Capitulo 364
Capítulo 364
-¿Convencerlo de qué? -repitió Alejandro, atónito. Poco a poco, la calidez de su sonrisa se fue disipando, dejando entrever un gélido matiz en sus ojos-. Explícate.
Luciana, sintiendo que ya no podía guardarse nada, se atrevió:
-Te gusta tanto Mónica… ¿no podrías volver a hablar con tu abuelo? Tal vez, si él la aceptara como tu pareja, así no tendríamos que seguir atados el uno al otro.
Era obvio que, en el fondo, a ella le pesaba el destino que los unía, así, sin amor. Los brazos de Alejandro se tensaron alrededor de su cintura, presionándola con algo más de fuerza.
-Ah…-se quejó Luciana—. Alejandro…
Él se disculpó con un susurro, aflojando un poco el abrazo, pero su semblante ya se había endurecido.
-Descuida —dijo-. No hay forma de hacer cambiar de opinión a mi abuelo. Por lo tanto, solo nos queda casarnos, Luciana.
—¿Solo nos queda…? —repitió ella, con un sabor amargo en el pecho.
Aunque la respuesta era la que esperaba, no pudo evitar sentir la punzada de la desilusión. Si de verdad no había salida, tendría que caminar hacia esa boda inexorablemente.
Justo entonces, la puerta del salón se abrió con estrépito.
-¡Luciana! —Martina irrumpió con su alegría habitual, arrastrando de la mano a Pedro.
Alejandro acarició suavemente la mejilla de Luciana con la yema de los dedos.
-Ahí llegan tus mejores compañeros. Anímate un poco, ¿sí? No querrás que se preocupen.
-Lo sé–admitió ella, asintiendo.
Martina ya se había acercado a zancadas para tomar la mano de Luciana.
-¡Wow, qué linda estás!
-¡Hermana, te ves hermosa! -añadió Pedro.
-¿Y ahora, qué sigue en la agenda? -inquirió Martina con curiosidad.
Con una leve sonrisa, Alejandro contestó:
-Hay que peinarla y hacer algunos tratamientos de belleza.
-¿Iremos todos juntos? -insistió Martina, entusiasmada.
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-Claro, juntos–asintió Alejandro.
-¡Genial! -Martina dio un pequeño brinco- ¿Será ese tipo de sesión donde hacen un spa completo? Nunca he ido a uno tan grande.
La presencia de Martina, con su inagotable energía, transformó por completo el ambiente, llenándolo de vitalidad y risas.
Era pasada la medianoche cuando Fernando regresó a casa. Desde que su madre enfermó, había preferido mudarse de nuevo para cuidarla y acompañarla. Recordaba que en la mañana ella aún presentaba náuseas; le preocupaba cómo habría pasado el día.
Subió las escaleras con pasos leves, temiendo interrumpir el descanso de sus padres. Para su sorpresa, al llegar a la puerta de su habitación, escuchó que ellos seguían despiertos y, por lo que captó, enfrascados en una conversación bastante seria.
-¿Y Fernando con Bruna? —se oía la voz de Victoria, la madre—. ¿Quién sabe cómo vayan las cosas?
-No te inquietes tanto -respondió Diego, el padre-. Dale un poco de tiempo. Los sentimientos se van construyendo con la convivencia.
-¿Crees que puedo estar tranquila? —replicó ella, angustiada—. ¿Cuánto más podré fingir esta enfermedad? Cada vez que veo a Fernando, temo que descubra mi mentira.
-¿Para qué te aventuraste sola con ese plan de hacerte la enferma? Ni siquiera me consultaste -bufó Diego.
-¿Y crees que habrías aceptado? ¡Por favor! No tenía opciones. ¿Qué tal si Fernando volvía con Luciana? ¡Eso sí que no lo soportaría…!
No terminó la frase. La puerta se abrió de golpe, y los dos voltearon para ver a Fernando, pálido como un fantasma, mirándolos con una mezcla de incredulidad y horror. Dio un par de pasos vacilantes, como si le fallaran las fuerzas.
—Papá… mamá… ¿Es verdad lo que acabo de oír?
Los rostros de la pareja se llenaron de pánico. Acababan de enterarse de que su hijo había escuchado su conversación.
-Fernando… -Victoria se levantó con nerviosismo, intentando sujetar el brazo de su hijo—. Déjame explicarte. Mamá solo quería lo mejor para ti…
—¿Lo mejor para mí? -repitió él con rabià contenida, apartando el brazo para que no lo tocara. Sus ojos enrojecidos se debatían entre la risa y el llanto-. ¿Se atreven a decir que era
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por mí? ¿Le dan valor a mi cariño inventando una enfermedad y manipulándome con su supuesta vida en juego? ¡Son mis padres, pero no me han respetado en absoluto!
Con la respiración agitada, la voz de Fernando se quebró en un grito desgarrador: 1
-¡No era por mí! ¡Solo pensaban en ustedes! Han pisoteado mis sentimientos y mi confianza
-Lanzó una mirada de dolor-. ¡Jamás pensaron en mí! ¡Sólo les importaron sus caprichos! Todo… todo tiene que ser a su manera, ¿no? ¡Mi amor, mis sentimientos, no cuentan!
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