Capítulo 223
Luciana miró hacia la voz. Era Mónica.
-Hola -respondió la dependienta, dispuesta a atenderla—. ¿En qué puedo ayudarle?
Mónica sacó una lista y se la extendió.
-Quiero todo esto.
-Claro, enseguida -dijo la dependienta, revisando la lista, hasta que su expresión se tornó
incómoda.
-Todo lo demás está disponible… pero el pastel de espino se ha terminado. Solo tendremos
más hasta mañana.
-¿Terminado? -Mónica, con mirada aguda, vio los últimos pedazos en el mostrador y frunció el ceño-. ¿Y eso qué es?
La dependienta miró a Luciana y, con una sonrisa, explicó:
-Esta cliente los compró.
-¿Ah? -Mónica entonces miró a Luciana, como si recién notara su presencia—. Oh, eres tú.
Le hizo un pequeño gesto, casi una vaga señal de saludo, antes de girarse hacia la dependienta.
-El pastel de espino lo quiero yo, ¿me escuchaste? —le ordenó en un tono imperativo. ¿Qué esperas? Empácalo ya.
La dependienta dudó, visiblemente incómoda.
-Pero…
La campanilla de la puerta sonó cuando Alejandro entró. Su mirada se posó inmediatamente en Luciana, quien sintió que su día empeoraba aún más. No solo se había encontrado con Mónica; ahora también con él.
-Alex–Mónica sonrió y dio un par de pasos hacia él, aferrándose a su brazo―. ¿Tan rápido llegaste?
-Sí, terminé temprano y preferí venir -respondió Alejandro con una ligera inclinación de cabeza-. ¿Compraste todo?
-Casi todo suspiró Mónica—. Solo falta el pastel de espino; queda un poco, pero ya hay… alguien más que lo quiere también. Estoy tratando de arreglarlo.
“Alguien más“, dijo, sin molestarse en disimular su desdén hacia Luciana. Alejandro entendió
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Capítulo 223
a quién se refería y sintió un ligero conflicto.
Se dirigió a la dependienta.
-¿Cuánto tiempo tardan en reabastecerse?
-Mañana, señor Guzmán.
Alejandro frunció el ceño. No quería hacer esperar ni a Mónica ni a Luciana.
Mónica percibió su vacilación, y aunque le dolía, forzó una sonrisa.
-Alex, no pasa nada, puedo volver mañana. Déjale los dulces a… ella.
Pero su tono dejaba claro que no lo decía con gusto.
Alejandro frunció aún más el ceño y bajó la mirada hacia Luciana.
-¿Qué te parece si nos llevamos la mitad cada uno?
¿Mitad y mitad? Si ella fue la primera en pedirlo. Ahora que ellos llegaron, ¿tenía que compartir como si le estuvieran haciendo un favor?
Luciana evitó mirarlo, como si no lo hubiese escuchado. Se giró hacia la dependienta y dijo:
-Ya no quiero el pastel de espino. No te preocupes.
-Ah, entiendo. Bueno, ¿le gustaría ver otros productos? Le daré el mayor descuento posible.
-No, gracias.
Luciana sonrió, asintió y salió de la tienda con paso cada vez más rápido, como si huyera de algo. Pronto, casi estaba corriendo mientras salía del centro comercial.
En la tienda, la dependienta terminó de empaquetar la orden y se la entregó a Alejandro.
-Aquí tiene, señor.
Alejandro tomó el paquete, su ceño aún fruncido. Salió con Mónica, pero, tras dar solo unos pasos, se detuvo.
-Mónica, acabo de recordar que tengo que ver a un socio en un momento. Haré que el chofer
te lleve a casa.
Mónica parpadeó, sorprendida.
Ah… sí, está bien.
Alejandro la ayudó a subir al auto y le recordó:
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-Cuando llegues a casa, mándame un mensaje.
-Claro, no te preocupes.
Mientras el auto se alejaba, Mónica dejó caer su sonrisa. ¿Realmente tenía una reunión? Sospechaba que esto tenía que ver con Luciana.
Alejandro, mientras tanto, volvió sobre sus pasos hacia la tienda y llamó a la dependienta.
-No puedo esperar hasta mañana, lo quiero hoy. Pagaré lo que sea necesario para acelerar el proceso. Haz que los trabajadores se den prisa. 1
-Ah, esto… La dependienta dudó.
-No necesito explicaciones. Soy Alejandro Guzmán. Desde mañana, esta tienda me pertenece. Si quieres conservar tu empleo, haz lo que te pido.
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