Capítulo 165
¿Por qué estaba molesto de nuevo? Luciana intentó entender y, tras pensar un poco, supuso que su llegada había incomodado a Mónica, lo que probablemente había puesto a Alejandro de mal humor. Si él estaba de mal humor, podía entenderlo.
-Lo siento–se disculpó Luciana sin discutir, y con tono conciliador le preguntó-: Bueno… ¿ quieres comer ahora?
Alejandro apenas podía contener su molestia. ¿De verdad estaba preguntando eso? Había estado sin probar bocado desde la noche anterior. Frustrado, giró la cabeza y dijo en tono
ofendido:
-¡No quiero comer! ¡Prefiero morirme de hambre!
Luciana lo observó, divertida ante su actitud de niño enfurruñado. Por lo visto, no estaba tan mal si tenía tanta energía para enojarse. Sin dudarlo, abrió la bolsa térmica y fue sacando uno a uno los recipientes con comida.
-Solo puedes tomar algo ligero, así que Amy preparó una crema de maíz —dijo, vertiendo la suave crema en un tazón y acercándoselo a Alejandro.
Alejandro miró la crema y se mantuvo inmóvil.
Luciana se extrañó por su reacción y le preguntó:
-¿No te gusta? Dime qué prefieres, y puedo pedirle a Amy que lo prepare.
Con dulzura, le acercó el tazón nuevamente, intentando convencerlo:
-Vamos, prueba un poco. Hazlo por esta vez.
Alejandro percibió al instante que Luciana evitaba alimentarlo ella misma. Esbozó una sonrisa gélida y cuestionó:
-¿Pretendes que me alimente solo?
Luciana parpadeó, confundida. ¿Pues cómo si no? Tenía las manos libres y perfectamente podía sostener el tazón.
Viendo que ella no reaccionaba, Alejandro apretó la mandíbula y, casi en un murmullo autoritario, ordenó:
-Aliméntame.
Sus miradas se encontraron, intensas. Uno, dos segundos. Luciana cedió, asintiendo mientras tomaba el tazón.
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-De acuerdo, te daré de comer.
Con una cucharada de la crema de maíz lista, se la acercó a los labios. Alejandro, finalmente conforme, abrió la boca. Apenas la probó, hizo una mueca de dolor y arrugó la cara.
-¡Está caliente!
-¿Eh?
Luciana se alarmó y rápidamente tomó una servilleta.
-Escúpelo si te quemaste.
Ambos estaban en medio de una breve pero caótica confusión.
Alejandro la miró fijamente y exclamó, claramente molesto:
¿Lo hiciste a propósito?
Luciana se quedó helada, negando con la cabeza en medio de la sorpresa.
-No… claro que no.
¿No? Alejandro no le creyó. Desde la madrugada, lo había dejado solo en el hospital y apenas apareció al caer la noche. Quedaba claro que no estaba preocupada en lo absoluto. Incluso ahora, ni una palabra de interés, ni un gesto de cuidado. Había tenido que pedirle él mismo que lo alimentara, y ni siquiera había comprobado la temperatura de la crema.
Los ojos de Alejandro se oscurecieron, y con frialdad dijo:
No lo niegues. Si no quieres cuidarme, ahora mismo puedes irte.
armándose
Luciana guardó silencio, consciente de que no había probado la temperatura de la crema de maíz y que, en efecto, lo había quemado por descuido. Entonces se inclinó un poco, de paciencia para tratar de calmarlo.
-Es cierto, fue un error mío. Voy a enfriar la crema y te la doy de a poco, ¿te parece?
Alejandro soltó un leve resoplido, casi inaudible, aunque su actitud se suavizó un poco.
-Está bien–aceptó, como si le hiciera un favor.
-Aquí tienes–dijo Luciana mientras tomaba otra cucharada de crema y la enfriaba con cuidado antes de ofrecérsela.
Esta vez, Alejandro pareció más complacido y señaló las verduras en el tazón.
-Quiero probar eso también.
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-Claro respondió Luciana, accediendo a sus caprichos como si fuera un niño pequeño.
Después de alimentarlo con toda la crema, Luciana guardó los recipientes nuevamente en la bolsa térmica.
-Voy a dejar esto en la cocina, así, si tienes hambre durante la noche, la enfermera puede calentártelo.
Sin darse cuenta, Alejandro volvió a fruncir el ceño. ¿Así que pensaba dejarlo solo en el hospital? ¿Otra vez? El mal humor crecía dentro de él.
Luciana, por su parte, pareció recordar algo y levantó la vista.
-¿Sabes cuándo viene Sergio? Necesito explicarle dónde dejé tus cosas habituales para que no te falte nada…
—¡Luciana! —la interrumpió Alejandro, elevando el tono.
Luciana se estremeció y lo miró, parpadeando sorprendida.
—¿Qué pasa?
-¿Que qué pasa? —repitió él, con una mirada entre molesta y burlona—. Más bien, ¿qué te pasa a ti?
-¿A mí? -Luciana estaba confundida, sin entender en qué había fallado.
Esa expresión de desconcierto e inocencia solo lograba irritarlo más.
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