Capítulo 155
La lluvia caía con fuerza.
Alejandro sostenía el paraguas mientras observaba a Luciana. Ella estaba empapada, pero aún así le sonrió, débilmente.
-Alejandro…
Solo bastó una mirada para que él perdiera el control. Caminó a grandes zancadas hacia ella, empujándole el paraguas en las manos.
-¡Toma! -ordenó, con tono mordaz.
-…Ah, gracias —dijo Luciana, recibiendo el paraguas sin mucho ánimo.
Un segundo después, Alejandro se quitó la chaqueta y la envolvió con ella de un tirón, cubriéndola de la cabeza a los pies.
-¡¿Eres tonta?! ¿No sabías que podías usar un paraguas? -bufó entre dientes.
-No lo traje… —murmuró ella, en voz baja.
Alejandro la fulminó con la mirada y sin más, le rodeó los hombros con fuerza.
-¡Vamos! -gruñó, prácticamente arrastrándola hacia la entrada principal de la casa.
Una vez dentro, dejó el paraguas tirado en la entrada y le lanzó una rápida mirada.
—
-Sube y tómate una ducha caliente dijo con frialdad.
Luciana, sorprendida por su tono y la falta de reproches, asintió lentamente.
-Está bien.
Subió rápidamente las escaleras hacia la habitación.
Cuando bajó, la casa estaba en silencio. Desde el comedor, llegaba un murmullo suave. Luciana se acercó con cautela. Alejandro estaba de pie, con una taza en la mano. Al notar su presencia, la dejó sobre la mesa, sin decir nada.
-Siéntate —ordenó.
Luciana, obediente, tomó asiento frente a él.
-Toma —dijo, señalando la taza humeante-. Es té de jengibre con cola.
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-Gracias -respondió ella, tomando la taza entre las manos y bebiendo lentamente, tratando de entender la situación. ¿Ya no estaba enojado? Incluso se había molestado en prepararle algo caliente.
Alejandro la observaba en silencio, esperando pacientemente a que terminara de beber. Cuando la taza quedó vacía, finalmente habló.
-Ahora, dime, ¿por qué viniste?
Luciana dejó la taza en la mesa. Era su oportunidad. Respiró hondo, sabía que Alejandro le estaba dando una última chance.
-Fue mi culpa. No debí decidir sola, ni mencionar lo del divorcio. Me equivoqué.
Alejandro la miraba sin expresión, pero sus labios dibujaron una ligera sonrisa irónica.
-¿Disculpas? No sé si estoy entendiendo bien…
–
-Lo que quiero decir es… —Luciana levantó la vista, decidida—. No quiero divorciarme. Por favor, ya no te enfades.
Alejandro alzó una ceja, analizándola.
-¿No quieres divorciarte ahora? ¿Qué tal si mañana cambias de idea otra vez?
-¡No lo haré! -respondió rápidamente, asustada ante la idea de que la rechazara-. Te lo prometo. Esta será la última vez que menciono la palabra “divorcio“. Nunca más.
El silencio se alargó. Alejandro la miraba fijamente, como si intentara leer cada pensamiento que cruzaba su mente. Luciana comenzó a inquietarse, esperando una respuesta:
Finalmente, Alejandro habló, con una mezcla de desdén y resignación.
-Bien… Pero no habrá una próxima vez. —Su voz era grave, pero había un destello de algo más en sus ojos.
Luciana, aliviada, no dudó un segundo en asentir.
-Lo sé, no la habrá -dijo con firmeza.
Alejandro esbozó una sonrisa, levantándose de la silla.
-Vamos.
-¿A dónde? -preguntó Luciana, confundida.
-¿A dónde crees? -Alejandro la miró de reojo, su tono no admitía dudas. No me hagas repetirlo.
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-Ah… si respondió, un poco aturdida, siguiendo sus pasos con cautela.
Cruzaron el lateral de la casa y entraron en el garaje. Subieron al auto en silencio, y en cuestión de minutos, ya estaban fuera de la Casa Guzmán.
Luciana se removió en el asiento, intrigada por el destino. Miró de reojo a Alejandro, quien no dijo una palabra, su rostro serio y centrado en la carretera. A medida que avanzaban, el camino le resultaba familiar.
¿Es posible…?
El auto se desvió hacia el campus de la UCM y se detuvo frente a su edificio de residencias.