Capítulo 269
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Aunque no podía verlo, Luciana sintió que él inclinaba la cabeza hacia el hueco de su cuello. Su respiración era pesada, lo suficiente como para despertar sus sospechas profesionales.
-Alejandro, ¿te golpeaste? -preguntó, preocupada. El tono de su voz y su respiración contenida indicaban que estaba aguantando algo… probablemente dolor.
—Sí… —murmuró él con la voz ronca.
¡Era verdad!
-¿Dónde te lastimaste? -Luciana se alarmó de inmediato y trató de bajar de sus brazos-. Déjame verte…
Si era una lesión seria, necesitaban atenderla de inmediato.
-Luciana.
Sin embargo, Alejandro la sostuvo con fuerza, impidiéndole moverse. Con voz baja, susurró cerca de su oído:
-Quiero besarte. ¿Puedo?
La última vez que la besó sin su permiso, Luciana se enojó tanto que incluso lloró. No quería repetir ese error, pero esta vez su petición la dejó completamente atónita.
¿Sabía siquiera lo que estaba diciendo?
-¿Puedo? ¿Hmm? -insistió él, con un tono suave que sonaba tanto a ruego como a seducción.
Luciana no respondió, incapaz de articular palabra. Pero Alejandro no iba a detenerse.
-¿Está bien? Si no dices nada, tomaré eso como un “sí“.
En la oscuridad, sus manos buscaron el rostro de Luciana, sosteniéndolo con cuidado.
-¡Alejandro!
Luciana levantó las manos para empujarlo, girando el rostro con torpeza para apartarse.
Pero fue demasiado tarde.
Un toque suave y cálido rozó la comisura de sus labios.
Alejandro apenas frunció el ceño ante la evasión, sin perder la calma. Con determinación, sujetó su barbilla y la giró hacia él.
Esta vez, la besó directamente en los labios.
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Capitulo 269
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Los ojos de Luciana se abrieron como platos.
En la oscuridad, solo podía sentir el caos de emociones que la invadía: sorpresa, desconcierto, una pizca de miedo.
La diferencia de fuerza entre ambos hacía inútil cualquier intento de resistirse. Con las manos apoyadas en los hombros de Alejandro, lentamente las cerró en un gesto firme, mientras sus palabras cortantes atravesaban el momento:
-¿También besas a Mónica así?
Un golpe directo. Letal.
Alejandro quedó congelado al instante.
Luciana dejó escapar una risa seca, sintiendo cómo el calor en su pecho se desvanecía poco a
poco.
–Bájame. El elevador ya no se mueve.
-Luciana.
Alejandro la sostuvo con más fuerza, sus ojos llenos de urgencia mientras preguntaba:
-Si no estuviera Mónica, ¿me aceptarías? ¿Estarías conmigo?
Las manos de Luciana, que estaban presionando contra su pecho, se detuvieron de golpe.
-¿Luciana?
Necesitaba su respuesta. Era crucial para él.
Pero justo entonces…
¡Creak!
El ruido del metal al abrirse y la luz brillante entrando en el elevador los interrumpieron.
Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo, entrecerrando los ojos por el destello repentino.
-¡Aquí están!
-¿Señor Guzmán, está bien?
Eran los técnicos que habían venido a reparar el elevador.
-Estoy bien respondió Alejandro, su tono frío, pero con un rastro apenas perceptible de frustración contenida.
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Capitulo 269
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Sin embargo, cuando levantó a Luciana para sacarla del elevador, sus movimientos fueron instintivamente delicados.
-¿Cómo te sientes? ¿Quieres que te revisen?
-No, no hace falta -murmuró Luciana, sacudiendo la cabeza-. Por favor, bájame. Yo puedo caminar.
Había demasiadas miradas sobre ellos, y lo último que quería era ser el centro de atención.
-…Está bien.
Con evidente renuencia, Alejandro la dejó en el suelo. Tan pronto como Luciana estuvo estable, salió apresuradamente del elevador, intentando evitar cualquier conversación.
Él salió detrás de ella, sin prisa, con una expresión inescrutable. Ninguno mencionó lo que había pasado en el elevador, como si nada hubiera ocurrido.
***
En la calle trasera de la UCM, Luciana escogió una tienda de celulares.
Ella no era adicta al teléfono; lo usaba principalmente para estudiar y lo estrictamente necesario. Por eso, tampoco buscaba algo sofisticado.
Señaló uno en el mostrador.
-¿Podría mostrarme este, por favor?
-Claro–respondió el vendedor con una sonrisa.
Alejandro echó un vistazo al modelo que ella había elegido. Un celular de poco más de mil pesos. ¿Eso era todo?
Recordó que, cuando Luciana se mudó a la Casa Guzmán, había insistido en regalarle un celular nuevo. Pero ella se negó rotundamente.
El vendedor tomó el teléfono y se lo entregó a Luciana.
-Es un modelo económico y práctico. Es muy popular entre los estudiantes.
-Está bien… dijo ella, asintiendo.
-Tch.
Alejandro soltó un bufido, alzando los ojos al cielo con evidente desdén. Luego, con tono sarcástico, comentó:
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—¿En serio llaman «<práctico» a algo de ese precio?
Luciana y el vendedor estaban callados.
Alejandro miró a Luciana, luego volvió al vendedor.
-¿De verdad crees que este teléfono es digno de ella?