Capítulo 309
-¡Hermana!
Al ver a Luciana, Pedro no pudo ocultar su alegría.
Cuando ella le mostró el folleto sobre el Instituto Wells, el rostro juvenil de Pedro se llenó de un orgulloso gesto de ilusión. En realidad, aún no comprendía del todo el cambio que significaría ingresar a ese lugar, pero sí tenía algo claro: su hermana estaba contenta, y eso quería decir que él había hecho lo correcto.
-Pedrito, eres increíble —lo elogió Luciana, al tiempo que le ofrecía los gajos de una mandarina que acababa de pelar-. Hoy te lo estoy consintiendo, pero la próxima vez, tú solito tienes que hacerlo, ¿de acuerdo?
-¡Sí! -respondió él con una sonrisa radiante-. Esas cosas ya las sé hacer.
Bien, pues cómelas entonces.
Observándolo con ternura, Luciana no pudo evitar suspirar. Todo esto era, en gran medida, gracias a Miguel. Para ellos dos, ese hombre se había vuelto como un «padre que les había dado una nueva vida». Si no fuera por él, ella y Pedro habrían terminado una vez más en un callejón sin salida, sin futuro alguno.
Sin embargo, ese pensamiento trajo de vuelta la petición que Miguel le había hecho. ¿Qué debía hacer? Luciana no era tonta ni se creía el centro del universo. Entendía perfectamente que Miguel no actuaba únicamente por amor hacia ella; sus motivos iban más allá, sobre todo pensando en Alejandro.
A
pesar de lo inteligente y agudo que era Alejandro, parecía no percatarse de la verdadera naturaleza de la familia Herrera. Mónica se mostraba cada vez más egoísta y falsa, y sus padres tampoco eran nada ejemplar. Con esa novia y esos posibles suegros…
Si Luciana fuera Miguel, también estaría preocupada.
Pero ¿acaso era asunto suyo? ¿De verdad debía «hacerse la heroína» y enredarse en todo esto? 1
Tras dejar el sanatorio, Luciana tomó el autobús de regreso a la UCM. Al bajarse, en lugar de dirigirse al departamento de Martina, se encaminó al anexo del hospital.
Era mediodía y la estación de enfermeras se veía extrañamente tranquila. Al pasar por ahí, Luciana se detuvo.
-Hola.
-¡Doctora Herrera! -exclamó la enfermera de guardia, poniéndose de pie enseguida.
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En las últimas semanas, Miguel había estado internado con frecuencia, así que tanto médicos como enfermeras ya conocían a Luciana. Además, habían notado que su relación con Alejandro no era precisamente la de dos simples conocidos; corría el rumor de que estaban en planes de matrimonio.
-Quiero ver el expediente del señor Miguel -pidió Luciana en voz baja-. Entiendo los protocolos. Lo revisaré aquí mismo y no tomaré fotos.
-Está bien.
Siendo interna de ese mismo hospital, la joven enfermera no dudó en confiarle el documento. Luciana lo tomó con cuidado y se puso a leerlo detenidamente.
Tal como sospechaba, el pronóstico no era muy alentador. Con razón Miguel había recurrido a <<presionarla>> a través de la gratitud y el afecto… El anciano, en el peor de los casos, quería marcharse en paz, sabiendo que dejaba todo resuelto.
-Gracias -murmuró Luciana con la voz ligeramente temblorosa.
Dejó la carpeta y se dirigió a la habitación de Miguel. Él estaba descansando la siesta, pero no profundamente; apenas la sintió entrar, abrió los ojos.
Todavía algo confuso, parpadeó varias veces:
-¿Luci?
-Sí, abuelo, soy yo. -Luciana se sentó junto a su cama y sujetó la mano que él levantaba en su busca.
-¿Por qué viniste?
Miguel se incorporó un poco más, y Luciana colocó una almohada para que se recostara con comodidad.
-¿Te sientes bien así?
—Sí, así está bien.
El anciano, con su vasta experiencia de la vida, intuyó de inmediato el motivo de la visita. En realidad, desde el primer momento en que le había planteado su «petición», ya suponía que Luciana terminaría aceptando. Él la conocía como alguien firme en sus afectos y compromisos. Si él se había encargado de garantizar el futuro de Pedro, con toda seguridad ella estaría dispuesta a corresponder.
-Luci, ¿hoy vienes porque ya tomaste una decisión?
—Sí. —Luciana asintió despacio. Abuelo, acepto lo que me pediste.
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Justo como él lo había supuesto.
-Bien, bien…-Miguel, conmovido, le apretó la mano con fuerza. La mirada de sus cansados ojos comenzó a empañarse-. Mi niña, disculpame por ponerte en esta situación… Sé que te estoy causando un gran sacrificio, pero confío en ti más que en nadie.
-Abuelo…
—Déjame terminar. —Miguel carraspeó―. Tampoco es que no haya pensado en ti. En el fondo, Alex sí siente algo por ti; lo sabes, ¿no?
-Sí. Luciana bajó la mirada y asintió.
–
-A mí me tocó ser el «villano» en esta historia. —El anciano soltó una risa ronca y cansada—. Solo si Alex se queda contigo, puedo irme de este mundo… con el corazón tranquilo.
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