Capítulo 13
<<¿La esposa? Qué interesante esta chica», pensó Alberto, esbozando una sonrisa mientras lanzaba una mirada a Alejandro.
-Ah, entonces, ¿a qué has venido hoy con Alejandro?
Conociendo al nieto de su viejo amigo Miguel, sabía que, aunque Alejandro tenía muchas cualidades, carecía de calidez humana, por lo que esta era una rara oportunidad para divertirse un poco con él.
-El abuelo me pidió que viniera con Alejandro para desearle un feliz cumpleaños -respondió Luciana con sinceridad.
-Pues te lo agradezco mucho -repuso Alberto con un asentimiento de cabeza y la animó a seguir hablando-: Ya que has venido a felicitarme, ¿qué regalo me has traído?
Alejandro sintió un nudo en el estómago, temiendo lo peor. ¿Qué podría haber preparado Luciana?
Alberto no había sido muy cálido con él, y temía que esto empeorara la situación. Sin embargo, para sorpresa de todos, Luciana asintió.
—Sí, traje algo.
<<¿En serio?»>, pensó Alejandro, arqueando una ceja, y le apretó la mano.
-¡No me causes problemas! -le advirtió, a pesar de su sonrisa.
Luciana apartó su mano, sacó una caja de su bolso y la colocó delante de Alberto con una leve
reverencia.
Aquel era un objeto que había conseguido en Fate Sanctuary unos días atrás.
-Es un pequeño gesto, para desearle que todos los años sean tan felices como este.
-Gracias por tus buenos deseos -agradeció Alberto.
Acto seguido, abrió la caja decorada y, por un momento, se quedó sorprendido.
-Esto es…
Su expresión era indescifrable, lo que hizo que todos en la mesa contuvieran el aliento, preguntándose si la chica había ofendido al señor Delgado, en especial Alejandro.
-Es un amuleto de Fate Sanctuary. No tiene gran valor económico -se apresuró a explicar
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Capitulo 13
Luciana.
Tan pronto como terminó de hablar, la mesa se llenó de murmullos, y todas las miradas se dirigieron hacia ella.
-Muy bien, muy bien -asintió Alberto, visiblemente complacido. Su alegría era más que
evidente.
A continuación, se volvió hacia Alejandro, quien no entendía bien lo que estaba ocurriendo.
-El amuleto de Fate Sanctuary no se vende al público. Si alguien quiere uno, debe caminar desde la entrada del santuario hasta el salón principal, arrodillándose en cada paso, hasta que un sacerdote se lo entregue -explicó. Un paso y una reverencia por cada año de vida, es un símbolo de sinceridad y devoción. –Señaló a Luciana y la alabó-: Esta chica es mucho más considerada que tú, muchacho.
En ese momento, Alejandro lo comprendió lo que había sucedido con Luciana: los moretones en sus rodillas se los había hecho al arrodillarse. Sin lugar a dudas, sabía cómo ganarse el favor de los ancianos: el abuelo la adoraba y, ahora, Alberto también.
Después de que terminó el banquete, el secretario de Alberto se acercó a Alejandro.
-Señor Guzmán, el señor Delgado le pide que lo visite esta noche en su residencia y que traiga a la joven con usted.
Al escuchar esto, Alejandro se sorprendió un poco, pero luego agradeció:
-Por favor, dígale al señor Delgado que estaremos allí puntualmente. (1)
Después de que el secretario se marchó, un destello de alegría se reflejó en el rostro de Alejandro. Aunque otros no lo notaron, Sergio sí.
-Primo, ¿el señor Delgado finalmente cedió?
-Sí–asintió Alejandro, con los ojos entrecerrados mientras miraba a Luciana, que esperaba tranquilamente a un lado. (1)
Aunque no quería admitirlo, tampoco podía negarlo.
-Después de medio año de esfuerzos, todo se ha resuelto gracias a esta chica y su idea de conseguir el amuleto.
