Capítulo 128
Mientras hablaba, acercó su rostro al cuello de Luciana y aspiró profundamente, como si disfrutara de cada segundo.
-Mm, qué delicioso aroma…
Sus ojos se llenaron de codicia, brillando como si hubiera encontrado un tesoro exótico. No tenía prisa, disfrutaba del momento, saboreando cada segundo. Con la punta de sus dedos, recorrió lentamente la mejilla de Luciana, disfrutando de su miedo.
-Tenemos todo el tiempo del mundo, preciosa–murmuró, su voz impregnada de una falsa dulzura-. Te haré disfrutar como nunca, te lo aseguro. Ja, ja…
Cada palabra le producía a Luciana una mezcla nauseabunda de miedo y repulsión. Su cuerpo se tensó bajo su toque, su mente buscando desesperadamente una salida.
¿Qué podía hacer?
La desesperación la consumía. ¿Acaso esa noche no había escapatoria de esa pesadilla?
—Luciana, déjame darte un besito.
Una cara rechoncha y llena de arrugas se acercaba lentamente hacia ella. El miedo paralizó a Luciana, quien, aterrada, empezó a gritar con desesperación.
—¡Auxilio! ¡Por favor, alguien, ayúdenme! ¡No te acerques! ¡Nooo!
Sus gritos resonaban por la habitación, incontrolables. Arturo, frustrado, le tapó la boca con fuerza, intentando sofocar sus súplicas. Aunque estaban en la suite presidencial, el volumen de los gritos era alarmante.
-¡Deja de gritar! -gruñó.
Pero Luciana se resistía, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, negándose a rendirse. La desesperación lo llevó a arrancar una toalla y, con brusquedad, metérsela a la fuerza en la boca.
—¡Mmm…! —El sonido ahogado de su resistencia fue lo único que pudo emitir.
Arturo, agitado, la miraba con frustración mientras murmuraba entre dientes:
-¿Por qué no obedeces? Tu madrastra me dijo que este incienso era infalible. ¿Por qué no está funcionando?
¿Qué…?
Los ojos de Luciana se abrieron de par en par, llenos de horror. ¡Clara! Todo comenzó a encajar. ¡Clara la había entregado a este monstruo! Nunca hubo pertenencias de su madre, solo
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Capítulo 128
una trampa.
¿Cómo había sido tan ingenua?
Arturo, ajeno a su lucha interna, se inclinó sobre ella con una sonrisa lasciva.
-Qué lástima, no podré besarte los labios… pero tu cara servirá. Tienes la piel tan suave…
Luciana intentó girar la cabeza, pero el hombre logró plantarle un beso en la mejilla. El asqueroso aliento a alcohol invadió sus sentidos, mientras las lágrimas comenzaron a correr
por su rostro.
En ese momento, solo deseaba morir. Pero no podía morir.
¡Aún tenía que proteger a Pedro!
***
Fuera de la habitación.
Sergio asintió hacia Alejandro.
-Es aquí. Las cámaras lo confirman, es Luciana.
—¡Abre la puerta! -ordenó Alejandro, su voz baja pero cargada de una furia contenida.
Sus ojos entrecerrados parecían tranquilos, pero la ira que se ocultaba tras ellos era devastadora.
-¡Sí!
El sonido de una patada resonó con fuerza al romper la puerta, seguido de un desgarrón que se mezcló de forma perturbadora. Alejandro sintió que algo dentro de él se tensaba, como un resorte a punto de romperse. Su respiración se volvió pesada, y sin dudarlo, entró en la habitación.
Arturo apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de sentir una mano cerrándose sobre su garganta. La presión era tal que apenas podía respirar. Intentó gritar.
-¿Quién diablo…? ¡Ahhh!
Su grito se convirtió en un alarido de dolor cuando su cuerpo voló por el aire, como una marioneta rota, estrellándose contra el suelo.
-¡Ay…!
El golpe lo dejó inmóvil, el dolor mezclado con sorpresa y rabia lo mantenía aturdido. Con esfuerzo, levantó la cabeza, los dientes apretados por la furia.
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Capítulo 128
-¿Quién demonios se atreve a…?
Las palabras se desvanecieron cuando vio quién estaba frente a él. El pánico lo dejó petrificado. Su rostro se tornó blanco como el papel.
Esta escena le resultaba familiar. Demasiado familiar.
Era la segunda vez en pocos meses que Alejandro lo lanzaba al suelo por una mujer. La primera fue Mónica, pero ahora… era Luciana. ¿Ambas hermanas?
No podía ser. ¡Qué maldita suerte la suya!
