Capítulo 272
Aunque no fuera una gran chef, al menos sería comida familiar.
-Está bien–aceptó Ricardo, quien, con poco apetito, comió un par de bocados antes de retirarse a descansar.
Un rato después, volvió a salir de su habitación y le dijo:
-Si vas a salir, fíjate si encuentras ropa interior para hombre. Olvidé traerla.
-Oh, claro.
Luciana asintió, terminando de comer lentamente. Luego revisó en su teléfono los alrededores y encontró un supermercado cercano, bastante grande.
Después de tomarse un momento para cambiarse de ropa y prepararse, salió del hotel.
El día estaba hermoso, con un cielo despejado y el sol brillando cálidamente. Luciana decidió caminar tranquilamente hasta el supermercado, disfrutando el paseo.
El supermercado era amplio y encontró todo lo que necesitaba. Compró ingredientes y, finalmente, se dirigió a la sección de ropa masculina, donde eligió un par de prendas básicas y funcionales.
Con las bolsas en la mano, regresó al hotel a paso lento, como si fuera un paseo relajante.
Las calles estaban tranquilas, y mientras caminaba, sacó su celular para buscar información sobre el Instituto Wells. Quería saber dónde estaba, qué tan lejos quedaba del hotel y cuál sería la forma más conveniente de llegar.
Llevaba puestos sus audífonos, disfrutando de la música que sonaba en su teléfono, completamente ajena a lo que sucedía a su alrededor.
Cuando llegó a la entrada del hotel, extendió la mano para buscar la tarjeta de la habitación en su bolso.
De repente, una mano se extendió desde un costado y tomó una de las bolsas que llevaba.
-¡Ah! -Luciana dio un brinco hacia atrás, asustada, y dejó caer las bolsas al suelo. Sus compras se esparcieron por la acera.
Frente a ella estaba Alejandro, cubierto de polvo y evidentemente cansado tras un largo viaje. Se quedó quieto, sorprendido por su reacción.
¿Acaso pensaba que era un monstruo? ¿Era tan aterrador como para asustarla de esa manera?
Al ver los audífonos en sus oídos, Alejandro no pudo evitar sonreír, una mezcla de resignación
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y ternura en su expresión.
-Llevas audífonos… claro, con razón. Te llamé varias veces y no me escuchaste.
Había estado siguiéndola desde que la vio en la esquina, pero ella no se dio cuenta.
Luciana, con el corazón aún acelerado, lo miró con sus ojos abiertos de par en par, reflejando tanto sorpresa como incredulidad.
-¿Qué haces aquí?
Esto no era Muonio. ¿Cómo podía ser que también lo encontrara aquí?
Alejandro levantó su teléfono y sonrió.
-Te encontré siguiendo la ubicación de tu celular.
Afortunadamente, lo tenía encendido, lo que hizo fácil localizarla.
-¿Te estoy preguntando eso? —Luciana infló las mejillas con evidente molestia―. ¿Qué haces en Canadá? ¿No deberías estar en Muonio?
-Te lo explico luego.
Alejandro se inclinó para recoger las cosas esparcidas por el suelo. Pero de repente se quedó inmóvil.
Una mezcla de sorpresa, dolor y furia cruzó por su rostro.
Tomó dos cajas del suelo y las levantó frente a Luciana.
-¿Qué es esto?
Luciana parpadeó, sintiéndose extrañamente culpable.
-¿Tú… no sabes leer? -respondió, tratando de mantener la compostura.
Aunque estaba en inglés, Alejandro había pasado varios años estudiando en el extranjero. ¿No podía entenderlo?
Al verlo fruncir el ceño en un silencio ominoso, Luciana no pudo evitar añadir, con tono casi desafiante:
-El empaque también tiene dibujos. ¿Tampoco entiendes? ¿No eres hombre?
Los ojos de Alejandro casi se llenaron de llamas.
¡Claro que entendía!
Y precisamente por eso estaba tan furioso. ¿Por qué demonios había venido hasta aquí para
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encontrarse con esto?
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Empujó una de las cajas hacia la cara de Luciana.
-¡Te estoy preguntando por qué tienes esto!
Era una caja de ropa interior masculina.
Con cada paso que Alejandro daba hacia ella, Luciana retrocedía. Finalmente, él levantó una mano y sostuvo su barbilla, inclinándose hacia ella con una sonrisa sombría.
-No me digas que son para ti -susurró, su voz baja pero llena de hielo, y sus ojos, fríos como una tormenta invernal.
Luciana sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Estaba aterrada.
Aterrada de este Alejandro.
Abrió la boca para explicarse:
-Esto es…
Pero antes de que pudiera continuar, Alejandro soltó un grito de ira y levantó el puño, lanzándolo en su dirección con fuerza.
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