Luciana, sin duda, lo había ayudado.
Alejandro llevó a Luciana de vuelta a la habitación. A pesar de que ella todavía le resultaba útil,
no le prestó atención, aunque tampoco la echó.
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-Alejandro lo llamó Luciana, una vez dentro.
-¿Qué pasa? -preguntó él, volviéndose hacia ella y mirándola con frialdad.
-Eh… Luciana señaló la cocina y preguntó-: ¿Puedo usarla un momento?
Alejandro arqueó una ceja.
-¿Vas a cocinar? ¿No comiste suficiente?
Desde
que había entrado al salón, no había dejado de comer.
-No. Luciana agitó la mano-. Tengo un poco de congestión nasal, creo que me voy a resfriar, y quiero hacerme un poco de agua de limón. 2
Aunque era joven y fuerte, después de pasar la noche en el frío, temía enfermarse.
Al oír esto, Alejandro se sintió un poco incómodo.
-¿Eso te sirve? ¿No prefieres tomar una medicina?
Dado que ese día ella lo había ayudado, no le molestaría pedirle a Sergio que le trajera algún medicamento.
-No es necesario. (1)
Luciana sonrió y negó con la cabeza.
-Desde que era niña, siempre he tomado esto cuando me resfrío, y nunca hubo problema.
Desde pequeña, su madrastra Clara la maltrataba, y, cuando enfermaba, no solo no la llevaba al médico, sino que ni siquiera le compraba medicinas. Por lo que siempre se preparaba agua de limón por su cuenta.
-¿Puedo?
Alejandro permaneció en silencio por un momento, antes de esbozar una ligera y fría sonrisa y responder:
-Haz lo que quieras.
Acto seguido, se dio la vuelta, y comenzó a subirlas escaleras.
Aliviada, Luciana suspiró y entró en la cocina.
Cuando Alejandro bajó a servirse un vaso de agua, toda la planta baja estaba impregnada con el fuerte aroma del agua de limón.
བ བ ༤
Echó un vistazo a la cocina y vio a Luciana abrazando una taza, de la cual sorbía lentamente.
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Entrecerrando los ojos, pensó en lo que ella le había dicho: desde pequeña, tomaba esa agua cuando se resfriaba. Pero ¿por qué? ¿Acaso no tenía dinero para medicamentos? 2
En ese momento, recordó que su abuelo le había mencionado que la madre de Luciana había fallecido cuando ella era muy pequeña… Así que, por lo visto, no lo había tenido tan fácil durante todos esos años.
«Vaya…>>
***
Más tarde esa noche, Alejandro llevó a Luciana a la residencia de Alberto.
En un patio con techo de cristal, una mesa redonda de madera de peral ocupaba el centro, con incienso de sándalo quemándose y Alberto ya estaba sentado en la cabecera.
A su lado, lo acompañaba José Manzano, de Unión Manzano, con quien hablaba y reía.
<<¿También está José?», se preguntó Alejandro, frunciendo el ceño.
En el Proyecto Lago Escondido, Unión Manzano era su principal competidor.
Sin mostrar ninguna emoción, Alejandro avanzó y se inclinó ligeramente.
-Señor Delgado.
–Alejandro, ya estás aquí —dijo Alberto alzando la mirada y esbozando una sonrisa, antes de dirigir su atención a Luciana—. Me alegra que tú también hayas venido.
-El señor Delgado me invitó, así que para mí es un gran honor -repuso Luciana, sonriendo con timidez.
—¡Ja, ja, ja, muy bien! -Rio Alberto, antes de hacer un gesto con la mano, invitándolos a tomar asiento-. Llegaron justo a tiempo. José estaba diciendo que quería cantar un par de canciones para este viejo. Es una oportunidad única, Alejandro, también deberías escucharlo.
–Entonces me prepararé para cantar -dijo José, ajustándose las gafas.
