Capítulo 303
Esa noche, Luciana apenas pudo conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, mientras trabajaba en el departamento del hospital, le costaba
concentrarse.
Al mediodía, aprovechó un rato libre para ir al Sanatorio Cerro Verde.
Durante el viaje a Canadá, había comprado algunas cosas para Pedro y quería llevárselas. Además, planeaba mostrarle la información del Instituto Wells.
Al llegar, la enfermera le comentó:
-Pedro cambió de habitación esta mañana. Como no viniste, pensé que sabrías. ¿Quieres que te lleve?
Luciana se sorprendió.
-¿Cambió de habitación?
-¿No lo sabías? -La enfermera también se extrañó―. Un señor llamado Felipe lo arregló todo, dijo que era por tu encargo.
Felipe…
Luciana comprendió al instante. Era cosa de Miguel.
-Te llevo a su nueva habitación -dijo la enfermera.
-De acuerdo.
Originalmente, Pedro compartía una habitación amplia con otros tres pacientes. Ahora estaba en una suite individual, mucho más grande, con sala de estar, dormitorio, baño privado y
comedor.
Prácticamente un VIP, cuyo costo seguramente era exorbitante.
Luciana frunció el ceño.
-¿Podríamos volver a la habitación anterior? No puedo costear este cuarto…
Definitivamente, no. ¿Cómo iba a pagar algo así?
Antes de que Pedro cumpliera once años, Ricardo ni siquiera quiso enviarlo al sanatorio, solo porque era demasiado caro. Hasta los once años, Luciana lo cuidó sola.
Cuando ella cumplió dieciocho y se fue a estudiar a la universidad, Ricardo, obligado por la
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situación, ingresó a Pedro en el sanatorio, pero pagando lo mínimo indispensable.
La posibilidad de mejor atención y tratamiento para Pedro llegó hace poco, tras los conflictos. que Luciana mantuvo con la familia Herrera.
Incluso el dinero que Luciana obtuvo de Alejandro, esos 200 mil que serían para el tratamiento, debía devolverlo si no se utilizaba por completo antes de que Pedro se fuera al Instituto Wells.
Si gastaba tanto en esta suite, ¿cuánto podría sobrar de esos 200 mil?
Por eso, Luciana insistió:
-De verdad, volvamos a la habitación anterior. Nos basta con esa.
La enfermera se rió amablemente.
—Veo que realmente no sabes nada. El señor Felipe ya pagó todo. No tienes que preocuparte por el costo.
—¿Qué?
Luciana se quedó helada, su ceño se frunció aún más.
Claro, ¿cómo pudo olvidarlo? Miguel jamás dejaría un cabo suelto.
-Luciana, siéntate. Pedro todavía está en clases -comentó la enfermera con una sonrisa.
-De acuerdo, gracias.
Luciana se frotó la frente, exhalando un largo suspiro. Su pecho se sentía cada vez más pesado.
En este momento entendía a la perfección el significado de “una deuda de gratitud es la más difícil de pagar“.
¿De verdad debía aceptar lo que Miguel le pedía?
Miguel no se había equivocado al juzgar a Mónica; ella era egoísta y falsa.`
Pero, ¿acaso eso justificaba privar a Alejandro del derecho de amarla y estar con ella?
***
Alrededor de las seis de la tarde, Alejandro llegó a la habitación del hospital.
-Llegas temprano -comentó Miguel, mirando a su nieto con cierto matiz burlón—. ¿El señor Guzmán, tan ocupado y distinguido, hoy no tiene compromisos?
-Las comidas de negocios también son cenas con gente -respondió Alejandro, sentándose a
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su lado. Pero prefiero cenar contigo, abuelo.
Realmente había venido para compartir la cena con Miguel. Últimamente había estado demasiado ocupado y no había podido acompañarlo como era debido.
-De acuerdo.
Con la ayuda de su nieto, Miguel se puso de pie y caminaron juntos hasta el comedor.
En la mesa había platos traídos directamente desde Rinconada, aún calientes. Habían seleccionado cuidadosamente la comida de acuerdo a los gustos de ambos, de modo la mesa estaba repleta.
que
-Abuelo, toma un poco
de sopa.
—Ajá.
Miguel tomó la taza de sopa y la bebió con calma. De repente, disparó una frase como si fuera una simple observación cotidiana:
-Ya me ocupé de esa tal Mónica. Prepárate para traer de vuelta a Luciana.
Lo dijo con tanta ligereza que parecía un asunto trivial.
Alejandro se quedó pasmado un par de segundos, incrédulo.
-Abuelo, ¿cómo…?
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