Capítulo 282
-Muchas gracias, la llevaré yo.
-De acuerdo respondió la señora, con una sonrisa cálida.
La pareja les había preparado un cuarto en el piso de arriba. Alejandro subió con Luciana, llevándola directamente al baño.
En el interior, el agua caliente ya estaba lista en la bañera, y sobre una silla estaban colocadas una bata y ropa limpia.
-Tómate tu tiempo y entra en calor —dijo, girándose para salir.
-Alejandro lo llamó Luciana, antes de que cruzara la puerta.
Él se detuvo.
-¿Pasa algo?
-¿Y tú? -preguntó, mirando sus ropas húmedas.
-Voy a bajar. Solo necesito una ducha rápida, no hace falta más.
Luciana asintió, viendo cómo se alejaba. Cerró la puerta y dejó que el agua caliente la relajara completamente.
Cuando salió, ya vestida con la bata, encontró a Alejandro esperándola en la habitación. Había cambiado su ropa por prendas del dueño de la casa; las viejas pero cómodas prendas le daban un aire más relajado.
Por su parte, Luciana tenía el cabello húmedo, y el vapor del baño le daba un rubor natural en las mejillas. La tela de la bata caía suavemente sobre su piel, y sus piernas largas y delgadas estaban al descubierto.
Alejandro tragó saliva y aclaró la garganta.
-Vine a recoger la ropa sucia -dijo, señalando la cama-. Tómate un descanso ahí. Te traeré la cena más tarde.
-¿Es necesario? -preguntó Luciana, dudando si sería correcto.
-No te preocupes por eso -respondió él, con una sonrisa afectuosa que tenía un toque de ternura-. Ya les expliqué que no estás en condiciones de moverte demasiado.
Antes de que pudiera responder, Alejandro entró al baño, recogió su ropa mojada y salió de la habitación.
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Después, Luciana se acostó en la cama.
Aunque estaba agotada físicamente, no podía conciliar el sueño. Con un suspiro, apartó las mantas, se puso las pantuflas y salió del cuarto.
La planta baja estaba en completo silencio.
En la cocina, la dueña de la casa estaba ocupada, y desde algún punto se alcanzaban a escuchar las voces de Alejandro y los anfitriones conversando.
-¡Tu esposa es realmente hermosa! -comentó una voz femenina, llena de entusiasmo.
-Sí, es la mujer latina más bella que he visto añadió otra, con un tono sincero.
Alejandro respondió con evidente orgullo:
-Por supuesto.
-Hacen una pareja perfecta —dijo alguien más.
Alejandro rio, agradecido:
-Claro que sí. Muchas gracias.
-¿Cuántos meses tiene su bebé? Tu esposa no parece estar embarazada. Es tan delgada…
—Casi cuatro meses -respondió Alejandro—. Es su primer embarazo, aún no se nota mucho. Y siempre ha sido muy esbelta.
-¡Ah, claro! Entonces, ¿prefieres que sea niño o niña?
Desde las sombras, Luciana escuchó la conversación con curiosidad, conteniendo una sonrisa. ¿ Alejandro tendría alguna preferencia? ¿Realmente le importaría, sabiendo que ese bebé no era suyo?
Su apuesta era que él respondería algo neutral, como “me da igual“.
Sin embargo, Alejandro respondió con firmeza:
-Niña. Me gustaría tener una hija. Que sea tan hermosa, segura de sí misma y brillante como su madre, como un pequeño sol.
-¡Oh! Estoy segura de que tendrás suerte.
-Gracias… -respondió Alejandro, pero su tono se interrumpió.
De pronto, su mirada se dirigió hacia donde estaba Luciana. Ella, al darse cuenta, giró rápidamente y subió las escaleras apresurada.
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Detrás de ella, escuchó pasos que la seguían.
Una vez en su habitación, se metió bajo las mantas, fingiendo dormir. Poco después, Alejandro entró al cuarto y se sentó a su lado, dejando escapar un susurro bajo y ronco:
-Luciana…
Ella permaneció inmóvil, los ojos cerrados. No respondió.
-¿Te dormiste? -murmuró, sin esperar respuesta.
Alejandro se quedó en silencio un momento, hasta que habló de nuevo, como si le estuviera confesando algo al vacío:
-Todo lo que dije antes… lo pensé de verdad.
Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.
-Pensé en cómo sería tener una familia contigo. En que esta bebé fuera una niña… Se parecería a ti, sería igual de hermosa, fuerte… llena de vida.
Su voz se quebró apenas, pero continuó:
-Yo… cuidaría de ella. La vería crecer. Le daría todo lo que a ti te faltó cuando eras pequeña. Todo lo que no tuviste.
Alejandro dejó escapar un suspiro largo y amargo.
-Pero eso es solo un sueño, ¿no? Un simple sueño que no tiene sentido. Algo que solo puedo decir frente a extraños, como si fuera verdad.
Se levantó, acomodó las mantas con suavidad y salió del cuarto cerrando la puerta detrás de él.
Luciana abrió los ojos lentamente. Lágrimas brotaron de repente, como un torrente
incontrolable.
<<Alejandro… Yo también, en algún momento… lo soñé.>>
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