Capítulo 300
-Abuelo…
¿Cómo podía Luciana aceptar algo así? Apenas había logrado escapar de un matrimonio que no era sano, ¿y ahora debía saltar nuevamente a esa hoguera?
Al notar su descontento, Miguel suspiró.
-No tienes que responderme ahora. Para algo tan importante, es natural que necesites pensarlo, ¿no crees?
Sonrió con ternura.
-Te doy dos días, pasado ese tiempo, me contestarás. Mientras tanto, el dinero que necesites te lo daré. No es mucho y no tienes que devolverlo. ¿Acaso el abuelo le pide a una nieta reembolse la mesada?
Hizo una pausa, subrayando su siguiente afirmación:
que le
-No quiero obligarte a nada. Independientemente de tu respuesta, tú me llamas abuelo, y yo te considero mi nieta. Nadie va a forzarte.
Luciana se quedó sin palabras, sus delicadas facciones contrayéndose con preocupación.
Aunque él lo dijera así, no se sentía más ligera. Por el contrario, la presión sobre su pecho parecía más pesada que nunca.
***
Al salir de la habitación, Luciana se topó de frente con Alejandro, que justo llegaba. Ambos se sorprendieron y enseguida desviaron la mirada.
Él acababa de llegar a Muonio, directo desde el aeropuerto hasta el hospital anexo.
-¿Viniste a ver al abuelo?
—Sí. -Luciana mantuvo la cabeza baja, dejando ver la curva elegante de su cuello, pálido como la nieve-. Ya me voy.
Alejandro se movió hacia un lado, dándole espacio.
-De acuerdo.
Quiso decir algo más, quizás ofrecer llevarla, pero las palabras no se atrevieron a salir.
Luciana pasó a su lado rápidamente y se marchó.
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Capítulo 300
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Alejandro la observó en silencio, viéndola alejarse hasta que su figura se perdió de vista. Solo entonces entró en la habitación.
Al salir del edificio VIP, camino al apartamento de Martina, el teléfono de Luciana vibró. Había recibido una notificación de transferencia de dinero.
¡Miguel había sido sumamente rápido!
La lógica dictaba que debería sentirse aliviada. Sin embargo, su pecho seguía oprimido.
Ahora comprendía lo que quiso decir Miguel:
“En este mundo, lo que se resuelve con dinero no cuenta como un verdadero problema“.
Lo más difícil de saldar no eran las deudas económicas, sino las que adquirimos con las
personas.
***
Por la mañana, después de hablar un rato con Miguel y ayudarlo a acostarse, Alejandro se dispuso a marcharse. Antes de salir, el anciano lo llamó:
-¿Sigues con esa pequeña estrella?
Alejandro se detuvo, vaciló un segundo y asintió.
-Sí.
-Hum. Miguel hizo un leve sonido de desdén, sin agregar nada más.
-Abuelo…
Alejandro quería defender a Mónica, la mujer con quien pensaba compartir su vida.
-Mónica no ha hecho nada malo, ella…
-Vete, quiero dormir cortó Miguel, cerrando los ojos.
Alejandro no tuvo más remedio que callar.
El abuelo seguía sin aceptar a Mónica. Quizás cuando naciera el bebé, cambiaría de opinión.
A la mañana siguiente, Miguel llamó a Felipe.
-Felipe.
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-Sí, señor, dígame qué necesita.
Antes, cuando Miguel todavía estaba al mando de la familia Guzmán, Felipe no era el
mayordomo, sino su hombre de confianza. Por eso, al escucharlo, Felipe supo que se trataba de un asunto importante.
Miguel fue directo:
-No podemos seguir permitiendo la presencia de esa Mónica. Como Alex no la resuelve, me encargaré yo.
-Entendido. Felipe asintió con seriedad. No se preocupe, sé lo que debo hacer.
–
-Bien. -Miguel inclinó la cabeza—. Evita armar mucho alboroto, a mi edad me molestan los
ruidos.
Felipe sonrió con complicidad:
-Señor, confíe en mí. ¿Cómo permitir que hagan escándalo delante de usted?
El zorro viejo seguía siendo el más astuto.
Esa misma noche, la familia Herrera al completo fue llevada ante Miguel.
En el jardín, Miguel estaba sentado en una silla de ruedas con una manta sobre las piernas. A su lado había una mesita con un juego completo de utensilios para preparar té, y en el brasero se calentaba el agua.
-Señor. -Felipe se inclinó hacia él—. Están aquí.
Tras sus palabras, un auto se detuvo junto al césped. Varios hombres vestidos de negro abrieron las puertas y sacaron a tres personas: un hombre y dos mujeres.
En la noche, los Herrera tenían los ojos vendados y la boca sellada con cinta adhesiva.
En efecto, ni un solo ruido.
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