Capítulo 281
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Capítulo 281
El aguacero caía con fuerza, empapándola en segundos. A su alrededor solo había árboles y más árboles; no se veía un alma.
El terreno era lodoso, y cada paso se hacía más pesado que el anterior. Aun así, continuó avanzando con dificultad, buscando algún rastro de él. Caminó durante un buen rato, hasta que el paisaje comenzó a abrirse un poco, pero de Alejandro no había señal.
¿Habré tomado el camino equivocado?
El pensamiento la inquietó aún más. ¿Y si él había tomado otra dirección? ¿Y si ahora estaba de vuelta en el auto y no la encontraba?
La preocupación la invadió, y decidió regresar al vehículo. Dio media vuelta y comenzó a caminar de regreso, cuando de repente, un sonido extraño perforó el silencio.
Era un ruido ronco y feroz.
Luciana se detuvo en seco, y un escalofrío le recorrió la espalda. Su garganta se secó, y tragó saliva. ¿Era un animal?
El sonido volvió a escucharse, esta vez más cerca. Un depredador.
Luciana aceleró el paso, pero el miedo la tenía torpe. Las ramas del follaje cercanas se agitaban, y su corazón comenzó a latir con fuerza.
Pisó en falso, y el lodo hizo que resbalara.
-¡Ah! -soltó un grito justo cuando un estruendo resonó por todo el bosque.
¡Un disparo!
En ese momento, sintió que alguien la sujetaba con fuerza del brazo, impidiendo que cayera al suelo.
Miró hacia arriba, aún con el rostro desencajado por el susto, y sus ojos se encontraron con unos que conocía demasiado bien.
-¡Alejandro!
-Sí, soy yo -respondió él, su voz grave y firme, aunque su rostro mostraba una clara preocupación.
Estaba de rodillas en el lodo, con una mano sujetándola para mantenerla de pie y la otra sosteniendo una escopeta que todavía apuntaba hacia la maleza.
El eco del disparo seguía rondando en el aire. Alejandro frunció el ceño mientras la ayudaba a
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Capítulo 281
incorporarse.
-¿Puedes levantarte? ¿Tienes fuerza en las piernas?
Luciana asintió rápidamente, aferrándose a él para estabilizarse.
-Sí, puedo… Gracias -murmuró, con los ojos todavía brillando de angustia.
Bajó la mirada, avergonzada. Su voz salió tímida y quebrada.
-Lo siento… No debí salir del auto.
Alejandro la miró con intensidad, pero no había reproche en sus palabras.
-No te preocupes. No es tu culpa. Soy yo quien se tardó demasiado en volver.
¿Cómo podría culparla? Solo pensar en lo que pudo haber pasado lo aterraba.
Señaló con la escopeta hacia adelante.
-Más adelante hay una zona residencial. Me dijeron que en esta área es común que haya lobos salvajes.
Luciana lo miró, su corazón todavía acelerado, y no pudo evitar pensar en lo que pudo haber sucedido si él no hubiera llegado a tiempo.
Alejandro la sostuvo un poco más antes de soltarla con cuidado, su expresión endurecida, pero el alivio de que estaba a salvo se reflejaba en sus ojos.
No podía permitirse imaginar un escenario diferente.
Bajó la mirada hacia ella.
-¿Puedes seguir caminando? -preguntó, con tono de preocupación.
El camino no solo era largo, también estaba complicado por el lodo. Alejandro sabía que podía cargarla, pero temía que eso pudiera afectar al bebé.
-Sí, puedo respondió Luciana, asintiendo con firmeza. No estaba tan frágil como para quejarse.
-Bien, pero ve despacio. Si te cansas, apóyate en mí.
-De acuerdo.
El trayecto era más largo de lo que parecía, y Alejandro prácticamente la sostenía mientras caminaban. A medida que avanzaban, él hablaba para distraerla.
-Ya llamé para que recojan el auto. Lo malo es que no llegaremos hoy al Instituto Wells -dijo
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con un suspiro.
Luciana ya lo había supuesto, pero no respondió.
Mientras seguían caminando, empezaron a aparecer techos de casas a lo lejos.
-Ahí está
anunció Alejandro, señalando hacia adelante. Me estoy quedando en la casa de una pareja de ancianos. Son muy amables.
Antes de que llegaran, una mujer mayor, de cabello blanco, los esperaba bajo un paraguas en la entrada. Desde lejos, les hizo un gesto amistoso.
-La lluvia está fuerte, ¿verdad? -dijo con una sonrisa, acercándose a Luciana y tomándola del brazo con cariño-. Hija, estás completamente empapada. Necesitas un baño caliente
cuanto antes.
Luciana, algo cohibida, murmuró un tímido agradecimiento mientras cruzaba el umbral. La mujer bajó la mirada y notó sus zapatos llenos de barro, pero no pareció molestarse.
-Olvidé traerte las pantuflas -dijo con dulzura. Sacó unas del armario y las colocó frente a Luciana-. Puede que te queden un poco grandes, pero úsalas mientras tanto.
-Es usted muy amable, gracias.
Luciana se calzó las pantuflas mientras la mujer le tomaba las manos y hacía una mueca al sentirlas frías.
-Tienes las manos heladas. El agua caliente ya está lista. Deberías darte un baño. Será bueno para ti y para el bebé.
<<¿El bebé?»> Luciana se quedó sorprendida por el comentario. Levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de Alejandro. ¿Él había hablado de eso?
Mientras tanto, Alejandro estaba descalzo, conversando animadamente con el esposo de la mujer. Luciana lo observó, sin apartar la mirada.
-¿Qué tanto ves? -preguntó él, acercándose con una sonrisa.
Alejandro tomó suavemente su mano y le agradeció a la mujer.
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