Capitulo 336
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Capítulo 336
El lugar entero se llenó de gritos y murmullos, creando un gran alboroto. El falso empleado de limpieza que había raptado a Luciana quedó perplejo. «¿No la había drogado con éter? ¿Cómo se despertó tan rápido?», pensó, sorprendido de que la sustancia no surtiera efecto.
-¡Alguien avise a seguridad! -gritó una voz.
Varias personas corrieron hacia Luciana para ayudarla.
-¿Estás bien? ¿Dónde está la persona que te hizo esto?
Alejandro corría en dirección a la zona donde había escuchado el alboroto. A la distancia, notó la aglomeración de gente y, en el centro de todo, vislumbró a Luciana tirada en el suelo.
Los guardias de seguridad del hotel también llegaron enseguida.
-¡Señor Guzmán! -lo llamaron, nerviosos.
Él les dirigió una mirada helada.
-¿Qué hacen parados? ¡Atrapen a ese desgraciado! ¡Quiero ver a mi esposa sana y salva, ahora mismo!
El individuo que fingía ser personal de limpieza, al verse descubierto, salió corriendo. Pero no tenía ayuda y, a plena luz, no podía competir con el equipo de seguridad.
-¡Alto! gritaron los guardias, rodeándolo.
Alejandro, ajeno a todo, se apresuró hacia Luciana. Apartó a quienes se habían acercado a ayudarla y retiró la cinta adhesiva que cubría su boca.
-¿Y tú quién eres? -cuestionó una señora mayor que, con buena intención, se preocupaba por Luciana.
—Soy su esposo —contestó Alejandro, sin apartar la mirada de Luciana.
La mujer se quedó callada y, algo avergonzada, murmuró:
-Entonces, ¿por qué no cuidaste bien de tu esposa? ¡Mira nada más, casi se la llevan!
Alejandro no respondió. Su corazón latía con furia, pero por fin parecía volver a su lugar al ver a Luciana allí. Sin decir palabra, se apresuró a desatar la cuerda de sus manos y pies y la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza.
Por poco… tan solo un instante más, y tal vez la habría perdido.
Su rostro quedó hundido en el cuello de Luciana y, con la voz temblorosa, preguntó:
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-¿Estás herida?
En esa posición, Luciana solo podía recostar la cabeza hacia atrás:
-No. Estoy bien, solo que…
-¿Solo qué?-insistió él, con nerviosismo, revisándola de arriba abajo. ¿Te lastimaste?
Recordaba la manera en que Luciana había rodado por el suelo tras lanzarse del carrito.
-Me siento agotada, necesito dormir -murmuró ella, con los párpados a punto de cerrarse.
Alejandro guardó silencio un segundo. Al siguiente, se inclinó y la alzó con cuidado, como si sostuviera algo sumamente frágil.
-Bien, entonces iremos a descansar.
La llevó hasta la habitación que tenían reservada. Una vez allí, la acomodó en la cama:
-¿Quieres darte un baño antes?
-No.-Luciana negó con un movimiento leve, cerrando ya los ojos. Se cubrió con la sábana-.
Dormiré un rato.
-Está bien.
Antes de salir, Alejandro echó las cortinas y cerró la puerta con suma delicadeza. Afuera, lo esperaban Sergio y Simón:
-¿Dónde está el sospechoso?
-En el jardín–contestó Simón.
-Vamos.
En el jardín, el hombre que había fingido ser empleado de limpieza yacía sobre el pasto, atado
de pies y manos. Al ver a Alejandro, los guardias se cuadraron.
-¿No ha dicho nada? -preguntó Alejandro, con la mirada encendida.
-No suelta prenda, señor. Está muy terco.
-¡No, no! -se defendió el hombre, con el miedo reflejado en la cara-. No es que yo no quiera hablar, es que no sé mucho más. Alguien me pagó por secuestrar a la señora Guzmán y llevarla a un sitio que me indicaron, eso es todo. Se los juro, no sé nada más…
Sergio, que ya había investigado, añadió:
-Descubrimos que
este tipo tenía muchas deudas. Su padre está enfermo, su esposa lo
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abandonó y tiene dos hijos que mantener.
Alejandro elevó ligeramente una ceja:
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-Un trabajo en cadena, ¿no?
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-Sí. -Sergio asintió-. Revisé también lo que pasó aquella vez con Mónica y encontré varias coincidencias. Bien podría ser el mismo grupo organizándolo todo.
En ambos casos usan la misma táctica: éter en un paño, captura rápida, cambio de ubicación
Sergio miró a Alejandro con seriedad.
-Menos mal que Luciana reaccionó a tiempo y fingió desvanecerse en lugar de inhalar el químico. De lo contrario…
El final de la frase quedó en el aire. Quién sabe qué habría pasado. Alejandro frunció el ceño y se quedó pensativo. La vez anterior, había culpado al abuelo de ser el responsable del incidente con Mónica. Pero ahora… el abuelo apreciaba a Luciana. Jamás le haría daño.
<<Entonces, ¿por qué aceptó la culpa aquella vez? ¿Sabrá algo más que no está diciendo?»>, se preguntaba Alejandro. Finalmente, ordenó:
-Regresamos a la ciudad. Tengo que hablar con mi abuelo y aclarar todo esto.
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