Capítulo 307
Luciana tomó una mandarina y empezó a pelarla con calma.
-Bueno, ¿de qué querías hablarme?
-Luciana… Mónica presionó los labios, sintiendo cómo se tensaban sus manos sobre la bolsa que descansaba sobre su regazo-. Quiero hablarte de Alex.
-Ajá. —Luciana asintió. Eso me dijiste en tu mensaje. ¿Qué, en concreto, quieres tratar?
Con la respiración agitada, Mónica se armó de valor:
-Quiero pedirte que dejes la familia Guzmán.
El movimiento de Luciana, pelando la mandarina, se pausó un instante. Una ligera curva apareció en sus labios.
Hacía apenas unos días, Miguel la había invitado a regresar, ¿y Mónica ya estaba enterada?
-¿Por qué te quedas así en silencio, Luciana? -insistió Mónica, mirándola fijamente-. Tú y Alex no tienen ningún sentimiento real. Si se obligan a estar juntos, ¿qué van a obtener además de dolor?
Luciana terminó de quitarle la cáscara a la mandarina y se llevó uno de los gajos a la boca.
-Está dulce. ¿Quieres probar?
Mónica se sintió humillada. ¿Cómo iba a tener apetito para comer fruta? Pero Luciana se lo ofrecía con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
–
-No, gracias. Fingió una sonrisa-. Alex es muy obediente con su abuelo. Aunque a él no le interese, no se atreverá a contradecirlo. Pero eso no es justo para ti, porque tú ni siquiera lo
amas…
¿Y qué con eso? -replicó Luciana, saboreando otro gajo de mandarina-. Él tiene dinero. Si estoy con él, tendré los medios para que Pedro estudie en el Instituto Wells.
-Si no fuera así, ¿de qué me serviría quedarme? ¿Para que ustedes volvieran a amenazarme?
El corazón de Mónica dio un vuelco al comprender la indirecta. Luciana estaba refiriéndose a la ocasión en que la presionaron para donar parte de su hígado. Mónica lo confirmó de inmediato: la frialdad de Luciana, aquella actitud tan soberbia, era su defensa ante lo que consideraba un ataque a su hermano y a ella misma.
Tomando aire, Mónica bajó la cabeza con aparente humildad:
-Sé
que me equivoqué. Tuve un momento de desesperación y no debí amenazarte con lo del
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Capítulo 307
trasplante. Pero, por favor, discúlpame… Lo hice pensando en mi papá.
-Tal vez -respondió Luciana, encogiéndose de hombros. Pero ahora ya no puedo confiar en ustedes. ¿Y qué me queda? Necesito dinero para que Pedro vaya al Instituto Wells. Si me aparto de la familia Guzmán, ¿de dónde lo saco?
—¡Yo te lo daré! —exclamó Mónica sin pensarlo dos veces.
Luciana continuó negando con la cabeza, frunciendo el ceño:
-No, de verdad que no. Yo no quiero donar mi hígado y… tampoco podría sacrificar a Pedro. ¿ Te imaginas el dolor de la operación?
-¡…! -Aunque Mónica ya lo sospechaba, no pudo evitar que su rostro se descompusiera al oírlo. Dentro de ella sentía un ardiente rencor: ¡por qué no sería Luciana la que estuviera enferma del hígado!
La ira le bullía en la mirada, pero tuvo que esforzarse por sonreír:
-No necesito que dones tu hígado. Yo te daré el dinero. Solo pido que dejes a Alex.
-¿Eh? —Luciana pestañeó sorprendida—. ¿Entonces ya no necesitan que nosotros donemos? ¿Tú lo vas a hacer?
-Je, je… -Mónica esbozó una risa tensa-. Por supuesto. Mi papá es padre de los tres, es mi deber ayudarlo.
Dicho se oye muy bonito, pero Luciana conocía demasiado bien la personalidad interesada de Mónica. Vivirían cien años juntas y jamás se atrevería a donar ella misma. Por algo la llamaba una “egoísta de manual“.
Luciana lanzó una mirada perezosa hacia Mónica y luego a Ricardo, quien justo salía del baño. En sus labios se fue dibujando una sonrisa más grande:
-En ese caso, por favor, repíteselo delante de él.
Alzando la mano, señaló con el dedo:
-Mira, ¿quién está ahí?
-¿Quién…? -Mónica se giró sobresaltada. Al reconocerlo, se puso pálida como el papel y dio varios pasos hacia atrás, perdiendo el equilibrio. ¡Papá! ¿Qué… qué haces aquí?
-¡Hum! -Ricardo la mirabá con frialdad, como si fuera una completa desconocida.
Aunque él tampoco fuera un santo, sabía perfectamente reconocer a alguien tan vil como su propia hija. Desde que supo de su enfermedad, jamás depositó en Mónica las esperanzas de lo ayudara.
que
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