Capitulo 334
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Capítulo 334
Sin embargo, le indicó al gerente que se retirara por un momento:
-Deje que lo discutamos.
El gerente, muy prudente, salió de la habitación. Entonces Alejandro alzó un poco el mentón y se volvió hacia Luciana:
—Aparte de Martina, ¿tienes alguna amiga cercana? Recuerdo que mencionaste a alguien de tu mismo departamento, ¿no?
Luciana tardó un par de segundos en reaccionar, incrédula:
-¿Estás pensando en buscarme una dama de honor?
-¿No es lo usual? -replicó Alejandro, arqueando una ceja-. Primero define cuántas quisieras tener para que yo organice a mis padrinos…
Pero Luciana lo interrumpió con una sonrisa que no llegaba a sus ojos:
-Ya te lo dije: no necesito damas de honor. No voy a tener ninguna.
¿Para qué querría una dama de honor? Conociendo el carácter de Martina, aparecería con lágrimas en los ojos. Mejor evitar ese drama.
Alejandro la miró con el ceño cada vez más marcado. La vez anterior, Luciana reconoció que estaba siendo indiferente y, de paso, lo acusó a él de hacer lo mismo. Pero, aunque él también tuviera una actitud pasiva, lo de ella lo superaba: “Si esto es solo un trámite, ni siquiera me molesto en cumplirlo al pie de la letra“, parecía pensar Luciana. Y si era así, ¿para qué insistir?
-Está bien, como quieras -cedió con sequedad.
Luego, fijando la vista en el cronograma, soltó otra pregunta:
-¿Qué piensas hacer con Pedro ese día?
-¿Qué? -Luciana se quedó atónita. ¿Cómo se le había ocurrido mencionar a Pedro? Ni siquiera permitiría a Martina estar en la boda, mucho menos a su hermano. Él apenas estaba empezando a entender mejor el mundo a su alrededor. Si alguien soltaba un comentario desafortunado, todo el progreso que había logrado en su terapia podría venirse abajo.
Alejandro captó enseguida la expresión de Luciana y soltó una risa sarcástica:
-No me digas que ni siquiera has pensado en invitar a Pedro.
Luciana respiró hondo, recuperando la calma:
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-No, de hecho, no planeaba invitarlo.
¿Lo admitía con tanta frialdad?
La frente de Alejandro palpitó con un pulso de enojo.
¿Cómo podía ser? Pedro era el hermano menor de Luciana, su única familia. Tradicionalmente, en muchas bodas, el hermano puede llevar a la novia al altar o al auto nupcial. Y ella ni siquiera contemplaba que asistiera…
¿A qué clase de unión estaban llegando? ¿Solo era un espectáculo para el abuelo Miguel?
¿Alejandro significaba tan poco para Luciana?
Pasaron varios segundos sin que él dijera nada. Luciana ignoraba qué ideas cruzaban por su mente, y francamente no le importaba. Por fin, habló:
-¿Tienes alguna otra duda? Si no es así, ¿podemos empezar?
Apretando la mandíbula, con evidente molestia, Alejandro asintió:
-Está bien. Empecemos.
El gerente regresó a la sala y, siguiendo el cronograma, guio a los novios en un recorrido completo por cada etapa de la ceremonia. Aunque en teoría era solo un “ensayo“, el lugar era enorme y todavía había que revisar detalles de la ceremonia, el brindis y el baile, así que no fue precisamente un paseo relajante.
Al terminar, Luciana sintió que todo su cuerpo se desmoronaba del cansancio. En especial, la parte baja de su vientre le incomodaba bastante.
Mientras tanto, Alejandro seguía conversando con el gerente acerca de la distribución de los invitados en las mesas. Como la mayoría eran familiares y conocidos de los Guzmán, Luciana no tenía mucho que aportar. Se volvió hacia una de las colaboradoras del hotel y le susurró:
-Voy al baño un momento.
-Claro, señora Guzmán.
Cuando Alejandro se dio la vuelta y no encontró a Luciana, frunció el ceño al instante.
-¿Y mi esposa?
La empleada se adelantó:
-La señora Guzmán fue al baño –contestó, señalando un punto no muy lejano—. Está allí, a menos de cincuenta metros.
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Asintiendo apenas, Alejandro se dirigió hacia los sanitarios. En su cabeza daba por hecho que, una vez terminados los ajustes, la llevaría a comer algo y luego se retirarían a descansar.
En el baño, Luciana se lavaba las manos frente al espejo. Al alzar la vista, notó que, reflejado en el cristal, había alguien con el uniforme de limpieza mirándola fijamente. Sus miradas se cruzaron y, de inmediato, esa persona se aproximó con rapidez.
¡No te muevas!-soltó una voz áspera.
De pronto, Luciana sintió un objeto afilado presionándole la cintura. Se le heló la sangre, pero
al mismo tiempo dedujo con frialdad: jera un cuchillo!
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