Capítulo 258
-Claro, primo.
-Luciana, vámonos.
Juan abrió la puerta del auto, y Luciana subió. En pocos minutos, el vehículo arrancó y desapareció en la carretera.
La partida de Luciana fue un alivio visible para Mónica. Mientras Alejandro no estuviera con ella, todo estaba bajo control.
Luego, Alejandro acompañó a Ricardo, Clara y Mónica al auto y se aseguró de que
subieran.
-Maneja con cuidado -indicó al conductor-. Llámame cuando llegues para confirmarme que todo está bien.
-No se preocupe, señor Guzmán.
El vehículo se alejó, llevándose a la familia Herrera, pero el semblante de Alejandro cambió tan pronto se quedaron solos.
Con un gesto rápido, abrió la puerta de su propio auto y subió con una expresión sombría.
-Conduce.
La orden fue corta y directa, su tono tan frío como la oscuridad antes del amanecer.
En el auto, junto a él, iba Simón, su primo.
-Llama a tu hermano y dile que se detenga en algún lugar.
—¿Qué?
Simón, sorprendido, apenas entendió lo que acababa de escuchar.
-Dile que se detenga.
Sin más opción, Simón asintió con lentitud.
-Está bien.
Tomó el teléfono y marcó a Juan.
-Hermano, Alex dice que te detengas en algún lugar.
Al otro lado de la línea, Juan quedó tan desconcertado como su hermano.
-¿Por qué?
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-No sé, solo me dijo que te lo dijera.
-Está bien, entendido.
Colgó la llamada y siguió las instrucciones sin hacer preguntas.
Mientras tanto, Simón, aún en el asiento del copiloto, no podía dejar de preguntarse qué estaba pasando.
¿Qué planeaba Alejandro?
Después de todo, Luciana iba en el auto de Juan.
Juan no había avanzado demasiado cuando Simón, tras conducir un par de calles, divisó el auto detenido al borde de la acera.
Luciana, confiada en que Juan era alguien de fiar, quedó desconcertada al notar que se habían detenido.
-¿Por qué te detuviste? ¿El auto está fallando?
-Eh… -Juan forzó una sonrisa nerviosa, claramente incómodo-. Luciana, espera un momento, ¿sí?
¿Esperar?
Luciana comenzó a sospechar. Algo no estaba bien.
No pasó mucho tiempo antes de que la puerta trasera del auto se abriera de golpe. Alejandro apareció de forma repentina, como si hubiera descendido del cielo, irradiando una energía pesada y opresiva.
-¿Alejandro?
Luciana lo miró atónita, parpadeando como si intentara procesar lo que estaba ocurriendo.
—¿Qué… qué te pasa?
El fuerte olor a alcohol que emanaba de él le golpeó el rostro, haciéndola arrugar la nariz
instintivamente.
-¿Podrías mantener tu distancia, por favor? -pidió con un tono que buscaba ser calmado pero que delataba incomodidad.
¿Qué?
Para Alejandro, esas palabras fueron como arrojar gasolina al fuego. La rabia que había estado acumulando explotó de inmediato.
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-¿Que me aleje? ¿Y a quién quieres cerca? ¿A Ricardo, ese viejo asqueroso?
-¿Qué?
Luciana se quedó sin palabras, mirándolo boquiabierta, incapaz de comprender de dónde venía esa acusación.
-¿Puedes hablar conmigo como una persona normal?
-¿Hablar como una persona normal?
Alejandro arqueó los labios en una sonrisa helada, cargada de cinismo.
-He aguantado más de lo que debería. Mi paciencia ya está al límite.
Sus ojos recorrieron rápidamente el interior del auto.
-¿Dónde está el pastel que te dio ese viejo?
No lo veía por ningún lado, y eso solo aumentó su frustración. Con el ceño fruncido, se inclinó hacia Luciana y rugió:
-¿Dónde lo escondiste? ¿Qué tiene de especial para que lo ocultes?
Luciana permaneció en silencio, observándolo con incredulidad.
Desde el asiento delantero, Juan tragó saliva, empapado en sudor frío. Con voz temblorosa, se atrevió a intervenir:
-Alex… el pastel está en la cajuela.
¿La cajuela?
Alejandro no necesitó más explicaciones. Con movimientos rápidos, salió del auto y se dirigió hacia la parte trasera.
-¡Alejandro!
Luciana también salió, su pecho lleno de un mal presentimiento.
Alejandro ya había abierto la cajuela, y su mirada feroz se posó sobre la caja del pastel.
-¿Este pastel es tan importante? ¿De verdad lo necesitas tanto? ¿Aceptarías cualquier cosa de cualquiera que te lo dé?
Con esas palabras, tomó la caja por las cintas, levantándola en el aire. 1
-¡¿Qué estás haciendo?! -exclamó Luciana, con el corazón latiéndole fuerte mientras avanzaba hacia él-. Ese pastel es mío. ¡Déjalo!
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Los ojos de Alejandro se oscurecieron, su pecho se apretó con una mezcla de emociones que no podía descifrar.
-¿Es tan importante para ti?
Era solo un pastel, algo insignificante comparado con las veces que él había intentado darle. dinero y ella lo había rechazado. ¿Por qué, entonces, defendía ese simple pastel con tanto ahínco?
¿Por qué, por algo tan trivial, se atrevía a gritarle?
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