Capítulo 131
El silencio en el auto era frío. Alejandro mantenía su mirada fija en Luciana, su rostro completamente inexpresivo, pero sus ojos hablaban de una tormenta contenida.
Esta mujer… parecía haber nacido solo para complicarle la vida. Antes, cuando él se negaba a casarse con ella, ella se enfadaba. Ahora que él había aceptado, seguía enojada. ¡Nada la complacía!
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Luciana, por su parte, no entendía qué había hecho mal. ¿No era suficiente con que ya no le guardara rencor? ¿Por qué él seguía insatisfecho?
-Luciana -murmuró Alejandro, luchando por controlar la ira que hervía en su interior.
Antes de que pudiera decir algo más, su celular sonó. Era Miguel, su abuelo, llamando para apurarlos.
-¿Dónde están? Dijeron que regresarían a cenar.
-Abuelo, ya estamos llegando -respondió Alejandro, su tono un poco más suave.
Colgó el teléfono mientras el auto cruzaba las puertas de Rinconada. La entrada a Casa Guzmán
estaba a la vista.
-Primero cenaremos con el abuelo -dijo Alejandro, su voz fría, casi distante.
-Está bien respondió Luciana con un leve asentimiento.
Esa noche, Miguel parecía animado. Su apetito era mucho mejor que en días anteriores. Alejandro y Luciana lo acompañaron durante la cena, y después, ella se aseguró de que tomara su medicina. Una vez terminada la comida, Alejandro se quedó a conversar con su abuelo. Luciana, sintiéndose un poco al margen, decidió retirarse a su habitación. 2
No había dormido bien la noche anterior. Se sentía agotada, cada músculo de su cuerpo pesaba. Tras darse una ducha rápida, se dejó caer en el sofá y, sin darse cuenta, se quedó profundamente dormida.
El sueño fue reparador, uno de esos que te envuelven y te hacen olvidar el mundo. Cuando despertó, afuera ya era de noche. Miró su celular. Eran más de las siete.
Justo en ese momento, la puerta de la habitación se abrió lentamente. Luciana alzó la vista y vio a Alejandro entrar.
-¿Despertaste? -preguntó él, encendiendo la luz principal.
-Sí–asintió Luciana, con la voz algo somnolienta.
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Alejandro encendió la luz principal, llenando la habitación de una claridad repentina.
Luciana frunció el ceño mientras se levantaba del sofá.
Me olvidé de poner la alarma… Deben ser las siete, ¿el abuelo tendrá hambre ya?
-No te muevas. -Alejandro la empujó suavemente de vuelta al sofá, colocando su mano firme sobre su hombro. No es necesario que te levantes. El abuelo ya comió y tomó su medicina.
-Ah, qué alivio–murmuró Luciana, soltando un suspiro. Pero, después de eso, no supo qué más decir. El silencio entre ambos se hizo pesado, incómodo.
Alejandro la observaba en silencio, su mirada fría pero contenida. -¿Tienes hambre? preguntó de repente, su voz baja pero firme.
Luciana se quedó atónita por un momento. Sus ojos se encontraron brevemente, pero ella no respondió de inmediato. Había algo en la forma en que él la miraba, como si hubiera algo más que quería decir.
-No, todavía no tengo hambre -dijo finalmente, sacudiendo la cabeza con cierta inseguridad.
Alejandro no dijo nada por un instante. Luego, lentamente, se sentó a su lado en el sofá. La tensión en la habitación se intensificaba con cada segundo que pasaba. Su voz, cuando volvió a hablar, era calmada pero imponente.
-Hablemos -dijo, sin apartar los ojos de ella-. Sobre lo que pasó anoche.
Luciana sintió un nudo en el estómago. Sabía que había llegado el momento. Ella ya había dejado claras sus intenciones, pero Alejandro aún no había dicho nada.
-Te escucho -respondió ella, tratando de mantener la calma, aunque sus manos temblaban ligeramente. Por dentro, ya se había preparado para cualquier cosa: tal vez cancelaría la boda, tal vez le pediría que se fuera de inmediato. Cualquiera que fuera el desenlace, estaba lista.
Un segundo, dos segundos. El tiempo parecía haberse detenido. Para Luciana, fue como si una eternidad hubiera pasado en solo un instante.
Finalmente, Alejandro giró su cuerpo hacia ella, sus ojos fijos en su rostro pálido. Su expresión era seria, pero su tono fue claro y decidido.
-Seguiremos con los preparativos. Nos casaremos.
Luciana asintió casi automáticamente, como si no hubiera escuchado del todo. -Ah, está bien…
Pero entonces, de repente, su mente reaccionó. Levantó la cabeza bruscamente, mirando a
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Alejandro con incredulidad.
-¿Por qué?
-¿Por qué? ¿Tú qué crees? -Alejandro levantó la mano y apartó con delicadeza un mechón de cabello que caía sobre el rostro de Luciana, acomodándolo detrás de su oreja.
-Hemos registrado el matrimonio, compartido cama, y preparado la boda. Ya hemos hecho todo lo que hacen los esposos. ¿No deberíamos casarnos?
Luciana lo miró fijamente, sus ojos conectados con los de él. Su mente era un torbellino de
confusión.
-Pero… ¿y Mónica?
¿Mónica? Alejandro arqueó una ceja, sorprendido. De pronto, un atisbo de alegría se coló en su interior. Así que… ¿la razón por la que ella había dicho “olvidemos lo de anoche” no era porque no quisiera estar con él, sino por Mónica?
Una sonrisa se dibujó en sus labios.
-Esa situación la resolveré. Te lo aseguro, después de casarnos, te seré completamente fiel.
En realidad, él y Mónica solo habían tenido una noche, aquella en el Hotel Real. Desde que se registraron como matrimonio, Alejandro no había hecho nada que pudiera lastimarla.
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