Capítulo 191
Capítulo 191
La habitación era tan estrecha que apenas dejaba lugar para moverse. Dos camas alineadas contra las paredes, una mesa en el centro, sin un centímetro más de espacio disponible. Un espacio mínimo, casi claustrofóbico.
El aire estaba denso, pesado, y el calor abrasante solo lo hacía más insoportable. No había aire acondicionado, y el ventilador del techo, con su quejido constante, solo movía el aire caliente, como si nada pudiera aliviar la pesadez del ambiente. En la mesa, descansaban un hervidor de agua y un par de vasos, tan simples como la propia habitación.
Alejandro sirvió un poco de agua, pero al ver que no había miel, no dudó en preguntar con voz
grave:
-Luci, ¿dónde está la miel?
Luciana, que hasta ese momento había estado de espaldas, se tenso al escuchar su voz. Lentamente, giró sobre sí misma, incrédula. No podía ser… ¡Era él!
Sus miradas se cruzaron, y Alejandro frunció el ceño. En apenas dos días, Luciana había perdido más peso. No podía evitar examinarla con preocupación, pero su atención también se desvió hacia Rosa.
—¡Ah, la miel! -Rosa reaccionó rápidamente y se acercó a la mesa, sacando el tarro y vertiéndolo en el vaso. Lo entregó a Alejandro sin dudar.
-Gracias -respondió él, casi mecánicamente, antes de sentarse al borde de la cama. Con una mano, levantó a Luciana, acercándola a su pecho.
El calor de su cuerpo era insoportable, su piel empapada en sudor. Luciana frunció el ceño y trató de separarse, pero le faltaba fuerza. Alejandro, con suavidad, le pasó la mano por la frente, limpiando el sudor mientras probaba el agua con miel.
—Está a la temperatura ideal —murmuró, antes de llevar el vaso hasta sus labios-. Toma, despacio, no te ahogues.
Luciana lo miró, pero no hizo ningún movimiento para tomar el vaso. Alejandro insistió, con una dulzura inusitada, mientras le daba sorbos pequeños.
Rosa observó en silencio, con una mezcla de respeto y cautela.
-Señor Guzmán, Luciana no ha comido. Esto es lo que le traje -dijo, señalando el tupper que había dejado en la mesa.
-Gracias -Alejandro respondió cortés, sin apartar la vista de Luciana.
Ella, ya con el vaso vacío, movió la cabeza, rechazando el resto.
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-Ya está, no más —dijo, su voz débil y cansada.
Alejandro apartó el vaso con cuidado, pero no la soltó. Con una mano, abrió el tupper y miró lo que había dentro. Su expresión cambió, visiblemente disgustado.
¿Esto es lo que le dan de comer aquí? Ni un perro comería esto.
-Voy a llevarte de aquí —dijo con determinación, mientras la acomodaba en sus brazos.
Luciana se tensó, sus ojos brillando con ansiedad.
-¿Qué vas a hacer? -su voz se alzó, casi en un grito.
-Te llevo conmigo -respondió él con tono suave, pero firme-. Aquí no puedes quedarte, Luci. No puedes vivir así, ni comer así…
—¡Suéltame! —gritó, el rostro contorsionado por la furia. Su cuerpo, aunque débil, luchaba por zafarse-. ¡No me voy contigo!
Alejandro, sin perder la calma, la miró profundamente, como si buscara tocar algo en su interior.
-Luciana, no voy a dejarte aquí, sufriendo. No voy a permitir que te quedes en este lugar.
Ella lo miró con desdén, el pecho agitado por la rabia.
-¡Vas a obligarme, ¿verdad?! ¡Eres un ladrón, un…! —las palabras se le escapaban con furia—. ¡Un maldito ladrón!
El aire en la habitación se volvió denso. La tensión aumentó con cada palabra. Rosa y Sergio, quienes hasta ese momento habían estado en silencio, intercambiaron una mirada rápida. Sin decir nada, ambos se retiraron discretamente, cerrando la puerta tras ellos.
Alejandro la miró con una expresión de frustración contenida.
-Ese día me equivoqué, lo sé. Pero esto es diferente. Las condiciones aquí son pésimas…
Luciana no lo miró. Su rostro, aún agobiado, se giró hacia el lado contrario, evitando la mirada de él.
-No es tan malo. Su voz, casi susurrada, era firme-. Yo no soy como tú. No siempre he tenido una vida fácil. Esta residencia… llevo casi cinco años aquí. Y está bien. Me adapto.
Alejandro se quedó en silencio, incapaz de replicar.
-Está bien.
—
Finalmente, cedió-. Quédate aquí unos días más. Pero… lo que te traigo, lo vas a aceptar. Sus ojos recorrieron la mesa llena de comida, su tono se suavizó, pero la preocupación seguía presente-. Estás muy débil. Necesitas comer algo mejor. Y ese miel… no
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tiene buena calidad. No la tomes.
Su insistencia llenó la habitación, pero Luciana, con los ojos cerrados, no emitió ni un sonido.
-Me voy entonces. -Dijo él, inclinándose ligeramente. Con suavidad apartó un mechón de su cabello y le dio un leve beso en la frente.
Al separarse, se dio cuenta de que, a pesar del breve instante, su piel estaba empapada en sudor
nuevamente.
***
Al salir por la puerta, Alejandro se tensó. Su rostro estaba grave, preocupado.
-¿Dónde está Luciana? -La voz de Sergio era un susurro incrédulo.
Alejandro no contestó de inmediato. Giró su mirada hacia Rosa, que había estado observando en silencio.
-Ella va a quedarse aquí un par de días más. Te encargo que la cuides bien. Por favor. -Su voz sonaba firme, pero con un toque de agradecimiento.
-¡Sí, señor Guzmán! Claro que sí. -Rosa, algo sorprendida, no pudo más que asentir repetidamente.
-Perfecto. -Alejandro asintió, sus ojos fijándose en ella con una calma tensa-. Dile a Sergio tu cuenta para hacer el pago.
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