Capítulo 297
-¡Luciana! -Mónica estalló en furia, el rostro alternando entre el rojo y el pálido. ¡Al menos eres una futura doctora! ¿Cómo puedes decir palabras tan sucias?
Luciana puso los ojos en blanco hacia el techo.
-¿Mis palabras son sucias? Es porque sus actos son todavía más repugnantes, mi «querida hermana». ¿Es que no entiendes la relación causa–efecto? Pobrecita, jun caso desesperante de
analfabetismo!
-Tú… tú… —Mónica temblaba de ira, incapaz de pronunciar nada coherente.
-¿Te enojaste? -Luciana soltó una fría carcajada. ¿Y con qué cara te enojas? ¡Oh, lo olvidaba! ¡No tienes cara!
-Luciana, te lo diré claro: ¡Vas a donar el hígado! ¡Aceptes o no, lo harás igual!
-Tranquila, ya decidí que no lo haré contestó Luciana sin titubear.
¿Qué más podía decir? Era una pérdida de tiempo seguir allí. Si continuaba, terminaría vomitando del asco. Se dio media vuelta dispuesta a marcharse, pero Mónica la sujetó con
fuerza.
En el bello pero ahora retorcido semblante de Mónica, brillaban ojos llenos de crueldad. Sus dientes rechinaban con rabia:
-¡Luciana Herrera, te estoy dando una orden, no es una petición!
-¿Orden? -Luciana casi se rio-. ¿Con qué derecho me das órdenes?
-Tsk. -Mónica se mostró segura, sin la menor señal de pánico, porque guardaba un as bajo la manga-. Papá me contó que te dio un departamento. Estos días te ha estado dando bastante dinero extra, ¿no es así? Además, los gastos de Pedro para irse al extranjero, ¿no pensabas que los cubriría papá?
Alzando la barbilla con una mueca burlona, continuó:
-¿No te da vergüenza no hacer nada después de tanto beneficio recibido?
Aunque sonaba razonable, Luciana no era alguien fácil de engañar.
-¿En serio? ¿Y cuántos inmuebles tienes tú a tu nombre? ¿Las matrículas de las porquerías de universidades extranjeras a las que fuiste, te las pagaste tú solita o las pagó tu madre, que no hace nada de provecho?
-Tú… -Mónica se atascó, sin saber qué responder.
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-Je Luciana rió con un dejo helado. Siguiendo tu lógica, entonces tú deberías ser la primera en donar el hígado a tu padre. Es más, ¿un sólo pedazo del hígado basta? Deberías darle tu hígado entero, tu corazón, tu bazo, tus pulmones y tus riñones, todo junto. ¿No es justo?
Su sonrisa desapareció, dejando entrever una mirada gélida. De un tirón, Luciana se soltó de Mónica y se giró para irse.
Para su sorpresa, al dar la vuelta, se encontró cara a cara con Clara… y Ricardo, quien se apoyaba en ella, justo enfrente de ellas.
Clara fulminaba a Luciana con la mirada, mordiéndose los dientes con odio y hastío.
-¿Se puede saber qué clase de hija eres tú, diciendo esas cosas…?
Pero Luciana no estaba interesada en responderle; en su lugar, clavó los ojos en Ricardo y lo
cuestionó:
-Durante todos estos años, aparte de ignorarnos, ¿qué más hiciste?
-Cuando Clara nos golpeaba, yo me interponía para proteger a Pedro, recibiendo moretones por todo el cuerpo, ¿dónde estabas tú?
-Siendo también tus hijos, Mónica vivía en la abundancia, mientras que Pedro y yo ni siquiera teníamos tres comidas seguras al día, ¿dónde estabas tú entonces?
-Mónica disponía de enormes sumas de dinero para estudiar en el extranjero, para abrirse paso en el mundo del espectáculo, mientras yo tenía que trabajar para pagar mi matrícula y mi sustento. ¿Dónde estabas tú?
Todo aquello…
-Y ahora, que estás enfermo, ¿te acuerdas de Pedro y de mí? ¿Con qué derecho?
Ricardo frunció el ceño, luchando por encontrar las palabras:
-Luciana, yo…
-¡Olvídalo! -lo interrumpió Luciana sin darle tiempo a responder-. No voy a donar mi hígado y Pedro tampoco.
Además, Pedro sigue siendo menor y está bajo mi tutela.
-¡No te vayas!
-¡Luciana!
Clara y Mónica trataron de detenerla, una agarrándola y la otra gritándole.
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Mónica suspiró con resignación:
-Nosotras no queríamos que esto se pusiera así de tenso, pero nos has obligado.
Luciana frunció el entrecejo, preguntándose qué pretendían estas dos. Al parecer, Clara y Mónica jamás podían hablar de forma razonable.
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