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Capítulo 192
Capítulo 192
Rosa se quedó helada, sorprendida por la solicitud.
-Ah, no, no hace falta, señor Guzmán. Luciana es mi amiga, y… cuidarla es lo menos que puedo hacer.
-No me hagas perder el tiempo. -Alejandro interrumpió, con una leve irritación-. Aunque no lo digas, puedo averiguarlo. No es necesario que hagas todo un show. Agradezco mucho lo que haces por Luciana, y te lo voy à reconocer.
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Rosa no tuvo más remedio que aceptar.
-Está bien, señor Guzmán.
-Gracias, Rosa.
-¡Cuídese, señor Guzmán! ¡Le deseo lo mejor!
Alejandro salió de la residencia y, antes de perderse de vista, se detuvo un segundo. Miró hacia la puerta y, después de unos instantes pensativos, se dirigió a Sergio.
-Haz algo por mí. Y hazlo rápido.
-Sí, primo.
Dentro de la residencia, Rosa corría de un lado a otro, su rostro sonrojado por el esfuerzo. Subía y bajaba las escaleras, agitada, mientras cargaba bolsas de comida. Todo provenía de Alejandro. Él había ordenado que le trajeran todo.
La mesa estaba abarrotada. No cabía más. Rosa, con rapidez, comenzó a mover todo para hacer espacio, pero aún así, no había lugar suficiente para poner todo lo que había llegado. Había comida, productos, y otras cosas que Alejandro le había traído.
-Come algo.
Rosa abrió el recipiente de comida y el delicioso aroma la envolvió al instante. El calor de la comida era perfecto. Con delicadeza, sirvió en el plato y ayudó a Luciana a acomodarse mejor.
-Come un poco, Luci.
Luciana asintió. No tenía la intención de dejar de comer, y aunque algo en su interior se resistiera, sabía que debía hacerlo. Al mirar el plato, identificó rápidamente el toque especial de Amy.
De repente, mientras daba un bocado, Rosa soltó un grito agudo.
-¿Qué pasa? -Luciana levantó la mirada, sorprendida. Rosa, con el celular en las manos,
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parecía nerviosa-. ¿Algo en las noticias?
-¡No, no es eso! -Rosa tartamudeó, mientras le pasaba el teléfono.
Era un mensaje de transferencia.
¡Veinte mil dólares!
-¡Alejandro realmente le dio dinero! ¡Y una suma tan grande!
Luciana se quedó sin palabras.
-¿Qué dinero?
Rosa, aún atónita, tragó saliva.
-El señor Guzmán dijo que era para agradecerme por cuidar de ti… pero, jesto es demasiado!
Luciana frunció el ceño, confundida y desconcertada. ¿Por qué hizò esto? Un pago tan grande, y ella no podía permitir que Rosa lo devolviera.
Ambas quedaron en silencio, sumidas en el asombro. De repente, el ruido afuera rompió la quietud del momento.
-¿Qué está pasando?
Rosa dejó el teléfono sobre la mesa y corrió hacia la ventana, asomándose con curiosidad.
Desde abajo, varios camiones estaban estacionados frente al edificio. Los trabajadores, vestidos con uniformes, descargaban equipos.
-¿Qué es esto?
Rosa frunció el ceño y, al observar más de cerca, notó algo escrito en las cajas.
-¿Aire acondicionado?!
Luciana se incorporó de golpe, como si una descarga eléctrica hubiera recorrido su cuerpo.
-¡Dios mío! ¿Van a poner aire acondicionado? Tengo que ver esto.
Rosa, visiblemente emocionada, salió disparada hacia la puerta.
—¡Este edificio lleva años esperando! La asociación estudiantil ha solicitado instalar aire acondicionado tantas veces, pero nunca lo aceptaron. ¿Qué pasó hoy?
Antes de salir, se detuvo y dio un paso atrás.
Alguien llegaba.
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Un grupo de obreros, con aire acondicionado en mano, se acercaba hacia la puerta.
-¿Luciana Herrera vive aquí?
—¿Eh? Sí, sí. -Rosa respondió rápidamente, aún sorprendida por lo que estaba pasando.
-Perfecto. Entonces, por favor, acomódense. Vamos a instalar el aire acondicionado en esta habitación. El señor Sergio López nos pidió que lo hiciéramos primero aquí.
-¡Vaya! -Rosa corrió nuevamente hacia la habitación, tirando de Luciana con entusiasmo. —¡ Es Alejandro! ¡Vino a poner el aire acondicionado para ti!
Sin pensarlo, tiró de las cortinas de la cama, cerrándolas por completo, cubriendo a Luciana.
Luciana estaba acostada detrás de la cortina, sin poder ver nada, pero escuchándolo todo.
Los trabajadores instalaban el aire acondicionado y, con la puerta abierta, varios compañeros se amontonaban en el pasillo para ver el espectáculo, comentando entre susurros emocionados.
-¿Qué le pasó a la universidad? ¿Por qué de pronto nos ponen aire acondicionado?
Quién sabe, pero da igual, ¡qué bueno que lo hicieron!
-¿Escuchaste? Solo pusieron en este edificio; los demás no tendrán nada.
-Sí, lo sé, en especial los chicos de otros departamentos están que revientan de envidia.
-Jajaja…
Desde su cama, Luciana apretaba los puños con fuerza. Sentía que el corazón le daba un vuelco, y luego, ese latido se convirtió en un tambor imparable en su pecho. Tum… tum, tum tum…
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