Capítulo 185
Capítulo 185
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El golpe no fue fuerte, pero encendió la furia que Alejandro llevaba conteniendo. Toda esa tensión acumulada por los problemas con Mónica, ese absurdo apego a Luciana, todo explotó de golpe. ¿Para qué seguía tratando de retenerla? Ella ni siquiera se molestaba en disimular su indiferencia, en cambio, se daba el lujo de verse con su ex.
Alejandro la sujetó con fuerza, ignorando sus lágrimas y la desesperación en sus ojos.
-¡Alejandro, basta!
Pero él no la escuchó. Y cuando finalmente terminó, Luciana quedó mirando el techo, sin moverse. Nunca imaginó que él sería capaz de lastimarla de esa manera.
Alejandro se apartó de ella en silencio, encendió un cigarro, y tras una mirada fugaz, salió al balcón. Luciana, con expresión vacía, intentó levantarse de la cama, luchando por llegar al baño. Justo cuando Alejandro encendía el cigarrillo, escuchó un ruido. Al girarse, su rostro se descompuso. 2
-¡Luciana!
Luciana yacía en el suelo, frente a la puerta del baño.
Alejandro corrió hacia ella de inmediato. Luciana yacía con los ojos cerrados, su rostro pálido y sin una pizca de color. Al caer, se había golpeado la frente contra el marco de la puerta, y la sangre fluía de la herida.
Sintió cómo el pánico se apoderaba de él.
De pronto recordó que, momentos antes, ella había insistido en que no se sentía bien, pero él, cegado por la rabia, lo había ignorado.
La levantó en brazos y gritó hacia el pasillo:
-¡Doctor!
***
La situación de Luciana resultó ser más delicada de lo que había imaginado. Tras la revisión,
decidieron internarla.
Ella ya tiene un historial de hipoglucemia -explicó el médico-. Según los análisis, presenta complicaciones relacionadas con el embarazo. Aunque no es grave, con un tratamiento adecuado se puede controlar.
¿No es grave? —La cara de Alejandro se ensombreció—. ¿Se desmaya y me dice que no es grave?
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Capitulo 185
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-Si, señor Guzmán, pero… el doctor continuó, un poco intimidado por el tono de Alejandro en casos así, cualquier señal de malestar debe ser atendida de inmediato. Parece que esta vez lo dejó pasar y se retrasó el tratamiento…
Notando la creciente tensión en el rostro de Alejandro, el médico fue disminuyendo el volumen de su voz.
-Señor Guzmán, si me permite… saldré para dejarlos a solas.
La habitación quedó en silencio. Alejandro se sentó al borde de la cama y tomó suavemente la mano de Luciana, atormentado por la culpa.
-Luciana… lo siento. Fui un completo imbécil.
Pero ella, profundamente dormida, no escuchaba nada.
***
Al abrir los ojos, Luciana se sintió desorientada, hasta que reconoció el entorno: era una habitación de hospital.
Alejandro no estaba, y eso, al menos, era un alivio.
Se quitó las cobijas y se levantó de la cama. Aunque el cuerpo le temblaba de debilidad, siguió adelante, sin detenerse. Al vestirse, notó que hasta sus brazos temblaban y que el esfuerzo la cubría en sudor frío, pero no se detuvo.
Sin saber cuándo volvería Alejandro, Luciana, con pasos vacilantes y prisa en su mirada, abandonó la habitación del hospital.
***
Diez minutos después.
-¿Dónde está? -preguntó Alejandro con una expresión sombría, recorriendo la habitación con la mirada y fulminando al personal médico.
Nadie se atrevía a contestar, todos estaban en silencio, inmóviles como estatuas.
Vaya, qué gracioso.
Había dejado a su esposa en manos del hospital, enferma, confiado en que estaría bien cuidada, ¿y así de simple, había desaparecido bajo sus narices? ¡Y apenas lo habían dejado solo diez minutos!
-¿De qué sirven, entonces? -les espetó con dureza.
-Señor Guzmán, estamos buscándola -se atrevió a decir el médico, con la voz temblorosa-
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Capítulo 185
La enfermera pasó hace solo diez minutos; la señora Guzmán seguía en su cama. No creemos que haya ido muy lejos…
-¿Entonces qué esperan? ¡Sigan buscando!
-S–sí, claro…
-los cortó Alejandro, impaciente.
No solo el personal del hospital estaba movilizado; Sergio y su equipo también rastreaban por todos lados, incluso habían llamado a Salvador.
A diferencia de Alejandro, quien había pasado gran parte de su vida estudiando en el extranjero, Salvador había permanecido en esta ciudad y conocía bien a la gente y los lugares. Gracias a él, la búsqueda avanzaba con mucha mayor rapidez.
Cuando Salvador llegó a la habitación, el aire estaba impregnado del denso olor a tabaco.