Capítulo 32
-¡Ahhh…! -Vicente gritó del dolor, alzando la vista con incredulidad y asombro hacia Alejandro.
Por un momento, se olvidó de la posición de poder que Alejandro ocupaba; después de todo, él también era el hijo menor de la familia Mayo.
–Alejandro Guzmán, ¿estás loco o qué? ¡No tenemos ningún problema y vienes a golpearme! -Vicente se levantó, dispuesto a pelear, pero Juan y Simón se interpusieron rápidamente entre él y Alejandro.
-Señor Mayo, si quiere pelear, primero tendrá que pasar por encima de nosotros dos -le advirtieron. Estos dos tipos tenían toda la pinta de exmilitares, probablemente de fuerzas especiales, y Vicente sabía que no tenía ninguna posibilidad de ganar en una pelea.
-¡Maldita sea! -Vicente maldijo furioso-. ¡Voy a llamar a la policía! ¡No pienso aguantarme esta humillación!
-¿Humillación? -Alejandro, hasta entonces en silencio, soltó una risa fría y cargada de
sarcasmo.
-¿Qué puede ser más humillante que lo que les haces a las mujeres con las que juegas?
La pregunta dejó a Vicente sin palabras. Era cierto que había salido con muchas mujeres, siempre con una actitud despreocupada, pero nunca había jugado con los sentimientos de
nadie.
Vicente se sintió aún más ofendido y protestó:
—¡A ver, dime a quién he jugado! Estás todo alterado, ¿acaso me metí con tu mujer?
¡Pues sí!
Alejandro estuvo a punto de escupir la verdad: ¡se estaba metiendo con su esposa! Ayer mismo, Luciana había peleado con otra mujer por él, y hoy ese maldito estaba abrazando a otra y coqueteando descaradamente. Sin embargo, su razón todavía no se había desmoronado del todo.
Aunque su voz seguía tensa, y la furia no se había disipado, habló pausadamente:
-¡Luciana Herrera!
¿Eh?
Vicente y Martina se miraron perplejos. ¿Luciana? ¿Él estaba acusando a Vicente de jugar con Luciana? ¡Eso no tenía ningún sentido!
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Capítulo 32
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-Este… señor -intervino Martina, tratando de calmar las cosas-, Luciana es nuestra amiga. Creo que aquí hay un malentendido. ¿Por qué no la llamamos y aclaramos esto?
Dicho esto, Martina marcó rápidamente el número de Luciana.
Luciana atendió la llamada y, sorprendida, se apresuró a salir del hospital para ir al lugar de la confrontación. Su expresión de asombro al llegar no fue menor que la de Vicente y Martina.
En la sala de descanso de radiología, Alejandro y Vicente se sentaban frente a frente, como dos perros rabiosos listos para lanzarse al cuello del otro.
-¡Vicente!
En cuanto entró, Luciana se dirigió directamente a Vicente.
Los ojos de Alejandro se entrecerraron con una mezcla de celos y descontento. Su esposa, y lo primero que hace es preocuparse por otro.
-¡Luci! -Vicente, con un puchero, se quejó como un niño, señalando a Alejandro-. ¡Él me pegó!
-Déjame ver.
Luciana tocó su rostro, la marca del golpe no era nada ligera. Luego, giró sobre sus talones y lanzó una mirada fulminante a Alejandro.
-¿Tú le pegaste?
Alejandro arqueó una ceja, sin rastro de arrepentimiento.
-Sí, fui yo. ¿Vas a felicitarme?
Luciana se quedó sin palabras. Y luego, ¿quién era el que decía que ella tenía la cara dura? ¡Él sí que la tenía!
Luciana respiró hondo y ordenó:
-¡Discúlpate!
¿Qué? Alejandro se quedó boquiabierto, su rostro reflejaba una mezcla de incredulidad y enojo. Con el cuello en tensión, respondió:
-¡Ni loco! Luciana, lo hice por ti. Este tipo estaba jugando contigo. ¡Lo vi abrazando a esa chica, alimentándola como si nada…!
¡Te dije que te disculparas! —Luciana cortó en seco-. ¡No quiero oír más! No importa la razón, golpear a alguien está mal. ¡Disculpate!
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Capitulo 32
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—¡Luciana…! —Alejandro estaba al borde de la explosión. Nunca en su vida se había sentido tan humillado—. ¡Está bien, metí la pata por querer ayudarte! 1
Se volvió hacia Vicente y murmuró con los dientes apretados:
-¡Perdón!
Vicente sonrió satisfecho.
Luciana acarició suavemente el rostro de Vicente y le dijo a Martina:
-Llévalo a la sala de guardia y ponle hielo, para que baje la hinchazón.
Alejandro, al ver lo preocupada que estaba Luciana por Vicente, sintió que la furia lo consumía. Todo su esfuerzo por defenderla había sido en vano, como si hubiera tratado de impresionar a un ciego.
-Está bien–respondió Martina, aunque la curiosidad por la relación entre Luciana y Alejandro la carcomía. Sin embargo, decidió seguir las instrucciones de Luciana y se llevó a Vicente.
Cuando se fueron, Alejandro ya no pudo quedarse quieto.
-Espera, no te vayas -dijo Luciana, deteniéndolo.
La mirada fría de Alejandro se clavó en su rostro.
-¿Para qué quedarme? ¿Para ver cómo compartes hombre con otra?
-¿Es que no puedes hablar bien por una vez? -replicó Luciana con una sonrisa, levantando una ceja.