Capítulo 230
-De acuerdo, haremos como dices.
-Enfermera, por favor, proceda con la infusión. -Alejandro se apartó para dejar espacio y salió de la sala, marcando el número de Fernando.
Esperó. Una vez. Dos veces.
Cuatro intentos y ninguna respuesta.
Frustrado, dejó el teléfono a un lado y regresó a la sala de infusiones. Para entonces, la enfermera ya había terminado de colocar la vía intravenosa, y Luciana yacía tranquila en el sillón, su respiración apaciguada pero su expresión todavía cansada.
Cuando lo vio entrar, preguntó con voz apagada:
-¿Te vas ahora?
Alejandro dejó escapar una risa seca.
-Lo siento, todavía no.
Levantó el celular como si eso explicara todo.
-Tu Fernando no contesta.
Luciana parpadeó, sorprendida. Abrió la boca, pero solo logró murmurar:
-Tal vez… está ocupado.
-Seguramente. —Alejandro asintió con una calma calculada.
La sala estaba fría. El aire acondicionado seguía funcionando, y los sillones no tenían mantas. Sin decir una palabra, Alejandro se quitó la chaqueta y la colocó suavemente sobre Luciana.
-Lo siento si te resulta incómoda, pero no me iré hasta entregarte a salvo en manos de tu novio.
Era un hombre obstinado, inflexible, y en ese momento Luciana supo que no tenía sentido discutir. Cerró los ojos con resignación, tratando de ignorarlo, fingiendo que él no estaba allí.
Mientras tanto, el teléfono de Alejandro sonó varias veces. No se alejó de ella; simplemente se levantó un poco y contestó cerca de su asiento. Aunque ella tenía los ojos cerrados, logró captar fragmentos de las conversaciones. Sergio lo llamaba por cuestiones de trabajo.
-No voy a ir, encárgate tú.
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Capítulo 230
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-Sí, hazlo como consideres.
Luciana escuchaba, inquieta.
¿Por qué insistía en quedarse si claramente tenía asuntos importantes que atender?
Era como si no pudiera dejarla.
Sin abrir los ojos, apretó las manos contra las palmas. Sentía una punzada profunda, un dolor que no podía controlar. Era como si cada acción de Alejandro intensificara algo que ella intentaba reprimir, una mezcla de emociones que no podía descifrar del todo.
Cuando la solución terminó de gotear en la botella, el teléfono de Fernando sonó. Alejandro contestó sin mucho entusiasmo.
-¿Qué quieres? -respondió con un tono cortante-. Señor Domínguez, parece que es usted un hombre muy ocupado.
Del otro lado de la línea, Fernando mantuvo un tono amable y educado.
-Disculpe, señor Guzmán, han surgido algunos asuntos. ¿Pasa algo?
-No es conmigo. —Alejandro lanzó una mirada rápida hacia Luciana, que descansaba con los ojos cerrados. Es Luciana. Está en la sala de infusiones del Hospital San José. Más te vale venir de inmediato.
El cambio en el tono de Fernando fue inmediato, una mezcla de preocupación y urgencia.
—¿Luciana está mal? ¡Voy para allá ahora mismo! Señor Guzmán, gracias por avisarme.
Colgó apresuradamente. Alejandro frunció el ceño mientras devolvía el teléfono a su bolsillo. Fernando realmente parecía ocupado. Quizá su aparente descuido no era intencional.
Menos de media hora después, Fernando apareció en la sala. Fue incluso más rápido de lo que Alejandro había anticipado.
-¡Luciana! —gritó, jadeando, con el cabello desordenado por la carrera. En unos cuantos pasos cruzó la habitación y se arrodilló junto a ella.
La camilla era demasiado baja, así que decidió arrodillarse en el suelo. Con ambas manos tomó la de Luciana, la que no estaba conectada al catéter, y bajó la cabeza.
-Luciana, ya estoy aquí. Perdóname. Por favor, perdóname.
Luciana abrió los ojos lentamente. Su rostro pálido parecía tan frágil que casi daba miedo tocarla.
-Llegaste murmuró con voz apenas audible.
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Capítulo 230
-Sí. -Fernando parpadeó varias veces, luchando contra la humedad que empezaba a acumularse en sus ojos. Perdóname, perdóname -repitió una y otra vez.
-¿Por qué te disculpas tanto? No es tu culpa que me haya enfermado.
-Claro que es mi culpa. -Fernando bajó la cabeza, abrumado por la culpa-. No llegué a tiempo. Eso lo convierte en mi culpa.
Apretó la mano de Luciana y, sin dudarlo, comenzó a darse bofetadas con ella.
-Luciana, golpéame tú, por favor.
-Ya basta. Luciana esbozó una pequeña sonrisa y detuvo su mano en el aire.
Fernando aprovechó el movimiento para presionar su mejilla contra la palma de Luciana. No tenía intención de soltarla.
-Estoy aquí. No me voy a mover. Ni un paso.
–
-…Está bien.
Parecían una pareja. De esas que comparten una conexión tan fuerte que casi puede sentirse en el aire.
Desde el rincón de la sala, Alejandro observaba en silencio. No tenía nada que decir, ni tampoco un lugar en esa conversación. Era un intruso en el pequeño universo que habían creado entre
ellos.
Sin necesidad de que alguien se lo pidiera, Alejandro se giró y salió de la sala de infusiones.
La brisa nocturna era fría. Demasiado fría.
Mientras caminaba, sentía una presión extraña en el pecho. Por momentos, le ardía como si tuviera fuego dentro; en otros, era un hielo que calaba hasta los huesos.
Y entonces lo supo. Quizá estaba enfermo.
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