Capítulo 228
Para él, no había límites: si era necesario ir al cielo o al fondo del mar, lo haría, siempre y cuando Luciana pudiera comer algo.
Aquella mañana, Luciana había mencionado con nostalgia que tenía antojo de cerezas. Sin pensarlo dos veces, Fernando condujo dos horas hasta un campo de cultivo en una ciudad vecina. Allí, bajo el sol, las recogió personalmente, seleccionando solo las más frescas y
maduras.
De regreso, manejó otras dos horas con una única misión en mente: entregarle las cerezas recién cortadas a Luciana. Al llegar a la puerta del apartamento de Martina, cargaba con una canasta rebosante de fruta.
-¡Wow! -exclamó Martina, impresionada-. ¡Qué frescas están!
Las cerezas, grandes, rojas y relucientes, aún tenían gotas de rocío en su superficie. Luciana, parada cerca, las observaba con los ojos brillantes y tragaba saliva casi sin darse cuenta.
-Voy a lavarlas para ti, no te muevas de ahí, ¿eh? -dijo Martina con una sonrisa, guiñándole un ojo antes de dirigirse a la cocina.
-Mhm–respondió Luciana, asintiendo obediente mientras sus manos descansaban nerviosamente sobre su regazo.
Cuando Martina regresó con un plato lleno de cerezas relucientes, Fernando no apartó la vista de Luciana hasta asegurarse de que comía con ganas. Ella terminó la bandeja casi sin pausa, y él, al verla satisfecha, finalmente dejó escapar un suspiro de alivio.
-Siempre te estoy causando problemas -murmuró Luciana, con un dejo de vergüenza en la
VOZ.
Fernando le sonrió mientras alborotaba suavemente su cabello.
-Por mí, puedes causarme todos los problemas que quieras. No sabes cuánto lo disfruto.
Luciana apartó la mirada de inmediato, pero no lo suficientemente rápido como para esconder el rubor que teñía sus mejillas.
Cuando salió del apartamento de Martina, Fernando estaba radiante.
Porque, por primera vez desde que se reencontraron, Luciana había mostrado una tímida vergüenza frente a él.
Era solo un pequeño avance, pero para Fernando, se sentía como un enorme triunfo.
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Capítulo 228
El tráfico estaba despejado, así que Fernando llegó al hospital en menos de media hora. Hoy recibirían los resultados del informe patológico de su madre, Victoria.
Empujó la puerta de la habitación y entró. Victoria estaba acostada en la cama, con Diego sentado a su lado en una silla. El silencio entre ellos era abrumador. Ni una palabra. Ni un gesto.
Fernando sintió cómo un mal presentimiento le recorría el cuerpo, un escalofrío que lo hizo detenerse un instante. Miró a su padre, y el latido en su pecho se aceleró de golpe.
-¿Papá? -preguntó, con la voz algo áspera-. ¿Salieron ya los resultados?
Diego levantó la vista lentamente. Su rostro, sombrío, decía más de lo que cualquier palabra pudiera expresar. Asintió con un movimiento tan leve que parecía pesarle.
El corazón de Fernando se hundió.
-¿Y…? ¿El resultado es…? -intentó preguntar, pero las palabras se quebraron antes de formarse por completo.
¿Para qué preguntar?
La respuesta estaba escrita en sus rostros. No había necesidad de confirmarlo en voz alta.
Fernando cerró los ojos un momento y se llevó una mano a la frente, tratando de juntar
fuerzas.
-¿Qué dijo el doctor? -logró decir al fin, con un esfuerzo casi palpable.
Diego suspiró, un sonido largo y lleno de resignación.
-No hemos hablado mucho. Estábamos esperando a que llegaras.
Fernando sabía lo que eso significaba. Como hijo, recayía en él la responsabilidad de tomar las decisiones importantes sobre el tratamiento.
-De acuerdo -respondió con un tono firme, aunque su interior estuviera hecho pedazos-. Hablaré con el médico.
Sin perder más tiempo, salió en busca del doctor.
La conversación fue breve, pero cada palabra cayó como un golpe. El médico explicó que la mejor opción era un tratamiento conservador, acompañado de revisiones periódicas para evaluar el progreso y decidir los pasos siguientes.
-Por ahora, no hemos detectado que el tumor se haya extendido -dijo el médico con tono conciliador-. Es importante mantener una actitud positiva y colaborar de manera activa con el tratamiento.
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Capítulo 228
Fernando asintió, agradecido por el intento de optimismo.
Entendido. Gracias, doctor.
Cuando salió de la oficina, cualquier rastro de la felicidad que había sentido unas horas antes, provocado por el rubor de Luciana, se había esfumado. El peso de la realidad lo aplastaba con una crudeza que no podía ignorar.
***
Ocho de la noche.
Alejandro había pasado por el hospital a visitar a su abuelo. Al salir del edificio VIP, decidió caminar hasta el estacionamiento para recoger su auto. Aún tenía un compromiso más tarde.
Mientras caminaba, un pensamiento cruzó su mente, uno que no podía evitar: solía encontrarse con Luciana por aquí. ¿Y si esta noche también la veía?
Sabía perfectamente que ella no quería verlo, pero no podía evitarlo.
Solo quería verla. Aunque fuera de lejos. Solo un instante.
Y entonces, como si el destino le respondiera, la vio.
Luciana caminaba despacio por el sendero arbolado. Llevaba una mochila al hombro y un vestido largo de algodón color lino que se movía con la brisa. Alejandro sintió que el corazón le daba un vuelco.
¿Era posible que sus plegarias hubieran sido escuchadas?
Se quedó quieto, conteniendo el aliento, observándola desde la distancia. Esa silueta esbelta y delicada lo tenía hipnotizado.
Pero algo no estaba bien.
¿No estaba caminando demasiado despacio? ¿Qué hacía? ¿Era una caminata o un desfile de caracoles?
Luciana se detuvo de repente. Abrió la boca intentando respirar, pero el aire parecía no llegarle. Un sudor frío le perlaba la frente, y su vista comenzaba a nublarse.
El mundo a su alrededor pareció tambalearse. Sus piernas cedieron, y empezó a caer.
-¡Luciana!
El golpe que esperaba no llegó. Alejandro corrió hacia ella en un abrir y cerrar de ojos, alcanzándola justo a tiempo para sostenerla entre sus brazos.
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Capítulo 228
Sin dudar un segundo, la sujetó con firmeza, atrayéndola hacia sí.
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