Capítulo 308
Aun así, no había imaginado que llegaría a semejante bajeza.
Ricardo fijó la vista en Mónica, pronunciando cada palabra con lentitud y determinación:
-Repite frente a mí lo mismo que le acabas de decir a Luciana.
-¡…! -Mónica sintió que la garganta se le cerraba. ¿Cómo iba a soltar esas palabras ahora? Hace un momento solo las había dicho para engañar a Luciana y nada más. En realidad, ni por asomo pensaba hacer lo que prometió.
-Pa–papá… —murmuró con la voz temblorosa, sin poder articular una frase completa.
Ricardo dejó escapar un bufido, cada vez más frío. Negó con la cabeza.
-No hace falta que lo repitas. Estuve parado aquí mientras hablabas, escuché cada palabra con claridad.
-Te oí decir que estabas dispuesta a donar tu hígado. ¿Es cierto o no? Con que asientas con la
cabeza alcanza.
Su mirada penetrante irradiaba una presión aplastante.
Mónica sentía como si unas manos invisibles le apretaran la garganta, incapaz de emitir un solo sonido. Estaba atrapada: esas cosas no se dicen a la ligera.
-¿No piensas responder? -Ricardo soltó una risa siniestra y tomó a Mónica del brazo—. Entonces démonos prisa. Vayamos al hospital de una vez, haremos los exámenes y definimos la fecha de la cirugía. ¿No fuiste tú quien dijo que cuanto antes mejor? Mi enfermedad no debería prolongarse.
Al mismo tiempo, tiró de Mónica, intentando arrastrarla hacia la salida.
-¡Papá! ¡Papá, espera! —La voz de ella temblaba de auténtico pavor-. Escúchame, sabes perfectamente que…
-¿Que qué? —Ricardo lanzó una mirada fugaz a Luciana, casi con desdén-. Y ahora que se arruinó tu boda con Alejandro, ¿qué te impide ir al hospital? ¡Vamos!
-Papá… papá… -Mónica se resistía con todas sus fuerzas, buscando una excusa-. Todavía no es el momento. Alex y yo nos amamos de verdad, y lograremos…
—¡Pfff…! —Luciana, que se había mantenido callada, no pudo contener la risa. Aunque rápidamente intentó disimularla, sus labios aún dibujaban una sonrisa divertida-. Disculpen, disculpen. Continúen con su discusión.
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Con un ademán burlón, les dio paso, invitándolos a seguir en lo suyo.
Mónica se giró en redondo, clavándole a Luciana una mirada feroz.
-¡Tú… tú lo hiciste a propósito para arruinarme!
-Ajá, muy lista —asintió Luciana, tomando otra mandarina y pelándola con calma—. Te cité aquí a propósito, y también me encargué de que él escuchara todo lo que decías.
-¡Papá! -Mónica giró como si hubiera hallado su última esperanza, dirigiéndose a Ricardo -¡¿Oíste eso?! ¡Lo acaba de confesar con su propia boca! ¡Fue ella quien me tendió una trampa, quiere destruir nuestra relación de padre e hija! ¡Papá, por favor, no te dejes engañar!
—Ja… ¡Jajajaja! —Luciana soltó una carcajada, llevando la mano a sus labios por un instante y negando con la cabeza-. Ay, por favor, me vas a matar de la risa. ¿Quieres que me muera y que heredes mi testamento? Pero… ¿sabrías siquiera cómo leerlo?
-¡Tú…! -Mónica quedó sin palabras.
Con la misma rapidez con la que reía, Luciana repentinamente adoptó un gesto serio.
-Qué raro. ¿Te puse una mano en el cuello o te amenacé con un cuchillo para que dijeras todo eso? ¿No, verdad? Entonces, ahora mismo podrías decirle a tu querido papá que lo amas tanto que vas a donarle parte de tu hígado. Y si eso no basta, podrías prometerle todo tu hígado entero, ¿no es así?
Mónica enmudeció durante varios segundos, el rostro crispado de ira.
-Luciana, te subestimé. Jamás pensé que fueras tan retorcida y malintencionada. Con razón Alex y su abuelo están en tus manos…
-¡Basta! -La voz grave y autoritaria de Ricardo resonó con fuerza-. Mónica, ya es suficiente. Me has decepcionado profundamente.
Tras esa declaración, Ricardo se soltó del brazo de su hija y se dio la vuelta
para
marcharse.
-¡Papá! ¡Papá, déjame explicarte…!
Ambos salieron corriendo de la habitación, uno tras otro.
—Vaya… —susurró Luciana, dejando escapar una ligera sonrisa mientras se terminaba el último gajo de su mandarina-. Ha sido un buen espectáculo.
Luego se sentó tranquilamente, tomó otros cuantos cítricos y comenzó a pelarlos con la misma parsimonia. Al fin y al cabo, Pedro estaba por terminar la clase y seguro le haría ilusión comer unas mandarinas dulces al llegar. 7
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