Capítulo 138
Él estaba ocupado, pero al ver su nombre en la pantalla, sonrió y respondió de inmediato. No era común que Luciana lo llamara, así que le pareció una buena señal.
-Luci -saludó, con un tono suave.
-Alejandro–respondió ella, aún incómoda con demasiada familiaridad—. Esta noche saldré a cenar con unos amigos. Iré por mi cuenta, así que no te preocupes por recogerme. Lo de los libros puede esperar hasta otro día.
-¿Amigos? -preguntó Alejandro, entrecerrando los ojos con una pizca de curiosidad— Hombres o mujeres?
ن .-
-Ambos contestó Luciana con sinceridad-. Los conoces. Son Martina y Vicente.
Alejandro se relajó. Solo eran Martina y Vicente, sus amigos de confianza.
-De acuerdo, ¿dónde cenan? Si se hace tarde, iré por ti.
Una petición razonable.
Luciana le dio la dirección.
-Si termino temprano, vuelvo por mi cuenta.
-Está bien.
Alejandro colgó, pero no se sentía del todo cómodo. Aunque fueran amigos cercanos, aún no tenía la confianza para acompañarla a ese tipo de reuniones.
Chasqueó la lengua, molesto. Aún tenía trabajo por hacer para ganarse ese lugar.
Cuando llegó Martina, Luciana ya tenía todo listo.
-Estoy lista, vámonos -dijo.
Martina la tomó del brazo, sonriendo.
-¡Vamos! Hace tanto que no comemos algo rico. ¡Vicente sí que se lució!
Entre risas, se dirigieron al restaurante Brisa de Primavera. Al llegar, mencionaron el nombre de Vicente, y un camarero las llevó directamente al salón privado.
Al abrir la puerta, Vicente ya estaba allí. Se levantó y les abrió las sillas.
-Mis queridas doctoras, bienvenidas. Pidan lo que quieran, no se preocupen por el dinero.
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Martina lo miró con una sonrisa traviesa.
-¡No me digas eso, que no me mido!
-¡Así me gusta, sin reservas!
Entre risas y bromas, Luciana se acercó a Martina para mirar el menú juntas. No tardaron en pedir, y en poco tiempo la comida comenzó a llegar.
Mientras ellas se servían mutuamente, Vicente, sentado frente a ellas, deslizaba un mensaje en su teléfono bajo la mesa.
[¿Ya llegaste?]
El mensaje llegó rápidamente:
[Sí, acabo de bajar del coche, ya subo.]
Vicente guardó el móvil y sirvió jugo a las chicas.
-¿Cómo van con los estudios? Supongo que las dos están preparándose para el examen de admisión, ¿no?
De repente, se giró hacia Luciana, recordando algo.
-Luci, ¿tu promedio no era suficiente para ser admitida directamente?
Luciana bajó la mirada, su expresión oscurecida, sin responder.
Martina, incapaz de contenerse, soltó con rabia:
-¡No lo menciones! ¡Todo es culpa de esa bruja de Mónica!
Antes de que pudiera seguir, la puerta del salón se abrió de golpe. Alguien entró.
Luciana levantó la vista, y su rostro se congeló. Sorprendida y avergonzada a la vez, sus ojos se encontraron con los de Fernando, a quien no había visto en mucho tiempo.
Giró bruscamente hacia Vicente, fulminándolo con la mirada.
-¿Te confabulaste con él?
-Luci… -Vicente, consciente de su culpa, bajó la mirada-. Es mi culpa. Si quieres golpearme o gritarme, adelante, me lo merezco.
-Luciana… -Fernando ya estaba frente a ella. No podía permitir que Vicente asumiera la responsabilidad—. Fue mi culpa. No tenía otra opción. Me bloqueaste en todas partes y no podía contactarte. Por eso recurrí a Vicente.
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Vicente, murmurando, intentó justificarse:
-Es verdad, Fernando estaba desesperado. Al menos escúchalo…
—¡Cállate! —interrumpió Martina, con un tono severo-. ¿De qué lado estás? ¡Traidor!
-Estoy del lado de Luciana -protestó Vicente-. Pero Fernando habla en serio. Darle una oportunidad también es dársela a Luciana…
El bullicio aumentaba. Luciana, con un dolor creciente en la cabeza, ya no podía soportarlo. Se levantó bruscamente, agarró su bolso y salió del salón sin decir una palabra.
-¡Luciana! -Fernando corrió tras ella.
La alcanzó en la entrada y, sin pensarlo, le sujetó la muñeca.
—¡Suéltame, Fernando! —dijo Luciana, forcejeando-. ¡Te dije que me sueltes!
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