Capítulo 198
Negó con la cabeza sin dudar.
-No, no podemos.
Ese “no” le cayó como un balde de agua fría. Alejandro sintió como si algo le pinchara el corazón.
-¿Me odias tanto?
-No es eso. -Ella rió con ligereza y lo miró con una mezcla de ternura y resignación-. Sabes bien que Mónica y yo no nos llevamos, así que, por tu bien, no solo no podemos ser amigos. Lo mejor sería que no volviéramos a vernos.
Hizo una pausa y añadió con calma:
-Si un día nos encontramos por accidente, actúa como si no me conocieras.
Levantó la mano en una última despedida.
-Adiós, Alejandro.
Alejandro trató de responder, pero solo logró decir una palabra, atrapada en su garganta:
-Adiós.
La miró irse, sus pasos decididos. Sabía que este sería el final, pero nunca imaginó que sería tan rápido, tan definitivo.
Sintió un impulso de correr tras ella, detenerla. Pero sus pies parecían anclados al suelo, incapaces de moverse. ¿Para qué alcanzarla? Ya la había dejado ir, le había dado su libertad.
Ella se marchaba con prisa, casi aliviada de romper esos lazos. Y él, en el fondo, sabía que no tenía derecho a arruinarle ese momento, a convertirse otra vez en el villano.
Todo había terminado.
***
En la planta baja, Luciana salió del edificio VIP con la cabeza gacha, su bolso a la espalda y una pequeña maleta en la mano. Caminaba con paso acelerado, casi sin rumbo.
A medida que avanzaba, sentía el frío que le calaba y una presión en el pecho que se le subía hasta los ojos. Intentó levantar la cabeza para detener las lágrimas, pero al primer parpadeo, una lágrima rodó por su mejilla.
-No… no, no susurró, tapándose la boca para ahogar un sollozo mientras se frotaba los ojos
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Capítulo 198
con desesperación.
Pero cuanto más los secaba, más lágrimas brotaban, hasta que, agotada, se dejó caer en cuclillas, abrazándose a sí misma mientras lloraba con fuerza, liberando todas las emociones que no pudo mostrar frente a Alejandro.
-¡Eres un imbécil! ¡Un maldito!
Entre sollozos, sus pensamientos se desbordaron. La había forzado a estar con él cuando ella no quería. ¡La había tratado tan bien solo para luego dejarla! Y justo cuando ella, finalmente, había decidido ceder…
Y ahora, con una sola frase, la había desechado, como si nada.
Lo peor era su propio corazón, que, estúpidamente, se había rendido. ¿Cómo había sido capaz de enamorarse de él? ¿En qué momento perdió el juicio?
Sabía que dejarlo ir era lo mejor. Sabía que debía odiarlo. Pero el dolor no se detenía; el corazón no le hacía caso a la razón.
-¡Maldita sea…! —murmuró, ocultando el rostro entre las manos, ahogando el llanto.
Lloraría esta vez, hasta sacar todo. Y después, lo olvidaría. Se concentraría en sus estudios, en ganar dinero y en vivir bien.
El amor, decidió, no era para ella. Estar sola era su mejor opción. Primero Fernando, y ahora Alejandro… todos se iban.
Finalmente, después de una buena sesión de lágrimas, Luciana se dirigió al baño y se lavó el rostro con agua fría. Al salir, su teléfono comenzó a sonar.
Miró la pantalla y frunció el ceño: era Ricardo, su papá.
Ignoró la llamada, pero él insistió, volviendo a marcar.
Con fastidio, Luciana respondió, intentando contener su enojo.
-¿Qué quieres? Dime rápido.
-Hija… -la voz de Ricardo sonaba cautelosa—. Estoy aquí, en el hospital de UCM. ¿Puedo verte? Escuché por Mónica que estás enferma. ¿Es verdad?
Luciana se quedó en silencio, sorprendida. ¿Qué?
Una sensación extraña la invadió. Ricardo la había buscado antes, ofreciéndole dinero de la nada, y ahora, ¿se presentaba preocupado por su salud?
Era absurdo. No podía confiar en él, y mucho menos en esa repentina “preocupación“. Solo lograba molestarla.
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Luciana pensó un momento antes de responder:
-Ve a la cafetería junto al comedor tres. Espérame ahí.
-De acuerdo, te espero -respondió Ricardo.
Al colgar, Luciana se dirigió al lugar.
Al llegar, lo vio allí, esperándola con una bolsa en la mano. Al verla, Ricardo levantó la mano y
la saludó con entusiasmo: 1
-¡Luciana! Estoy aquí.
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