Capítulo 229
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La primera sensación al sostenerla fue un golpe en el pecho: «¿Por qué estaba tan delgada?»>
Luciana siempre había sido menuda, pero ahora parecía que el viento podría llevársela.
No había tiempo para preguntas. Lo urgente era ocuparse de ella.
-¿Traes azúcar? ¿Algún dulce? -preguntó, su voz tensa con preocupación.
Luciana apenas logró asentir, débil. Con esfuerzo, abrió la boca y señaló una pastilla que ya tenía en su interior.
¿Azúcar y aún así se siente así de mal?
El rostro de Alejandro se oscureció. Sin pensarlo dos veces, la levantó en brazos.
-No… Luciana intentó protestar, pero su voz apenas fue un susurro—.
–. Bájame… 1
Su resistencia era tan débil que parecía insignificante.
-¿Vas a decirme otra vez que no quieres aceptar la ayuda de un desconocido? -su voz tenía un tono frío, teñido de sarcasmo.
Ella bajó la mirada, mordiéndose el labio. No dijo nada, pero su silencio fue suficiente
respuesta.
-Luciana Herrera -pronunció su nombre completo con severidad-. ¿Qué clase de persona crees que soy? Aunque fueras una completa desconocida, nunca me quedaría de brazos
cruzados viendo esto.
Se permitió un instante para liberar algo de su frustración.
-¿Tú sí puedes salvar vidas, pero yo no puedo ayudar cuando veo a alguien en problemas?
Luciana tembló, pero esta vez no respondió. Permaneció en silencio, dejando que hasta el auto.
la
cargara
El destino no fue otro que la clínica privada que Alejandro había elegido para ella tiempo atrás.
Tras ser revisada por el médico, Alejandro finalmente entendió.
Luciana estaba lidiando con un embarazo complicado. Las náuseas y vómitos no la dejaban en paz, y su cuerpo comenzaba a resentirlo.
Por eso estaba tan delgada. Por eso parecía tan frágil.
Y aunque no lo dijera, verla así lo desgarraba por dentro.
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El médico revisó los resultados y escribió una receta antes de explicarse con calma:
-Cada embarazo es diferente, y los síntomas varían de una mujer a otra. En su caso, las náuseas son bastante severas.
Alejandro lo escuchaba con atención.
-La solución intravenosa ayudará temporalmente, pero no resolverá el problema de fondo. Es fundamental que se alimente bien. Lo que pueda comer, que lo coma. Si los síntomas persisten, pueden volver para otro tratamiento.
Alejandro asintió con seriedad.
-Entendido. Muchas gracias, doctor.
Sergio no estaba, así que Alejandro se encargó de todo: pagó las cuentas, recogió los medicamentos, y acompañó a Luciana hasta la sala de infusiones. Ella, exhausta, se apoyaba en sus brazos como si cualquier paso más pudiera derrotarla.
Ya instalados, Luciana cerró los ojos. Su rostro estaba pálido y perlado de sudor frío. Alejandro tomó asiento a su lado, sacó un pañuelo y, con movimientos delicados, limpió las gotas que corrían por su frente.
No pasó mucho tiempo antes de que la enfermera llegara con la bandeja de tratamiento.
-Luciana, vamos a comenzar con la infusión.
Luciana abrió los ojos lentamente y levantó la mirada hacia Alejandro. Su voz era apenas un
susurro.
-Alejandro.
Él se inclinó hacia ella, con toda su atención fija en su rostro.
-Aquí estoy.
Ella esbozó una pequeña sonrisa y, con esfuerzo, dijo:
-Gracias por todo.
Alejandro respondió en un tono suave, como si temiera quebrar el frágil momento:
-No tienes nada que agradecer.
La enfermera esperó pacientemente mientras Luciana volvía a hablar, esta vez con una expresión seria:
-Ahora vete. Yo puedo manejar el resto sola.
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Alejandro frunció el ceño, y un destello de irritación pasó por su mirada antes de controlarlo.
-¿Luci, en serio? Me necesitas aquí, y aun así me estás pidiendo que me vaya.
Luciana asintió con firmeza, sus ojos encontrando los de él.
-Sí.
Miró de reojo a la enfermera, que esperaba. Su tono se volvió inflexible.
-Si no te vas, no me pondré la infusión.
Alejandro se quedó en shock por un segundo.
¿En serio estaba usando su propia salud para chantajearlo?
El pensamiento le atravesó como una daga.
¿Tanto me detesta? ¿Ni siquiera soporta que me quede aquí un momento más?
-Luciana. -Su voz se endureció, y sus miradas chocaron, creando una tensión palpable que llenó el espacio.
El silencio se prolongó hasta que Alejandro exhaló un suspiro pesado, rindiéndose finalmente.
¿Cómo podría arriesgarse con algo así?
-Está bien, me voy. -Su tono era resignado, pero firme.
Se inclinó hacia adelante para mirarla directo a los ojos.
-Pero primero te dejarás poner la infusión, y llamaré a Fernando. Cuando él llegue, me iré.
Luciana parpadeó, evaluando la propuesta, pero no dijo nada.
Alejandro aprovechó su silencio.
-Si no aceptas, me quedaré aquí todo el tiempo. Créeme, aunque no quieras, encontraré la forma de que te pongas la infusión.
El peso de su mirada era imposible de ignorar. Luciana bajó los hombros, rindiéndose. (1)
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