Capítulo 27
Luciana se concentró en su trabajo, examinando la herida sin mirarlo a él.
Alejandro no pudo evitar preguntar:
—¿Estás enojada conmigo?
-¿Eh? —Luciana se detuvo un segundo, confundida-. ¿Enojada? ¿Yo? ¿Contigo? No, ¿por qué lo estaría?
Su voz sonaba tranquila, casi indiferente. Alejandro suspiró aliviado.
-Mejor así.
Luciana aún no entendía del todo, pero tampoco preguntó más. Se inclinó para revisar el tubo de drenaje de la herida.
Alejandro, incómodo con el silencio, preguntó:
-¿Cuándo podrán quitarme este tubo? Es muy incómodo llevarlo.
-No tan pronto -respondió Luciana-. En pocas palabras, necesitamos que salga todo lo que pueda causar infección en tu abdomen. Si lo retiramos antes de tiempo, podría haber una infección severa.
Después de eso, volvió el silencio.
Alejandro cerró los ojos a medias y murmuró:
-¿No tienes algo más que decirme?
-¿Eh? -Luciana se quedó perpleja, a punto de responder, pero Alejandro la interrumpió con un tono firme.
-No me refiero a la herida.
Luciana se sorprendió, sus largas pestañas parpadearon rápidamente, y de repente sonrió.
-Bueno, tal vez sí. Tu novia es muy guapa.
Sin detenerse un segundo, Alejandro replicó, sarcástico:
-Qué falsa.
-Está bien–admitió Luciana, levantando las manos-. No lo digo en serio. Ella no es tan
guapa como yo.
Alejandro sintió que una chispa de diversión pasaba por sus ojos mientras reprimía una
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Capítulo 27
sonrisa.
-¿Tan segura de ti misma? ¿Acostumbras a elogiarte así?
La respuesta de Luciana fue rápida y despreocupada.
-¿Acaso no lo sabías ya? Siempre he tenido la piel gruesa.
Su actitud tan relajada dejó a Alejandro sin palabras.
-Deja de mirarme así -dijo Luciana mientras le cambiaba la venda, hablando a través de la mascarilla-. Sé que lo nuestro es un matrimonio de conveniencia y que no tengo derecho a meterme en con quién salís o a quién a más.
En el fondo, ella solo quería fastidiar a Mónica y evitar que lograra casarse con Alejandro. En cuanto a sus sentimientos, no le interesaba; tampoco creía tener el poder para influir en ellos.
Alejandro esbozó una sonrisa fría y comentó con indiferencia:
-Al menos tienes claro lo que es.
Sin embargo, su actitud despreocupada no encajaba con la de una esposa, aunque fuera solo de nombre. Él siempre sospechó que ella tenía un motivo especial para no querer el divorcio, y ahora estaba aún más curioso.
-Entonces, ¿cuál es la verdadera razón por la que te aferras a este matrimonio?
Luciana siguió trabajando, envolviendo la herida con la gasa de manera eficiente.
-¿No dijiste que solo quería una vida de lujos y que buscaba que alguien me mantuviera? Bueno, hasta que encuentre a alguien que lo haga, podrías considerar que estás devolviéndole el favor a tu abuelo, ¿te parece?
Ah, claro. Si no lo decía, casi lo olvidaba: qué clase de mujer era ella.
El rostro de Alejandro se oscureció, y la miró con frialdad.
-Entonces, apúrate en encontrar a alguien, porque el abuelo no va a estar enfermo para siempre, y no pienso hacer que mi novia espere más de lo necesario.
Luciana sintió un tirón en el pecho, un breve apretón que no pudo ignorar.
-La venda está lista. La enfermera vendrá en un rato para ponerte el suero. Hoy estoy de guardia, así que si necesitas algo, avísame.
Recogió la bandeja con el material y se dispuso a salir. Sergio se acercó para ayudarla.
-Luci, gracias por todo. Sé que has trabajado mucho estos días.
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-¿Viste? —Luciana echó un vistazo a Alejandro y se rio suavemente. El interesado ni siquiera me ha dado las gracias. No te preocupes, me voy.
Salió con la bandeja en mano, dejando a Sergio solo con Alejandro, quien tenía una expresión
oscura.
-¿Primo?
Alejandro soltó una risa sarcástica.
-Las mujeres, tienen el corazón más pequeño que la punta de una aguja.
¿Un simple <«<gracias»? Una mujer tan práctica y calculadora como ella preferiría algo más tangible, ¿no?