Capítulo 335
-Ni una sola palabra -advirtió el desconocido.
-De acuerdo susurró Luciana, intentando mantener la calma.
-¿Tú eres la esposa de Alejandro Guzmán?
-Sí.
Luciana lo admitió en voz baja, preguntándose en silencio si esto estaba sucediendo por culpa de los enemigos de Alejandro… Recordó que él tenía adversarios peligrosos, del tipo que no se anda con juegos.
-Tu vientre… ¿de cuántos meses estás?
El ceño de Luciana se frunció aún más. Aquel tipo conocía bastantes detalles, incluida su gravidez.
-Cuatro meses —respondió, pensando que justamente ese día cumplía las dieciséis semanas.
-Perfecto -murmuró el agresor con un deje de satisfacción.
Detrás de ella, Luciana notó un cambio de postura. Alzó la mano y le mostró un trapo o toalla impregnada de algo. Su instinto de doctora la alertó al instante: jera un fuerte olor a éter! En el segundo en que el paño rozó su rostro, Luciana contuvo el aliento, cerró los ojos y se dejó caer
al suelo.
La persona la sujetó con rapidez, y con habilidad le cubrió la boca con cinta adhesiva. Sacó unas cuerdas y ató sus manos y pies. Luego tomó la bolsa que Luciana traía consigo y la arrojó a un rincón. Por último, la metió en la parte inferior de un carrito de limpieza y corrió una cortina para ocultarla.
La maniobra fue tan fluida que no había duda de que todo estaba planeado. Luciana abrió los ojos, pero solo vio oscuridad. Sentía el vaivén del carrito y escuchaba el golpeteo de las ruedas sobre el piso. Por fortuna, había logrado no respirar aquel químico, así que seguía completamente consciente. Su desmayo había sido fingido, buscando algún momento oportuno para escapar.
<<¿Adónde pretende llevarme?», se preguntaba Luciana. «¿Y por qué preguntar por mi bebé? ¿ Es eso lo que busca?»
نے
Pero no le encontraba sentido, y no era momento de darle vueltas. Necesitaba huir, llegar a un sitio donde hubiera gente. «Cálmate, no pierdas la cabeza», se dijo a sí misma.
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Cuando Alejandro llegó unos segundos tarde al baño, se encontró con un lugar completamente vacío y su semblante se ensombreció.
El empleado de servicio, nervioso, trató de explicarse:
-Tal vez la señora Guzmán vio que todo estaba tranquilo y decidió dar un paseo por el hotel…
El gerente añadió:
–
-Sí, iremos a buscarla de inmediato.
<<¿Un paseo?» pensó Alejandro, incrédulo. En los últimos días, Luciana se veía tan reacia a todo lo relacionado con la boda que no creía que tuviera ganas de explorar el hotel por cuenta propia.
Justo entonces apareció Simón, con un bolso entre las manos.
-¡Alex! Encontré el bolso de Luciana.
El corazón de Alejandro dio un vuelco:
-¡Es de ella! -confirmó, con expresión sombría.
En ese instante comprendió que, sin lugar a dudas, algo le había pasado a Luciana.
-¡Cierren todas las salidas! -ordenó con un brillo helado en la mirada—. Quiero que encuentren a mi esposa. ¡Ahora mismo!
Desde que Luciana desapareció, solo habían pasado unos pocos minutos. Estaba seguro de que seguía en los alrededores, no había podido ir muy lejos.
-¡Sí, señor Guzmán! -respondieron a coro.
El hotel entero se puso en estado de máxima alerta. Nadie quería imaginar las consecuencias de que la señora Guzmán resultara herida o algo peor bajo su techo.
Por su parte, Alejandro tampoco se quedó de brazos cruzados. Junto con Simón, recorrió el camino que habían seguido antes.
-Si alguien la secuestró, ¿a dónde podría llevarla? -preguntó, apretando el paso.
-Seguramente tratarían de sacarla del hotel–aventuró Simón.
-El estacionamiento -contestaron los dos al unísono, mirándose con determinación.
-Yo revisaré el estacionamiento al aire libre —dijo Alejandro-. Tú ve al sótano.
-Entendido.
Se separaron para cubrir más terreno. Alejandro prácticamente voló hacia la explanada del
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Mientras tanto, Luciana oía cada vez más voces. Aunque no podía ver nada, entendía que se aproximaban a un sitio más concurrido, probablemente el estacionamiento. Su captor pretendía sacarla de allí.
Aquella era su oportunidad. Con el corazón desbocado, trató de mantener la cabeza fría. Tenía las manos y los pies atados, pero, moviéndose poco a poco, logró acercarse al borde del carrito de limpieza. Aguantando la respiración, se dejó caer repentinamente hacia un costado, tirándose al suelo. Al impactar contra el piso, no se detuvo: rodó un par de veces para alejarse más.
-¡Af! —soltó un quejido. Había golpeado el cuerpo contra el suelo duro y sintió un dolor intenso.
-¡Dios mío! ¿Qué es eso?
-¡Es una persona!
-¿Cómo que una persona salió de ese carrito de limpieza?
¡Tiene la boca tapada y las manos atadas! ¡La secuestraron!
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