Capítulo 232
Era imposible. ¿Ese hombre, que había desaparecido cuando más lo necesitaban, ahora ofrecía ayudar?
Ricardo la observó, dejando escapar otro suspiro, esta vez más profundo.
-Dije que yo pagaré lo necesario para que Pedro vaya al Instituto Wells.
Luciana lo miró, buscando algún rastro de burla o falsedad en su expresión, pero no encontró
nada.
—¿Por qué? —preguntó finalmente, con un nudo en la garganta.
-¿Por qué? -repitió Ricardo, como si la pregunta no tuviera sentido-. Soy su padre. ¿Acaso necesito una razón para ayudar a mi hijo?
Esa respuesta encendió algo en Luciana. Las palabras de Ricardo parecían resonar con una ironía cruel.
¿No necesita razones?
Entonces, ¿quién fue el que cortó los fondos para el tratamiento de Pedro, dejando a su propia hija al borde del colapso?
-No te creo -dijo con frialdad, cruzándose de brazos.
Pero Ricardo no respondió de inmediato. En lugar de eso, cambió de tema con un tono que parecía calculado:
-Mi cumpleaños se acerca. Espero que puedan venir.
-¿Qué?-La confusión de Luciana creció aún más. Era demasiada información inesperada para un solo día.
-¿Qué quieres decir? ¿Qué estás planeando?
Ricardo tosió ligeramente, como si intentara suavizar la tensión.
-Ya estoy viejo. No sé cuántos cumpleaños más me queden. Solo quiero reunir a la familia, compartir una cena todos juntos.
Luciana soltó una carcajada amarga.
-¿Familia? ¿Acaso no tienes ya a tu esposa y a tu hija para eso? ¿No son ellos tu “familia“?
El rostro de Ricardo se tensó.
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Capitulo 232
-Luciana -dijo con firmeza, su tono impregnado de una leve reprimenda- Tú y Pedro también son mis hijos.
Ricardo observó de reojo a Pedro, quien seguía concentrado en su modelo de avión, ajeno a la conversación. Luego, sin apartar la vista, dejó caer una frase cargada de intención:
-Si vienes a mi cumpleaños y aceptas ser parte de esta familia, yo cubriré todos los gastos de Pedro. No importa cuánto sea.
Luciana lo miró, incrédula. ¿Estaba usando a Pedro como moneda de cambio?
Esa declaración la hizo recordar, con un nudo en el estómago, aquella vez en el Hotel Real. Sus ojos se entrecerraron con desconfianza.
-¿Y ahora qué intentas? -preguntó con frialdad.
Ricardo pareció captar el cambio en su mirada. Por un instante, un atisbo de remordimiento cruzó su rostro.
—¿Qué podría intentar? -respondió, intentando sonar despreocupado-. Solo quiero celebrar mi cumpleaños. Incluso aquella vez, en el Hotel Real, todo fue claro desde el principio. Te expliqué mis intenciones y no te engañé. ¿O sí?
Luciana soltó una risa amarga, sus ojos brillando con una mezcla de furia y decepción.
-¿Y debería agradecerte por eso? -escupió las palabras, cargadas de ironía.
El tono de la conversación subió, tanto que Pedro dejó de jugar y levantó la mirada hacia ellos, preocupado.
Ricardo levantó una mano, como queriendo calmar las aguas.
-Piénsalo con calma. Aún hay tiempo. Se levantó del asiento y añadió, antes de salir-: Cuida de ti misma… y de Pedro.
Luciana no dijo nada. Giró el rostro hacia otro lado, evitando mirarlo mientras él salía de la habitación.
El sonido de la puerta cerrándose dejó tras de sí un silencio incómodo. Luciana se quedó inmóvil, tratando de procesar lo que acababa de pasar. ¿Qué pretendía? ¿Qué buscaba con todo esto?
-Hermana.
El tirón suave de su manga la devolvió a la realidad. Bajó la vista y encontró a Pedro extendiéndole dos sobres. Uno era el mismo que ella había devuelto a Ricardo. El otro… parecía
nuevo.
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Capítulo 232
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-¿Qué es esto? -preguntó con un nudo en la garganta.
Abrió el segundo sobre y vio el dinero, cuidadosamente apilado. Contó rápidamente: diez mil en cada uno. En total, veinte mil.
No era poca cosa. Esa cantidad podía cubrir meses de gastos para ellos. Pero Luciana, con un suspiro pesado, volvió a guardar los billetes. No podía tocar ese dinero. No hasta saber qué tramaba Ricardo.
Más tarde, Luciana dejó el sanatorio y tomó el transporte hacia el centro de la ciudad. Cambió de línea en una de las estaciones principales y terminó en un cruce concurrido, donde el semáforo peatonal estaba en rojo.
El tráfico era caótico, y las calles bullían de gente en aquella tarde de fin de semana. En la parada de autobuses, un grupo de personas se apretujaba, empujándola hacia atrás.
En ese momento, dentro de un Bentley Mulsanne estacionado cerca, Sergio miró hacia la acera con curiosidad.
-Alex–dijo con calma, señalando con un leve movimiento de la cabeza—. ¿Esa no es Luciana?
Alejandro levantó la vista de su teléfono. Allí estaba ella, claramente reconocible, tratando de mantenerse firme entre la multitud. Su figura delgada destacaba entre la muchedumbre, que la hacía retroceder con cada empujón.
-Acércate ordenó Alejandro con un tono firme pero medido.
-Entendido.
Mientras Sergio arrancaba, Alejandro se inclinó hacia adelante y le dio instrucciones en voz baja.
-Cuando lleguemos, haz esto…