Tartamudeando, Arturo apenas logró balbucear:
-Se… señor Guzmán…
Alejandro lo fulminó con la mirada, sus ojos cargados de un odio tan profundo que parecía capaz de destruirlo por completo. Sin pronunciar una palabra, levantó el pie y lo estrelló con brutalidad contra su estómago.
-¡Ahhh…!
Arturo voló por la habitación, deslizándose hasta chocar con la pared. Se acurrucó en el suelo, gimiendo de dolor.
Un sollozo bajo llegó desde la cama, y Alejandro se congeló. Luciana.
Cuando levantó la vista y la vio, una nueva ola de rabia lo invadió. ¡Maldita sea!
Luciana estaba casi desnuda, cubierta por lo que apenas podía considerarse ropa, como un bikini ridículamente pequeño. ¿Qué habría pasado si hubiera llegado un poco más tarde? El pensamiento lo enfureció aún más. 1
Alejandro giró bruscamente hacia Sergio, Juan y Simón, que acababan de entrar detrás de él.
-¿Quieren perder los ojos? -les espetó, con un grito lleno de furia—. ¡Den la vuelta ahora mismo!
No podía permitir que ellos la vieran así.
-¡Sí! -obedecieron de inmediato, sin siquiera atreverse a mirar más allá.
Alejandro, respirando con dificultad, agarró una manta cercana y la cubrió rápidamente. Luego
que la levantó en brazos, abrazándola con fuerza, como si con eso pudiera borrar lo pasado.
había
-¡Sniff, sniff…! -Luciana sollozaba, su voz rota entre lágrimas-. Alejandro…
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-Estoy aquí -respondió él, con el corazón acelerado, invadido por una mezcla de vergüenza y culpa.
¿Cómo pudo ser tan ciego? Si no hubiera sido por la advertencia de Sergio, Luciana habría estado en un peligro aún mayor.
-Lo siento… lo siento tanto -murmuró Alejandro, atormentado.
Luciana no podía articular palabra. Solo lloraba.
Preocupado de que estuviera herida, Alejandro la miró con urgencia.
-¿Dónde te tocó ese viejo? ¿Qué te hizo?
Luciana abrió la boca, pero solo consiguió que sus ojos se llenaran aún más de lágrimas. El dolor y la vergüenza eran demasiado intensos.
-¡Dímelo! —Alejandro le tomó el rostro con suavidad, aunque su mirada estaba llena de rabia contenida—. Si no me lo dices, lo mato.
Luciana sollozó antes de responder con la voz quebrada:
-Él… me besó… y me tocó…
Una chispa peligrosa iluminó los ojos de Alejandro al escuchar esas palabras. Entrecerró los ojos, sus pupilas oscuras llenas de odio. En un movimiento rápido, se quitó la chaqueta y la
cubrió sobre la cabeza de Luciana.
-No te la quites–le ordenó con voz firme. No importa lo que escuches, no la quites. Sé buena y obedece.
La oscuridad envolvió a Luciana. Solo podía escuchar su respiración acelerada. No sabía lo que iba a hacer, pero no quería verlo.
Alejandro se levantó de un salto, pero caminó con lentitud, cada paso resonando en la habitación, hasta quedar frente a Arturo. En ese momento, Arturo lo entendió todo.
¡Luciana era de Alejandro!
¡Maldición! Se había metido con las dos hermanas sin saberlo. Solo podía maldecir a Clara por haberlo metido en semejante lío. Si hubiera sabido que Luciana era de Alejandro, nunca habría
osado tocarla.
Temblando de miedo, Arturo balbuceó:
-Se–señor Guzmán… yo… no sabía… no llegué a hacer nada. ¡Lo juro! ¡Ni siquiera la toqué! De verdad…
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Alejandro se inclinó lentamente y recogió una de las sandalias tiradas en el suelo. Una sonrisa torcida se formó en sus labios mientras la levantaba. Con un movimiento rápido, le dio un bofetón a Arturo.
-¡Te atreviste a besarla! -gritó Alejandro, su voz llena de desprecio-. Tú, que no eres más que basura, ¿te atreviste a tocarla?
¡Plaf! ¡Plaf! Los golpes continuaron, cada uno más fuerte que el anterior.
Arturo, incapaz de suplicar, solo gemía, su cuerpo doblado por el dolor.
Alejandro, respirando con esfuerzo por la furia, se detuvo un momento, su mirada fija en la boca ensangrentada de Arturo. Su voz era fría y cortante cuando habló de nuevo:
-¿Con qué mano la tocaste?
Arturo, tembloroso, levantó con dificultad su mano derecha. Alejandro, sin decir una palabra más, levantó el pie y lo aplastó con fuerza. Un crujido desagradable se mezcló con el grito ahogado de Arturo.
El olor a sangre llenó lentamente el aire.
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