Capítulo 316
¿A dónde la llevaban? Claramente los secuestradores no tenían la menor intención de cumplir su palabra.
Sintió un nudo en la garganta y soltó unas lágriínas de puro miedo.
De repente, el hombre robusto abrió la puerta lateral.
-¿La tiramos?
-Sí–replicó el otro.
-¡Allá voy!
El grandote tomó la cuerda con la que tenían a Mónica atada. Ella se quedó petrificada de terror. A esa velocidad, si la lanzaban desde el auto, quedaría malherida o, peor aún, podría morir atropellada..
-¡Lárgate!
-¡Mmgh…!
Sin miramientos, la arrojaron a la carretera como si fuera un trapo inútil. Rodó varias veces, y el vehículo continuó alejándose a toda prisa.
Dentro de la camioneta, el robusto comentó con una risotada:
-¿Quién lo diría? Alejandro, con lo listo que es, fue engañado por esta mujer.
-Por muy listo que seas, sigues siendo humano -sentenció el flaco-. Y todo ser humano tiene sus puntos débiles.
***
Al caer al pavimento, Mónica solo pudo sentir un dolor punzante.
El roce de la piel contra el suelo le ardía, y sus huesos parecían a punto de quebrarse.
-Mmm, mmm… -Gimoteaba entre lágrimas.
Atada de pies y manos, con la boca sellada, no tenía más opción que llorar. Era de noche, y aunque de vez en cuando pasaban algunos vehículos, todos la esquivaban.
¿Quién podría ayudarla?
De pronto, dos intensos haces de luz le cegaron la vista; era un auto cuyos faros la enfocaban directamente, obligándola a entrecerrar los ojos. El automóvil se detuvo, y tras unos
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Capítulo 316
segundos, la puerta se abrió. Alguien bajó con pasos firmes.
Un par de zapatos de vestir apareció ante sus ojos, impecables y de gran calidad.
Mónica, con suma dificultad, alzó la mirada hasta encontrarse con Fernando.
Fernando se acuclilló y exclamó, sorprendido:
-¿Tú?
Recordaba haberla visto antes: la hermana de Luciana por parte de padre. No eran cercanos, pero se reconocían.
-¿Cómo terminaste así?
-Mmm… mmm…
Al notar la cinta adhesiva en su boca, Fernando se la quitó con cuidado.
-Yo… yo… -Mónica respiró con dificultad, todavía conmocionada—. ¡Fui secuestrada!
¿Un secuestro? A juzgar por el estado en que se encontraba, no parecía una historia inventada. Sin más preguntas, Fernando la levantó en brazos.
Sube al auto. Te llevo al hospital.
Mientras manejaba rumbo al hospital, Fernando llamó a la casa de los Herrera. Fue Clara quien contestó.
-¡Oh, gracias, gracias! Voy para allá ahora mismo -exclamó ella, y sin perder tiempo, corrió a reunirse con ellos en urgencias. 1
Como Fernando venía de bastante lejos, Clara llegó primero. Ya estaba en la sala de emergencias cuando los vio aparecer.
-¡Mónica!
Clara se quedó sin aliento al ver el estado de su hija. No sabía qué hacer con manos y pies de tanto nerviosismo.
-¿Cómo fue que acabaste así? -sollozaba―. ¡Enfermera, doctor, por favor, ayúdenla!
Clara se acercó de inmediato y Fernando se retiró unos pasos, aunque no se fue de inmediato. No simpatizaba con ellas, pero compadecía la situación de Mónica; al fin y al cabo, había sufrido un secuestro.
Mónica fue llevada a la sala de emergencias.
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-Señora —dijo Fernando con cortesía-, ¿puedo ayudar en algo más?
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-Señor Domínguez, muchas gracias por lo de hoy -respondió Clara con lágrimas en los ojos –. Si no fuera por usted, Mónica… no quiero ni pensarlo.
-No hay de qué. Solo fue casualidad que pasara por allí. Si no necesitan nada más, me…
-Señor Domínguez.
Clara lo tomó del brazo con urgencia.
-Le ruego un favor más. Necesitamos que contacte al señor Alejandro Guzmán.
Fernando la miró, desconcertado. ¿Por qué no lo llamaban ellos mismos?
Clara suspiró con un dejo de impotencia:
-Es complicado de explicar. No podemos hacerlo directamente. ¿Podría ayudarnos, por favor?