Capitulo 195
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Capítulo 195
Preocupado de que Luciana pudiera intentar escaparse al despertar, Alejandro decidió llevarla de vuelta a su habitación en el hospital, haciendo que el médico la atendiera allí mismo.
-No es grave –informó el médico tras revisarla y emitir una orden para una infusión intravenosa. Esta vez fue por interrumpir el tratamiento, pero con un par de días de suero se recuperará.
Alejandro asintió, bajando la mirada. Después de un momento, preguntó:
-¿Esto requerirá tratamiento constante? ¿Podría empeorar?
-Aún es temprano para saberlo -respondió el médico-. Por ahora, no parece probable. Cuando termine este tratamiento, será importante monitorear y hacer chequeos regulares.
-Gracias por venir tan rápido.
-Estamos a su disposición.
Cuando el médico se fue, Alejandro se sentó junto a la cama. Luciana, agotada, se había quedado dormida.
Observándola, pensó en lo complicado que estaba siendo su embarazo, en los problemas que ya enfrentaba. Y no pudo evitar preguntarse si Mónica estaría pasando por algo similar… Si no tomaba pronto una decisión, ninguno de los tres saldría bien parado. Tenía que actuar ya; de lo contrario, no solo las decepcionaría a ellas, también a sí mismo.
Luciana abrió los ojos y rápidamente reconoció el entorno: era la habitación de Alejandro. Él estaba sentado en el sofá, con una vía en su brazo izquierdo mientras revisaba unos documentos en su computadora portátil. Tenía el aspecto de siempre: un verdadero adicto al trabajo.
Ella se sintió un poco apenada por haber ocupado su cama y, con esfuerzo, intentó incorporarse.
Al primer movimiento, Alejandro levantó la mirada y notó que estaba despierta.
-¿Te sientes mejor?
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Se levantó y se acercó, empujando el soporte de la infusión junto con él.
-No te levantes, estás en medio de tu tratamiento -dijo Luciana, tratando de disuadirlo.
-¿Tienes sed? -preguntó él, como si no la hubiera escuchado, mientras le servía un vaso de
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Capítulo 195
agua—. El doctor mencionó que podrías despertarte con sed.
-Gracias -respondió Luciana, sintiendo de pronto la garganta seca. Al extender la mano para tomar el vaso, Alejandro no lo soltó.
-Estás débil, yo te ayudo.
Sin opción, aceptó el agua mientras él la sostenía. Alejandro la observaba con preocupación.
-Estuviste a punto de desmayarte, ¿lo sabías? Necesitas hidratarte bien. Eres doctora, no hace falta que te lo diga yo.
Después de beber un poco, Luciana apartó el vaso. Parpadeó, con una leve sonrisa.
-¿Tienes algo de comer? Estoy hambrienta.
-Amy preparó un caldo de pollo con dátiles. Justo lo acaban de traer.
Luciana tragó saliva sin darse cuenta.
-Debe estar delicioso.
-Espera, te sirvo.
Alejandro no llamó a la enfermera; con una sola mano sirvió el caldo y luego le acercó la sopa.
–
-Puedo sola dijo Luciana, recuperando algo de fuerzas. Arremangándose, tomó un muslo de pollo directamente del caldo y empezó a comerlo.
Alejandro la miró sorprendido y luego soltó una carcajada.
-¿En serio?
Ella lo miró, ofendida. ¿Qué le daba tanta gracia?
-Come tranquila —dijo él, mientras le daba una ligera palmada en la cabeza, mirándola con indulgencia.
Poco a poco, su mirada se tornó más profunda, cargada de ternura y cierta nostalgia. Sin levantar la vista, Luciana sentía claramente cómo la intensidad de sus ojos la envolvía, llenándola de un calor inesperado.
-Ya comiste suficiente -dijo Alejandro, quitándole el tazón y alcanzándole una servilleta-. Límpiate la boca.
-Gracias–murmuró Luciana, tomando la servilleta mientras él recogía los platos.
Observando su figura mientras iba y venía, un sentimiento extraño la invadió. Alejandro tenía sus defectos, y graves. Pero también era, sin duda, la persona que más la había cuidado en toda
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su vida.
Si escapar no era una opción… ¿por qué no intentarlo de nuevo? ¿Por qué no intentar llevarse bien?
Cuando Alejandro terminó de recoger, se acercó y arrastró una silla para sentarse junto a la
cama.
-Luciana…
Él pronunció su nombre, pero luego se quedó en silencio, como si le costara hablar. Luciana lo miró sin decir nada, dándole espacio, esperándolo.
Alejandro la miraba con intensidad, vacilante, con las palabras atascadas en su pecho. Finalmente, su voz, fría y controlada, rompió el silencio.
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