Capítulo 209
Capítulo 209
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Sergio, Juan y Simón se miraron con nerviosismo, sin atreverse a decir ni una palabra mientras seguían en el elevador. Las puertas estaban casi cerradas cuando, de pronto, Alejandro alargó el brazo.
-¡Alex! -Sergio reaccionó rápido al ver cómo Alejandro se quejaba en voz baja al tener la mano atrapada. Los tres se apresuraron a ayudarlo, preocupados-. ¿Qué necesitas? Podemos resolverlo nosotros.
Con un gesto de la mano, Alejandro se zafó y respiró hondo.
-No es nada -respondió con la voz apagada.
Había sido un impulso. Solo un instante de ansiedad al imaginar que Luciana estaba ahí una comida, quizás con alguien. Una inquietud que le corroía por dentro, deseando saber la respuesta.
para
***
En el salón privado del restaurante, Luciana y Fernando estaban sentados frente a frente.
Fernando le sirvió un vaso.
-Es agua de limón con miel. ¿O prefieres leche?
-No, así está bien. -Luciana sostuvo el vaso y bebió despacio.
-Ya pedí la comida -agregó él-. Aunque, si prefieres otra cosa, dímelo.
Luciana negó con la cabeza.
-Todo está bien, no soy exigente.
Dejó el vaso sobre la mesa, decidida a preguntar por el dinero. Pero Fernando se adelantó.
-¿Tienes la carta de aceptación del instituto Wells? Pásamela.
Ella dudó y no se la entregó de inmediato.
-Fernando, dijiste que hablaríamos en persona. ¿Cuánto costó aquella evaluación?
Fernando esquivó la pregunta y retiró la mano.
-¿No me das el documento? ¿O ya no piensas llevar a Pedro al instituto?
Luciana lo miró fijamente, sus ojos brillaban con una determinación que él conocía bien.
-No puedo gastar tu dinero, ni siquiera por Pedro.
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Fernando sonrió, como si hubiese anticipado esa respuesta.
Nunca dije que el dinero fuera un regalo.
Eso la hizo detenerse.
-Luciana. -Fernando se inclinó un poco hacia ella y dijo en un tono suave. Aunque te dijera la cantidad, ¿crees que podrías pagarlo ahora?
Él había dado en el blanco, y Luciana, avergonzada, apartó la mirada.
-Luciana -suspiró él-. Considera esto un préstamo, es para ayudar a Pedro. No te preocupes por el dinero ahora; devuélvemelo cuando puedas.
Luciana seguía sin decir nada, con los ojos fijos en un punto lejano.
Fernando aprovechó el momento.
-¿o es que no confías en que podrás devolverlo?
—¡Claro que sí! —replicó ella, de inmediato, con las mejillas sonrojadas.
-Eso pensaba. -Fernando sonrió, alzando una mano y dándole una palmadita en la cabeza—. Eres una doctora brillante. Pronto serás una gran cirujana. Pagar esta deuda no debería preocuparte, ¿verdad? -Extendió la mano, insistente—. Así que, pásame el documento.
Luciana frunció el ceño y negó con la cabeza.
-No… no lo traje.
En realidad, no estaba lista para tomar una decisión. No podía desaprovechar la oportunidad para Pedro, pero tampoco quería deberle a Fernando.
Fernando entendió sin necesidad de más explicaciones. Sabía que ella necesitaba tiempo para tomar la decisión.
-Lo hablamos luego -respondió con calma-. Ahora, vamos a comer.
Durante la comida, Fernando se encargó de servirle los platos que sabía que a ella le gustaban. Luciana comió con buen apetito, disfrutando del momento.
Cuando terminaron, Fernando insistió en llevarla de regreso, aunque tenía trabajo por la tarde. Esperaron el auto en la entrada del restaurante.
Mientras tanto, Alejandro estaba saliendo del edificio y alzó la vista, viendo a Luciana y a Fernando juntos. Ella hablaba animada, y Fernando la escuchaba, atento, sonriendo de vez en cuando.
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Un dolor inesperado se clavó en su pecho, como una picadura venenosa.
Alejandro pasó junto a ellos sin decir una palabra. El Bentley Mulsanne ya lo esperaba en la entrada, estacionado al pie de las escaleras.