Capítulo 279
«La última vez».
Cuando Alejandro pronunció esas palabras, su tono y expresión permanecieron inmutables, acompañados de una sonrisa ligera.
-Tienes razón, ya tomé mi decisión. Esta es la última vez. Después de hoy, cuando volvamos a Muonio… no volveré a buscarte ni a molestarte.
Luciana frunció ligeramente el ceño, sin responder.
-¿Qué pasa? ¿No confías en mí? -Alejandro soltó una leve risa, cargada de ironía-. Después de todo, fuimos esposos. ¿No conoces mi carácter?
Luciana sí lo conocía. Sabía que él no cruzaría límites si ella no lo permitía.
Suspiró apenas y, tras un momento, asintió.
-Gracias.
Eso bastó. Alejandro entendió su respuesta y le tendió la mano.
-Súbete.
Luciana obedeció, y pronto el coche arrancó, alejándose del lugar.
Tras unos minutos de silencio, Luciana revisó el reloj en su muñeca y preguntó:
-¿Está lejos el Instituto Wells desde aquí?
-Sí -respondió Alejandro, asintiendo mientras mantenía la vista fija en la carretera—. No está cerca.
Canadá era muy diferente de Muonio. Una vez que se dejaba atrás la zona urbana, el paisaje se volvía vasto y solitario, con kilómetros de campos desiertos, bosques y hasta tramos áridos. Apenas había rastros de vida humana a lo largo del camino.
-¿Tienes hambre? -preguntó Alejandro, echándole una mirada rápida a Luciana a través del
retrovisor.
Ya había pasado el mediodía.
-Un poco–admitió ella, con voz suave.
Eso significaba que sí tenía hambre. Alejandro revisó el GPS y comentó:
—En un rato encontraremos un restaurante de comida rápida. Será algo sencillo, pero
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Capítulo 279
suficiente.
-Está bien.
Tal como había previsto, no tardaron mucho en encontrar un lugar. Alejandro detuvo el auto y pidió comida.
Sin embargo, cuando Luciana vio la bandeja repleta de hamburguesas, papas fritas y refrescos, no pudo comer nada.
Alejandro, notando su incomodidad, arqueó las cejas, preocupado.
-¿Todavía tienes problemas con las náuseas del embarazo?
-No tanto respondió ella, negando con la cabeza-. Ya no vomito tanto, pero… todavía no tengo buen apetito.
Eso lo explicaba todo. Alejandro la observó detenidamente, dándose cuenta de lo mucho que había adelgazado.
-Si esto no te apetece, ¿hay algo que sí se te antoje? Aunque sea una sola cosa, dime.
Luciana lo pensó por un momento.
-Pan blanco dijo al fin-. Si está tostado hasta quedar dorado y lo puedo mojar en un poco de vinagre, mejor.
Alejandro parpadeó, incrédulo.
-¿Pan tostado con vinagre? —repitió, como si incluso decirlo le doliera el estómago.
Pero rápidamente se encogió de hombros. Si era lo que ella quería, lo conseguiría.
-Está bien. Espérame aquí.
Se bajó del coche y entró al restaurante.
Luciana se recargó en la ventana del auto, dejando que la brisa fresca le despejara la mente. No pasó mucho tiempo antes de que Alejandro saliera del lugar con una bolsa en la mano.
Pero no estaba solo.
A su lado caminaba una joven camarera, con labios pintados de rojo y el uniforme ajustado del restaurante que destacaba su figura curvilínea.
Luciana frunció el ceño.
¿Qué era eso?
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Desde la distancia, observó cómo Alejandro hablaba con la mujer, mientras esta reía en voz alta, exageradamente. En un gesto coqueto, la joven deslizó la punta de sus dedos por el pecho de Alejandro.
Él arqueó una ceja y murmuró algo más, lo que hizo que la camarera se riera aún más fuerte. Ahora, la mujer incluso le tomó el brazo con ambas manos, aferrándose como si no quisiera soltarlo.
Luciana endureció el rostro.
¿En serio?
¿Había venido a coquetear?
Alejandro se despidió de la joven y volvió al auto.
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-Toma. Le entregó a Luciana la bolsa-. Pan blanco tostado hasta quedar dorado, como pediste. Y vinagre, empaquetado aparte.
Luciana soltó un bufido, frunciendo el ceño mientras se tapaba la nariz.
-¿Qué es ese olor? Es insoportable.
-¿Qué olor? -Alejandro olfateó su propia ropa, desconcertado-. ¿Será que fui a la cocina y se me pegó el olor a grasa? ¿Te molesta?
-Señor Guzmán… -Luciana giró los ojos con fastidio-. Es perfume. ¿No lo hueles?
El aroma a perfume era tan intenso que parecía impregnado en cada fibra de su ropa. ¿Cuánto tiempo había estado pegado a la chica para que quedara así?
Alejandro se quedó perplejo por un momento, pero luego soltó una risa suave.
-Debe ser de la joven de antes. Fue ella quien le pidió el favor al chef para que me ayudara. Sonrió con aire despreocupado-. Aunque sí, creo que se puso demasiado perfume.
Su actitud relajada no hacía más que irritar a Luciana. De repente, abrió la puerta del auto y se bajó.
-¡Luciana! -Alejandro la sujetó del brazo, alarmado-. ¿Qué pasa? ¿Te molestaste? ¿Qué hice mal? Mira, si estás enojada, seguro fue mi culpa…
-¡No! -exclamó Luciana, enfurruñada, con las mejillas hinchadas de indignación. No tienes la culpa, el problema soy yo. ¡Voy a sentarme atrás! ¡Este olor es insoportable!
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