Dicho esto, le lanzó una mirada a Alejandro, llena de desafío.
Sin saber qué estaba tramando José, Alejandro tomó asiento, con Luciana a su lado.
Al poco tiempo, las luces del salón se atenuaron, y un haz de luz iluminó el espacio al frente.
Con el ritmo marcado por los tambores de ópera tradicional, José, vestido con un traje de
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ópera y maquillaje teatral, entró desde un lateral, dio una vuelta y comenzó a cantar:
–En un jardín pequeño y profundo, los años se entrelazan, los sueños revolotean como aves. El humo se disipa, los hilos de bordado quedan a medio terminar, ¿por qué este sentimiento de primavera es igual al del año pasado? (4)
Aunque no era un profesional, su actuación resultaba bastante convincente.
-¡Bravo! -aplaudió Alberto con entusiasmo, encantado.
Alejandro sintió que algo no iba bien. A Alberto le encantaba la ópera tradicional, y José, en su afán por ganarse su favor, no había dudado en disfrazarse como un actor de ópera, por lo que no podía evitar temer que aquello pudiera poner en peligro sus posibilidades de obtener el Proyecto Lago Escondido. (3
En el centro del salón, José continuó cantando con gran algarabía durante un buen rato antes de terminar. @
-¡Qué bien has cantado! -lo alabó Alberto.
Señor Delgado, me temo que mi actuación fue modesta -respondió José.
-¿Cómo que modesta? -inquirió Alberto, sin dejar de sonreír-. Hoy en día no es fácil, encontrar jóvenes que sepan hacer esto. José, realmente te has esforzado mucho. Has practicado bastante, ¿verdad? a
-Sí, he practicado mucho -asintió José-, pero si logré hacerle sonreír, valió la pena.
-Buen chico -repuso Alberto en un suspiro.
-Ve a quitarte el maquillaje, luego tomaremos un par de copas juntos.
-De acuerdo. (1
Alberto se dirigió primero al comedor, dejando a José con una expresión de triunfo en su
rostro.
–Señor Guzmán, ¿qué crees que fue más efectivo? ¿Los golpes de cabeza de tu mujer o mi actuación? -inquirió José, y, sin esperar respuesta se marchó a desmaquillarse. 2
Aunque Alejandro mantenía una expresión tranquila, Luciana podía ver que estaba bastante molesto.
-¿Todavía vamos a cenar? -preguntó la joven, con un deje de duda.
-Sí, ¿por qué no?
Tras decir esto, Alejandro se dio la vuelta de inmediato, pero su sombra parecía llevar consigo una nube de oscuridad.
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En el comedor, Alberto dio la orden de comenzar el banquete.
—Vamos, vamos, José —dijo Alberto, alzando su copa—. Primero haremos un brindis por ti. 1
-Gracias, ¡salud!
Y, Alejandro no pudo evitar notar cómo era completamente ignorado.
Alberto dejó su copa, aún con la emoción de la reciente actuación de José y dijo:
-Han pasado años desde que escuché una buena ópera…
Mientras hablaba, de repente, Alberto se llevó la mano al cuello. Su rostro se tornó morado, y empezó a tener dificultades para respirar. 2
-¿Señor Delgado?
-¡Señor!
El caos estalló en un instante, y Alberto se desplomó en el suelo.
-¡Rápido, llamen a una ambulancia!
-¡Todos, apártense! ¡Soy médico! —gritó Luciana, de repente, en medio del pánico colectivo. Acto seguido, se arrodilló en el suelo y ordenó a todos que se retiraran-. -¡No lo rodeen, aléjense! ¡No le quiten el oxígeno! -Mientras hablaba, desabotonó la camisa de Alberto, con urgencia. 3
Pero de repente, Alejandro la detuvo, agarrándole la mano.
-Luciana, ¿qué estás haciendo? ¡Es una vida lo que está en juego!