Capítulo 132
Pero Luciana no podía aceptarlo tan fácilmente. Apretó los labios con incomodidad.
-Tú sabes… sobre mi pasado, ¿no?
Se refería, por supuesto, a su “mancha“, aquello que él había despreciado tanto en su momento. Todavía recordaba claramente la repulsión que él había mostrado entonces.
Los ojos de Alejandro se oscurecieron por un momento. Decir que no le importaba sería una mentira. Pero, ¿qué podía hacer? Le gustaba ella, con todo lo que implicaba.
—¿Quién no tiene un pasado? Tú lo tienes, y yo también. Así que estamos a mano.
Ninguno de los dos podía reprocharle nada al otro.
-No, no es lo mismo -murmuró Luciana, sacudiendo la cabeza repetidamente.
Finalmente, Alejandro no pudo contener más su ira. Apretó los dientes y gruñó bajo:
-¿Qué es lo que no es igual?
-Yo… Luciana bajó la mirada, llevando instintivamente la mano a su vientre—. Mi hijo…
Ah, claro. Era eso.
-Luciana, escucha bien. Solo lo diré una vez.
Su mirada se posó en su vientre, solemne, con una determinación inquebrantable.
-Desde hoy, yo soy el padre de ese niño. No me interesa quién fue su verdadero padre, y no quiero que vuelvas a mencionarlo jamás.
Luciana se quedó sin palabras. Estaba completamente paralizada, como si todo a su alrededor se hubiera desvanecido. Sentía que el aire a su alrededor se hacía más denso, imposible de respirar.
-¿Aceptas? -preguntó Alejandro, sus ojos fijos en los de ella, intensos, pero con un rastro apenas visible de nerviosismo.
-Yo… -Intentó responder, pero fue interrumpida.
-¡No digas que no aceptas! -Alejandro no le dio oportunidad de dudar. Con una mano sujetó suavemente su nuca, mientras con la otra le sostenía la barbilla. Cerró los ojos y la besó, profundo, prolongado.
El sonido de sus respiraciones entremezclándose se acompasaba con los latidos de sus corazones. Luciana se sintió perdida, su cuerpo cediendo lentamente, hundiéndose en los
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Capitulo 132
brazos de Alejandro.
Él la sostuvo firmemente, acariciando su rostro con delicadeza. Su voz baja, ronca, la envolvía en un susurro seductor.
-Dime que aceptas.
Luciana, apenas consciente de sí misma, asintió levemente, como si estuviera bajo un hechizo.
-Sí, acepto…
Ese hombre… era como un veneno. Imposible resistirse a él.
¿Quién podría no caer en sus redes?
-Así me gusta. -Alejandro la observó, con su rostro desprovisto de maquillaje, y, por primera vez, sintió que algo en su pecho se aflojaba, un alivio que lo invadía por completo.
-¿Tienes hambre? -preguntó Alejandro.
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Luciana asintió sin dudar. La verdad es que tenía hambre desde que despertó. Con el embarazo, parecía que no podía dejar de comer ni de dormir.
-Vamos. -Alejandro la levantó en brazos de repente, haciéndola rodear su cuello por el susto.
-¿Qué haces? -protestó ella, sorprendida.
-Llevarte a comer, ¿no dijiste que tenías hambre?
Luciana se rio, a la vez divertida y exasperada.
-Puedo caminar sola, ¿sabes?
Sí, pero yo prefiero cargarte. —Alejandro la miró con fingida dureza, pero luego bajó la cabeza y le plantó un beso suave en los labios. 2
Siguió caminando con ella en brazos, cruzando la puerta de la habitación y bajando las escaleras. Justo en ese momento, se toparon con Felipe.
Luciana se puso roja de inmediato, refugiándose contra el pecho de Alejandro, incapaz de levantar la cabeza.
Felipe, sorprendido al principio, pronto esbozó una sonrisa amplia.
-Luci ya despertó. Señor, ¿quiere que prepare la cena?
-Sí–respondió Alejandro con un leve asentimiento, continuando su camino como si nada y depositando a Luciana en una silla de la mesa del comedor.
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-¡Es tu culpa! -murmuró Luciana entre dientes, aún incómoda por la situación-. Te dije que podía caminar sola, pero no me escuchaste.
-¿Y qué pasa? -Alejandro miró de reojo a Felipe. No es para tanto. Felipe no es un extraño.
Felipe soltó una risita.
-Luci, el señor tiene razón.
Con una sonrisa aún más amplia, Felipe dio órdenes a los sirvientes para que trajeran la cena.
Parecía realmente contento.
-Permítanme decir que he visto crecer a Alejandro, y verlos así de bien me da mucha alegría. 1
De repente, Felipe se golpeó la frente como si recordara algo importante.
-¡Ah! ¡Debo ir a avisarle al señor Miguel! ¡Le hará muy feliz saber esto!
Diciendo esto, se dio la vuelta y salió corriendo.
Luciana abrió la boca sorprendida, mirando a Alejandro con incredulidad.
-¡Perfecto! ¡Ahora sí, debes estar feliz! -exclamó, frustrada.
Alejandro sonrió con calma, sin inmutarse, mientras le servía sopa y colocaba comida en su plato.
-Come. Dijiste que no podías quedarte con hambre, ¿no?
-¡Hum! -bufó Luciana, aún molesta, pero empezó a comer hasta quedar satisfecha.
Después de la cena, regresaron al cuarto. Luciana fue a ducharse y, al volver, notó que su cobija había desaparecido del sofá.
—
-No la busques. La voz de Alejandro la sobresaltó. Estaba en la puerta del vestidor, señalando la cama-. Esta noche, dormimos juntos.
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