Capitulo 284
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Capítulo 284
-¿Qué solución? -Luciana frunció el ceño, desconcertada.
-¿Cómo sabré si no lo intento?-respondió Alejandro con una sonrisa desafiante antes de salir.
Ella se quedó pensativa por un momento, pero pronto lo siguió.
Cuando bajó las escaleras, alcanzó a escuchar la conversación de Alejandro con el dueño de
casa.
-La tienda está algo lejos. Ir y venir en auto tomará horas, casi hasta el amanecer -comentó el hombre mayor con una mezcla de duda y advertencia.
—Y además está lloviendo a cántaros.
-No importa. Estoy bien de salud, puedo manejarlo -respondió Alejandro con firmeza. Luego se giró hacia la amable anfitriona, una mujer de edad avanzada con una sonrisa cálida.
—Señora, por favor, cuide de mi esposa mientras yo voy.
—Por supuesto, hijo ―respondió la mujer con un gesto cariñoso, dándole una palmada en la
mano.
Volteó hacia su esposo y, con una mirada cómplice, añadió:
—Déjalo ir. Cuando tú eras joven, ¿no hacías lo mismo por mí?
El hombre soltó una risa baja y asintió.
-Está bien, voy a sacar el auto del garaje.
-Niño, sería mejor que te pongas un impermeable. Hay uno en el cobertizo–le sugirió la señora.
-Gracias, señora–contestó Alejandro antes de dirigirse al cobertizo.
Poco después, salió vestido con una capa de lluvia, listo para enfrentarse al clima.
En la entrada, Luciana lo esperaba en silencio, con el ceño fruncido y una expresión de
conflicto interno.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Alejandro, acercándose a ella.
-Alejandro… Luciana tomó su brazo y negó suavemente con la cabeza.
-No vayas.
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Capítulo 284
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-¿Eh? -Alejandro esbozó una ligera sonrisa. ¿Hace cuánto estás aquí? ¿Escuchaste todo?
Ella no entendía qué le parecía tan gracioso.
-Solo es comida -insistió Luciana con seriedad. Si no como, no va a pasar nada.
La gravedad en su tono hizo que Alejandro dejara de sonreír.
-Mañana temprano llegará Sergio. Pero si se retrasa, vas a pasar más de ocho horas sin comer -replicó él, mirando directamente a sus ojos.
-¿De verdad crees que puedo quedarme en la cama y dormir tranquilo sabiendo eso?
Luciana no supo qué responder. Sabía que tenía razón. Pero, ¿cómo podía aceptar tanta bondad de él?
Alejandro soltó un leve suspiro y, con un tono casi melancólico, murmuró:
-Es la última vez. Déjame hacerlo. Después de esto, aunque quiera cuidarte, ya no podré.
Una sola frase hizo que Luciana sintiera un nudo en la garganta y que sus ojos se llenaran de lágrimas.
En el patio, el dueño de la casa sacó el auto del garaje.
A través de la cortina de lluvia, levantó la mano y gritó con fuerza:
-¡Alex! ¡Listo!
-¡Gracias! -respondió Alejandro en voz alta, girándose hacia Luciana.
Vaciló un par de segundos antes de levantar la mano y despeinarla suavemente con un gesto
cariñoso.
-Me voy. Duerme bien. Cuando despiertes, ya habrá algo para comer.
Sin darle tiempo a responder, se dio media vuelta y corrió hacia el auto bajo la lluvia.
Luciana lo observó mientras se alejaba. Cerró los puños con fuerza y, en voz baja, murmuró:
-Lo sé. Haré lo que dices.
Se quedó ahí parada, viendo cómo él subía al auto y cómo este se alejaba por la entrada del patio.
-Querida. La voz de la mujer mayor sonó a su espalda, acompañada de una suave palmada en el hombro.
-Señora -respondió Luciana, volteándose hacia la anfitriona.
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Capitulo 284
La mujer le sonrió con calidez, su mirada cargada de ternura.
-Tu esposo te quiere mucho. Se nota que tienen una relación muy especial.
Luciana entreabrió los labios, pero no pudo pensar en nada para contradecirla.
-No te preocupes. -La mujer tomó las manos de Luciana entre las suyas, dándole un par de ligeros golpecitos. Es un joven maravilloso. Él podrá con todo, confía en él.
-Sí–asintió Luciana, bajando la mirada.
Eso sí lo sabía.
-Y ahora, deberías ir a dormir —dijo la mujer, sonriendo con un toque de humor—. Tu esposo me pidió que te cuidara. Si le di mi palabra, no puedo fallarle, ¿verdad?
-De acuerdo, señora -respondió Luciana con un gesto de resignación, dejándose guiar por la mujer de vuelta a su habitación en el segundo piso.
Una vez acostada, pensó que le sería imposible conciliar el sueño. Pero mientras escuchaba el golpeteo de las últimas gotas de lluvia y pensaba en Alejandro, poco a poco, se quedó dormida.
Cuando despertó, la casa estaba completamente en silencio.
Aún no amanecía, pero la lluvia había cesado.
Miró la hora: no eran ni las dos de la madrugada.
Como si algo en su interior la empujara, se levantó de la cama y salió de la habitación.
Con pasos silenciosos, bajó las escaleras hasta el primer piso, que permanecía igual de tranquilo.
Se dirigió al vestíbulo, abrió la puerta principal con cuidado.
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