Capítulo 244
舂
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Luciana permaneció tranquila, dejando que Mónica se desahogara.
La verdad era que podía entender por qué una mujer estaría molesta al ver a su pareja con su
exesposa.
Sin embargo, su comprensión llegaba solo hasta ahí.
-No estoy detrás de tu novio —dijo con un tono sereno, casi indiferente—. De hecho, fue solo una coincidencia.
-¿Ah, sí? -Mónica entrecerró los ojos y dejó escapar una risa fría, como si las palabras de Luciana fueran una ofensa más.
–
Entonces explícamelo. —Se inclinó hacia adelante, con el dedo apuntando acusadoramente –. ¿Por qué sigues retrasando tu firma en el divorcio?
-¿Qué? -Luciana parpadeó, visiblemente sorprendida, y dirigió una mirada rápida hacia Alejandro.
-Mónica -intervino él, con un tono de disculpa—. Eso no tiene nada que ver con Luciana. Es mi culpa, no he tenido tiempo de…
-¡Luciana! -Mónica lo ignoró por completo y mantuvo su atención fija en Luciana—. ¿Por qué no firmas? ¿Es porque no quieres dejarlo ir? ¿Porque aún tienes esperanzas con él?
Cada palabra caía como un golpe, directa y sin tregua.
Luciana dejó escapar un suspiro, su paciencia empezaba a agotarse.
-Mónica…
Antes de que pudiera continuar, Luciana alzó la mirada, sus ojos fríos como el hielo. Toda la calidez de su sonrisa había desaparecido.
-Mónica Soler -pronunció lentamente, cada palabra cargada de una contundencia que atravesaba como un cuchillo-. Tú eres la amante aquí. ¿Con qué derecho vienes a cuestionarme?
El rostro de Mónica palideció de inmediato.
-¿Qué… qué dijiste? -balbuceó, sus facciones rígidas y su voz apenas un susurro.
Luciana dejó escapar una risa corta y fría, mientras fijaba la mirada en Mónica, intensa e inquebrantable.
-Déjame aclararte algo. Yo soy la esposa legítima de Alejandro, registrada y protegida por la
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Capítulo 244
ley. Si me divorcio o no, y cuándo lo haga, no es asunto de una amante como tú.
-¡Tú! -Mónica se llevó una mano al pecho, claramente indignada, mientras su voz se elevaba, cargada de ira-. ¡Alex nunca te ha amado! ¡Se casó contigo obligado!
-¡Qué ridículo! -respondió Luciana con una sonrisa burlona, dirigiendo una mirada rápida hacia Alejandro, que parecía querer desaparecer en ese momento. ¿Quién le puso un cuchillo en el cuello para obligarlo a firmar el acta de matrimonio? Somos adultos, ¿o no? Él tomó esa decisión y debe asumir la responsabilidad. Sea cual sea la razón por la que se casó conmigo, soy su esposa. Y, por ley, tengo derechos.
Luciana la miró directamente, su expresión mostraba un cansancio mezclado con indiferencia.
-Y tú, ya que elegiste ser la amante, deberías aprender a mantener un perfil bajo. Mientras él no se divorcie, eres solo eso: la amante.
Cada palabra fue un dardo envenenado.
-¡Cállate! -gritó Mónica, sus manos apretadas en puños y su cuerpo temblando de frustración. ¡Alex y yo nos amamos de verdad!
-Oh, qué conmovedor. —Luciana asintió con seriedad fingida—. Entonces, ¿por qué no lo haces público? Anda, cuéntales a los medios, a tus fans, que tu “gran amor” es un hombre casado. ¿A qué esperas?
El silencio de Mónica fue ensordecedor. Sus labios se movieron, pero no salió ninguna palabra..
Finalmente, giró sobre sus talones y corrió hacia Alejandro, refugiándose en su pecho.
-¡Alejandro!
Alejandro la sostuvo automáticamente, pero sus ojos se encontraron con los de Luciana. Había algo extraño en su mirada, una mezcla de arrepentimiento y súplica.
-Luciana… ya es suficiente… -comenzó, pero antes de que pudiera terminar, ella se dio la vuelta y empezó a caminar.
Sus pasos eran firmes, pero su corazón pesado.
Alzó la cabeza para contener la sensación de ardor en sus ojos, pero no podía evitarlo.
<<Al final, siempre estoy sola…>>
Pensó en todo lo que había pasado. Alejandro quería que estuviera con Fernando, y la razón era
clara: Mónica.
Él solo buscaba deshacerse de ella, asegurarse de que no quedara ningún obstáculo entre él y
Mónica.
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Luciana reprimió una risa amarga y, con un parpadeo fuerte, ahogó las lágrimas que amenazaban con salir.
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Más tarde, Alejandro acompañó a Mónica hasta su casa.
El camino fue silencioso. Ninguno de los dos dijo una palabra.
Cuando llegaron a la entrada de la casa, Mónica bajó del auto.
Antes de entrar, se detuvo y levantó la cabeza
para mirarlo.
-¿Estás molesto? ¿Es por lo que le dije a Luciana?
-Mónica. -El disgusto de Alejandro era evidente, aunque no dijo nada directamente-. Si tienes algún problema, puedes decírmelo. Pero lo que hiciste con Luciana estuvo mal. Ella ya ha pasado por suficiente. No deberías haberle dicho esas cosas.
-¿Ella es la que da lástima? —preguntó Mónica, con los ojos rojos de rabia y lágrimas contenidas-. ¿Y yo? ¿Yo no te doy lástima?
Su voz temblaba, y en su mirada había una mezcla de desesperación y desafío.
-Dime la verdad, Alejandro. -Su voz bajó a un susurro, cargado de dolor-. ¿Todavía no puedes dejar ir a Luciana? ¿No quieres divorciarte de ella?
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