arturo Méndez! ¡El hombre al que Clara la había vendido!
-¿Y a dónde crees que vas? -preguntó Arturo, una chispa de sorpresa en su mirada, que desapareció tan rápido como había aparecido.
Con un movimiento brusco, la agarró de la cintura y la arrojó de nuevo sobre la cama. Se inclinó sobre ella, una expresión de pura lascivia deformando su rostro.
-Luciana, ¿es ese tu nombre? -su voz era una mezcla de susurro y burla-. Cariño, me has hecho esperar tanto tiempo…
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