Capítulo 324
Desde el instante en que había vuelto a esta casa, cada encuentro con Alejandro le resultaba sofocante.
-Entiendo que estés molesto, pero yo también lo estoy.
Cualquier mujer en su sano juicio se sentiría mortificada sabiendo que el hombre con quien vive tiene el corazón puesto en otra persona.
-Créeme, yo misma desearía que pudieras quedarte con Mónica y que me dejaras libre, que me permitieras… escapar de todo esto.
<<Escapar» y «<liberarme»… 1
Alejandro sintió una punzada en el pecho, un dolor sordo e indefinible.
-Si tanto te tortura, ¿por qué regresaste?
—Ja —soltó Luciana con un deje amargo en su voz-. ¿Y por qué no me echas tú mismo?
Sus miradas se cruzaron, pesadas de silencio.
Él no podía cargar con la culpa de “deshonrar” el mandato de su abuelo.
Ella no quería traicionar la confianza de quien la había ayudado.
Ambos estaban atrapados en las circunstancias.
Finalmente, sin decir palabra, Alejandro salió del estudio.
Luciana cerró los ojos y los volvió a abrir, acomodándose nuevamente en la silla para retomar su labor. Tenía la certeza de que aquella relación estaba podrida desde hacía mucho tiempo, y lo único que podía controlar era su propio futuro. No había espacio para lamentos inútiles.
***
Ya eran las diez de la noche cuando Luciana terminó de revisar sus documentos. Con un suspiro, se dispuso a ir a su cuarto para darse una ducha y acostarse. Justo al tomar su ropa dormir, recibió una llamada de un número desconocido.
-¿Hola?
-Luciana.
La voz al otro lado de la línea no le resultaba del todo extraña, aunque no podía ubicarla con
certeza.
de
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+25 BONUS
-Soy Salvador, el amigo de Alejandro.
-Hola -respondió ella, recordando que Salvador era uno de los famosos «cuatro príncipes de Muonio» y, además, uno de los mejores amigos de Alejandro. ¿Sucede algo?
-Verás… Alejandro bebió de más. ¿Podrías venir a buscarlo?
Luciana guardó silencio. ¿Por qué tendría que ir ella? ¿Acaso no estaba Sergio? ¿Y Simón?
-Es que Alex vomitó y necesita cambiarse de ropa -se apresuró a explicar Salvador-. Aquí todos somos puros hombres y, la verdad, no sabemos muy bien cómo arreglar esto. Simón ya fue por ti, así que disculpa la molestia, pero… ¿podrías venir?
Antes de que Luciana pudiera contestar, la llamada se cortó.
-¿Hola? —repitió incrédula, sin entender nada. Si Simón podía ir a recogerla, ¿por qué no llevaban ellos mismos a Alejandro? Resignada, dejó pendiente la ducha, se cambió con prisa y salió. Como Salvador había dicho, Simón la esperaba en la puerta, y juntos se dirigieron a un lugar llamado Serenity Haven.
Apenas cruzaron la puerta de la sala privada, los envolvió un penetrante olor a alcohol.
-¡Luciana llegó! -exclamaron Salvador y los demás, viéndola como a una auténtica salvadora
–. Bueno, te lo encargamos. ¡Nosotros nos vamos!
Antes de que ella pudiera replicar, todos huyeron casi al mismo tiempo.
Luciana frunció el ceño y se acercó al amplio sofá. Ahí estaba Alejandro, tirado como un trapo y completamente inconsciente. Dejó el saco que había traído a un lado y se inclinó para tocarle el brazo con suavidad.
-Alejandro, despierta… ¿Puedes oírme?
Estaba por retirar la mano cuando él la sujetó de improviso. Al tirar de ella, la hizo caer sobre su cuerpo, y un fuerte hedor a alcohol le nubló la cabeza. Su camisa, además, seguía húmeda por los restos de vómito.
-¡Alejandro, suéltame! ¡Déjame levantarme! —pidió Luciana, forcejeando. Sin embargo, él no reaccionó. La abrazó con tanta fuerza que parecía una tenaza. Con su barbilla apoyada sobre la cabeza de ella, murmuró con voz pastosa:
-Lo siento…
Luciana se quedó inmóvil un instante. ¿Estaba consciente? ¿Le pedía perdón a ella? Pero, al segundo siguiente, él pronunció:
-Mónica… perdóname, Mónica…
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Aquello la dejó fría. Por un fugaz instante, había pensado que sus palabras eran para ella. Con el corazón encogido, le zafó los brazos de un tirón y echó un vistazo rápido a la mesita. Tomó un vaso con agua helada y, sin pensarlo dos veces, se la arrojó a la cara.
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