Capítulo 291
El corazón de Luciana se apretaba hasta hacerse un nudo, tanto que casi no podía respirar del dolor.
No podía comprenderlo: si apenas hacía unas horas todo estaba bien, ¿cómo era posible que ahora él ya no existiera?
¿Qué fue lo último que él le dijo?
Le dijo que la llevaría priméro de regreso al hotel, pero ella se negó.
Si hubiera sabido que ésa sería la última vez que se verían, no habría rechazado su ofrecimiento
Quizás, al menos, hubieran podido conversar un poco más.
-No, no…
Luciana lloraba en silencio, negando con la cabeza.
¿Unas pocas palabras más? ¿Cómo sería eso suficiente?
Él era tan joven, aún tenía un largo camino por recorrer.
Y estaba el abuelo Miguel… el anciano que adoraba a su único nieto como si fuera su propia vida. ¿Cómo soportaría su ausencia, ahora que
él ya no estaba?
Todo, por su culpa.
Si no hubiera sido por ella, él jamás habría venido a Canadá…
-¿Eres un tonto, verdad? -murmuró Luciana entre sollozos, la voz entrecortada-. ¿Por qué tenías que venir? Ya no había nada entre nosotros, yo no era tu responsabilidad… ¡Ah…!
Lágrimas gruesas caían una tras otra, estrellándose contra el piso, como si cada una dejara un pequeño cráter.
Pero Alejandro se había ido, y ya no importaba cuántas lágrimas derramara ni cuánta culpa sintiera… no habría vuelta atrás.
***
Sobre una camilla, a Juan lo obligaban a mantenerse acostado.
Él forzaba una sonrisa amarga:
-De verdad que no es tan grave, puedo caminar solo.
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-¿Que no es grave?
El rostro de Alejandro lucía sombrío mientras lo fulminaba con la mirada. ¿Así llamas a esto
<<<nada»>?
La cabeza de Juan estaba envuelta en vendas; su brazo había sido atendido de urgencia y ahora colgaba en un cabestrillo.
También tenía heridas en la pierna, la tela del pantalón empapada en manchas de sangre. Pero aquí, con recursos tan limitados, era imposible darle la atención que necesitaba. Tenían que llevarlo al hospital, confirmar la gravedad de sus lesiones.
-¿Qué pasa, no te importa tu vida? ¿O quieres quedar lisiado de una pierna?
Antes de que Juan pudiera responder, Alejandro continuó:
-Dejo esto bien claro: si tu pierna queda inutilizada, olvídate de seguir conmigo. Más te vale llevar a tu hermano Simón y jubilarte temprano. 1
Esta advertencia surtió efecto al instante. Juan se acomodó, obediente.
-Haré lo que tú digas.
Él no pensaba retirarse tan pronto; aún era joven y deseaba seguir acompañando a Alejandro, ayudándolo en lo que fuera necesario.
Sergio y Simón observaban en silencio, sin decir nada.
Esta vez, sólo gracias a Juan habían salido con vida.
Antes, fue Juan quien primero notó que alguien los seguía.
Esa noche también, Juan propuso intercambiar habitaciones con Alejandro.
Y, al final, ocurrió lo que nadie deseaba.
Las noticias hablaban de un acto terrorista, una explosión.
Si Alejandro no hubiera sufrido antes varios incidentes, ellos habrían creído esa versión.
La bomba explotó en la habitación que originalmente era de Alejandro. Resultaba evidente que no se trataba de terroristas al azar, sino de un atentado dirigido especialmente contra él.
Por fortuna, Juan estaba alerta y había llevado un chaleco antibalas. Cuando sucedió la explosión, escapó con rapidez. De lo contrario, a estas alturas ya estaría muerto.
Alejandro fruncía el ceño con inquietud.
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Capítulo 291
¿Quién era el responsable? ¿Quién lo odiaba tanto como para intentarlo una y otra vez, cada vez de forma más cruel?
Los cuatro avanzaban en silencio, preparando el traslado de Juan a la ambulancia.
De pronto, Sergio y Simón, quienes cargaban la camilla, se detuvieron.
-¿Quién necesita ir al baño ahora?
Alejandro frunció el ceño, extrañado por la
pausa.
-Alex–Sergio tragó saliva, alzó un poco la barbilla señalando al frente, mira, ¿esa chica no es Luciana?
Su tono reflejaba cierta incredulidad: ¿qué hacía Luciana allí?
Temía haberse equivocado y que Alejandro se ilusionara en vano.
-¿Hmm? -Alejandro se detuvo, siguiendo la dirección que indicaba Sergio.
Y entonces la vio: Luciana, llorando en silencio, devastada, incapaz de contener ese llanto
ahogado.
Dicen que, cuando el dolor es demasiado profundo, las lágrimas salen sin sonido alguno.
¿Luciana… tan destrozada?
Alejandro avanzó en silencio y dejó caer una sola frase:
-No me sigan.
-Entendido -respondió la voz a la distancia.
Al acercarse, Alejandro pudo oír a Luciana hablando en voz baja, casi como un suspiro.
-Alejandro… Alejandro…
¡…! Alejandro se tensó, inmóvil por un segundo.
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