Capítulo 168
Se acercó a él y preguntó:
-¿Necesitas algo más?
Alejandro la ignoró, con el rostro marcado por el disgusto evidente.
-Entonces me pondré a leer un poco comentó ella, señalando la cama auxiliar.
No se atrevió a acercarse hasta que él diera su consentimiento. Alejandro soltó un resoplido sarcástico:
-¿Tienes que preguntar? Si quieres ir, adelante. ¿Acaso me preguntaste algo cuando llamaste al enfermero?
-Está bien.
Ignorando su sarcasmo, Luciana esbozó una pequeña sonrisa y se fue a su rincón a leer. Alejandro la observó mientras se alejaba, sintiendo un desagrado creciente. No quería que las cosas fueran así. En su mente, se imaginaba algo completamente distinto. ¿No debería ella estar pendiente de él, cuidándolo y asegurándose de que todo estuviera en orden?
Molesto y agotado, se dio vuelta en la cama, dándole la espalda, tratando de dormir, pero la incomodidad no lo dejaba descansar. Al rato, se volvió hacia ella y rompió el silencio:
-Luciana.
-¿Sí?
Luciana levantó la mirada de inmediato, en un gesto casi profesional, como si se tratara de una enfermera atenta a su paciente.
-¿Necesitas algo? —dijo, dejando el libro y acercándose a su cama, como si fuera la cuidadora más responsable del mundo.
Alejandro esbozó una sonrisa irónica y murmuró:
-No puedo dormir.
Luciana lo miró, sorprendida. ¿Y ahora qué quería? ¿De verdad esperaba que lo arrullara para que se durmiera? ¿Acaso se estaba comportando como un niño pequeño?
-Cierra los ojos y cuenta en silencio. Así te vas a quedar dormido -le sugirió Luciana, pacientemente.
-No quiero -rechazó Alejandro sin dudarlo-. Es muy temprano, no tengo sueño.
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-Pero necesitas descansar, te hace falta dormir más para que sanes pronto…
-Acostado estoy bien, pero quédate aquí conmigo -pidió Alejandro, mirándola con seriedad.
Luciana no tuvo más opción que ceder.
-De acuerdo… voy a traer mi libro para estar aquí contigo.
¡No te vayas! —dijo Alejandro, sujetándole la muñeca con firmeza—. Te quiero a mi lado, no leyendo.
-¿Entonces me quieres aquí solo para quedarme viéndote? -preguntó Luciana, cada vez más molesta. Realmente estaba siendo difícil de complacer, parecía que le buscaba cinco patas al
gato.
Resignada, movió la silla hacia su lado y lo miró con una expresión desafiante.
-Listo, aquí estoy.
Alejandro entonces señaló el televisor.
-Acompáñame a ver televisión.
-Está bien.
Luciana se levantó para encender el televisor y luego le preguntó:
-¿Quieres ver algún canal en especial?
Alejandro hizo un gesto de indiferencia.
-No sé.
Luciana suspiró, frustrada. ¿Era posible que fuera más complicado que un niño? Ya no estaba tan segura. Probó una idea.
-Veamos el canal de economía, tal vez eso te interese.
-Por favor -bufó Alejandro-. ¿Escuchar a esos mediocres? ¿Qué van a enseñarme a mí?
Luciana no tuvo argumentos, después de todo, él era un empresario exitoso. Sin embargo, estaba empezando a perder la paciencia.
-Entonces, ¿qué tal una novela? -sugirió con ironía.
Alejandro se burló de nuevo:
-¿Me ves como alguien que ve telenovelas?
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Pero se quedó pensativo un segundo, y luego cambió de tono:
-Bueno, elige tú algo que te guste.
-Hace años que no veo novelas -respondió Luciana, negando con la cabeza.
Ahora Alejandro la miró perplejo. Si ella misma no las veía, ¿por qué asumir que él sí lo haría?
-Veamos este -dijo Alejandro, señalando la pantalla cuando pasaba un programa de entretenimiento.
-De acuerdo aceptó Luciana, encogiéndose de hombros.
A ella realmente le daba igual qué ver. Un programa de entretenimiento podía servir para pasar el rato y reír un poco. Tras dejar el control remoto, se sentó en el sofá.
Alejandro frunció el ceño. Sentada tan lejos de él, ¿eso era lo que ella llamaba “acompañarlo“?
-¿Eh? -exclamó Luciana de repente, en voz baja.
Alejandro, confundido, siguió la mirada de ella hacia la pantalla del televisor.
Entonces escuchó que Luciana murmuraba:
Con razón querías ver este programa…
Alejandro no entendía a qué se refería, pero en cuanto vio la pantalla, se quedó helado.
Allí, en plena transmisión, aparecía Mónica.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo, y de inmediato frunció el ceño.
-¡Cambia de canal! —ordenó, visiblemente incómodo.
—¿Por qué? —Luciana negó con la cabeza y se acomodó en el sofá con aire despreocupado—. Mejor no, ya no quiero levantarme; sigamos viendo este.
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